Aunque por obvias razones el coronavirus se robe todas las luces mediáticas y concentre la enorme mayoría de los esfuerzos de la comunidad científica, en cuarentena también hay tiempo para grandes hallazgos. Un artículo, del que participó el paleontólogo Diego Pol, entre otros referentes argentinos, fue publicado en la revista Nature como el fruto del trabajo conjunto con investigadores de Estados Unidos y Canadá en la Patagonia y Mongolia. “Los de Patagonia son de los huevos más antiguos que existen a nivel mundial. Junto a los hallados en Mongolia nos brindan información clave. Nos permitieron llegar a conclusiones globales e importantes sobre la evolución de la reproducción en estos enormes reptiles. Sería posible decir, por ejemplo, que el ancestro común --el primer dinosaurio-- probablemente tuvo este tipo de huevos con cáscara blanda”, dice Pol, investigador del Conicet en el Museo Paleontológico Egidio Feruglio.
Lo sorprendente de este descubrimiento es que los científicos comenzaron a encontrar denominadores comunes entre huevos de dinosaurios que no tenían demasiado que ver entre sí: mientras que los patagónicos fueron saurópodos, los de Mongolia eran ornitisquios. “Empezamos a ver coincidencias en las características de sus cáscaras que eran muy diferentes respecto de lo que habíamos advertido en cualquier otro dinosaurio. Teníamos dificultades para poder comprenderlas, obstáculos que no habíamos tenido antes. Esa imposibilidad nos condujo a querer colaborar y a juntar la evidencia para comprender el gran panorama de la evolución de los huevos en dinosaurios”, describe Pol, uno de los paleontólogos más importantes de Argentina. Es decir: buscaban responder a la misma pregunta pero en las antípodas del mundo.
Había un enigma que la comunidad paleontológica recorría desde hacía décadas y, mediante este trabajo, el equipo internacional de expertos logró resolver: ¿por qué se conocen tantos huevos de dinosaurios de la última mitad de su historia (Cretácico, 145 a 66 millones de años) y casi ninguno de la primera parte de su proceso evolutivo (Triásico y Jurásico, 250 a 145 millones de años)? “Era un interrogante que nadie había conseguido resolver y nosotros, afortunadamente, comenzamos a dar algunos pasos interesantes. Nuestra conclusión es que encontramos tan pocos huevos de esa primera etapa porque en ese momento los dinosaurios los tenían de cáscara blanda, con lo cual, se volvía extremadamente difícil preservarlos. Las condiciones para que puedan fosilizar una cáscara proteica son muy excepcionales”, afirma. Como siempre, una solución abre la puerta a una innumerable cantidad de nuevas preguntas sobre la reproducción en esos dinosaurios. ¿Qué características debería tener un nido para huevos blandos? ¿En qué tipos de ambientes podrían resistir? ¿Qué ocurrió hace 120 millones de años que hizo que, en definitiva, aparecieran tantos huevos con cáscara dura, formados por carbonato de calcio y remplazaran a los anteriores?
“Los huevos de los tres linajes principales de dinosaurios (ornitisquios, saurópodos y los terópodos) aparecieron independientemente, es decir, como una convergencia evolutiva. Como una respuesta a cambios ambientales (probablemente a una presión selectiva) que sucedieron y que todavía no tenemos tan en claro. En algún momento de la historia los tres grupos presentaron la misma alternativa en la evolución de sus huevos hacia cáscara dura. Hubo una transformación que los afectó a la misma vez, a pesar de que ocuparan territorios muy lejanos entre sí en algunos casos”, explica.
Fueron hallados en Laguna Colorada (centro de Santa Cruz), un sitio en el que Pol y compañía vienen realizando campañas desde hace muchísimo tiempo. Es un sitio muy especial ya que en los 70’s, José Bonaparte (el maestro del mesozoico) encontró los restos de un pichón de dinosaurio, cuyo esqueleto completo cabe en la palma de la mano. Lo bautizó Mussauruspor su tamaño similar al de un ratón. “Asociado a este esqueletito había restos de una cáscara de huevo y otros fragmentos. En el 2003 hice una de mis primeras campañas y hallamos varias cosas interesantes. En ese momento traté de dilucidar sus características y me topé contra una pared. Diez años más tarde organizamos un proyecto mucho más grande y retornamos junto a Claudia Marsicanoy otros especialistas de La Plata, Mendoza y Río Negro”, relata. Así empezó este camino para dar con el hallazgo que se publicó este miércoles en una de las revistas científicas más importantes del globo.
Si bien estos huevos fueron localizados hace varios años, durante mucho tiempo los científicos de una y otra parte del mundo no encontraban explicación que confirmara sus hipótesis. De modo que respondían las preguntas que se hacían con ideas más bien rebuscadas. En este sentido, lo cuenta Pol: “Por todos los medios tratábamos de encontrar la estructura cristalina del carbonato de calcio que compone la cáscara de todo el resto de los dinosaurios que ya conocíamos. Sin embargo, no podíamos entender, no había manera. Los mandábamos a pruebas y análisis de microscopía electrónica y nada. La realidad es que no veíamos esas estructuras porque no las tenían. De aquí en más, cuando tengamos en nuestras manos un huevo al que no le encontremos los cristales vamos a preguntarnos, en primer término, si efectivamente los tenía”.
En todo está Darwin
La teoría de la evolución es tan completa y compleja que satisface la explicación de múltiples fenómenos que sucedieron en la Tierra, muchísimo tiempo antes de la existencia humana. Allí reside la potencia teórica de la propuesta de Charles Darwin y compañía. “El poder explicativo de la teoría evolutiva es que une a los animales con el ambiente, expresa básicamente la relación entre los seres vivos respecto del lugar y el tiempo que habitaban y aún habitan. En vez de mirar la relación entre la vida y el ambiente como una foto instantánea, la abordamos a través del tiempo, en el orden de los millones de años. Así es cómo comprendemos, finalmente, el modo en que las transformaciones en el contexto afectan la evolución y generan los cambios”, narra Pol.
El hecho de que los dinosaurios hubieran desarrollado plumas constituye un buen ejemplo al respecto. Hasta hace tan solo 25 años no había existido ninguna evidencia robusta que permitiera afirmar su existencia en estos grandes reptiles. No obstante, fue gracias a una serie de hallazgos excepcionales que se pudo comprobar tal situación. “La impresión de algunas plumas son tan profundas que dejan marcas en los huesos. Ello nos permitió comenzar a mirar con otros ojos los hallazgos del pasado. Se volvieron a revisar fósiles encontrados en 1920 y se descubrió que esas pequeñas marcas que tenían en los huesos se debían al plumaje”, comenta. Y continúa: “De la misma manera, saber que los huevos tuvieron una cáscara más blanda de lo que suponíamos nos empuja a abordar la situación con un enfoque distinto. Los descubrimientos de esta importancia nos ayudan a resignificar otros fósiles que ya conocíamos, que teníamos entre nosotros pero que nunca los habíamos contemplado con estos conocimientos que en la actualidad tenemos. Teníamos las ojeras puestas”. La ciencia es un poco eso: más que ubicar las respuestas, se trata de aprender a hacer las preguntas.