Hay una escena que cristaliza de manera ejemplar el espíritu de The Great, la serie sobre Catalina la Grande creada por Tony McNamara. Catalina ya es la esposa de Pedro III desde hace un tiempo, su lugar como emperatriz le impone una serie de deberes y visitas oficiales: juegos con las damas de la corte, celebraciones excéntricas, sonrisas y beneplácito ante los actos más injustos y caprichosos de ese poder autocrático. Entre sus obligaciones figura una visita al frente de batalla para llevar golosinas y algo de ánimo a los soldados. La guerra que enfrenta al Imperio Ruso con el reino de Suecia es sangrienta y absurda, las estrategias de Pedro son infantiles y suicidas. Catalina y Elizabeth, la tía de su marido, deambulan entre el barro y los cadáveres, ofreciendo a los combatientes maltrechos unas golosinas de colores. Uno de ellos le señala que ya no tiene dedos para tomar el obsequio, y Catalina se lo introduce en la boca con el trágico estupor que origina la impotencia.
McNamara, como lo había hecho en La favorita, aloja el horror más cruento en las vestiduras de una comedia ágil y electrizante, capaz de impulsar una crítica feroz sin recurrir a viejas solemnidades. Su mirada sobre la ficción histórica, aquella que cautivó a Yorgos Lanthimos cuando preparaba la historia de la reina Ana y sus favoritas, estaba afirmada en el primer borrador de The Great, en su tono ácido e irreverente, en ese retrato de una Rusia que Catalina haría más grande que toda su historia hasta entonces. “El lenguaje de The Great es el mismo que luego usamos en La favorita, un híbrido entre la mirada histórica y el pulso contemporáneo”, explicaba McNamara en una entrevista con el sitio Deadline en febrero del año pasado. “La idea era reinventar el género. No me interesaba que fuera estrictamente dramático, sino hacerlo cercano para el público de hoy, y de paso divertirme un poco”.
Creada por McNamara y estrenada en StarzPlay este 18 de junio, The Great comienza con la llegada de Catalina (excelente Elle Fanning) desde Austria para su matrimonio imperial con Pedro III (un Nicholas Hoult en estado de gracia). Pedro ha sido retratado en los libros de historia como un gobernante infantil e incompetente, prisionero de la sombra de su padre Pedro el Grande, arrebatado de soberbia y caprichosa vanidad. Josef von Sternberg lo mostró como un niño obsceno y malcriado en la inolvidable Capricho imperial (1934), mientras la Catalina de Marlene Dietrich descubría en la manipulación y la perfidia de esa corte oportunista el mejor combustible para su rebelión. Pero McNamara no propone un melodrama trágico y barroco sino una comedia política encendida, capaz de rastrear en esa era autocrática y oscurantista el germen de su transformación. Lo que lleva a Catalina del desencanto de un matrimonio frustrado y un esposo inaguantable a la gesta de un golpe de Estado es el juego que propone la serie, bajo el paraguas de una sátira moderna y desenfadada.
“Cuando comencé a escribir teatro, solo me interesaban las historias contemporáneas. Las comedias contemporáneas, en realidad. Me encantaban Barry Lyndon y Relaciones peligrosas, pero no tenía interés alguno en las historias de época. Además, como soy australiano, esas figuras no tienen demasiado lugar en nuestra cultura, no son parte de nuestra historia como país joven. Pero un día leí sobre Catalina la Grande, miré unos 15 minutos de un programa de televisión y eso bastó para interesarme. Quería saber más sobre ella. Me pareció una figura fascinante; cómo inició la educación para las mujeres en Rusia e impulsó el conocimiento en ese tiempo. ‘Acá hay un personaje’, me dije. Una mujer joven en un país extranjero que se casa con un idiota y termina gobernando un imperio”. El interés de McNamara por la transformación de Catalina se vislumbra desde el primer episodio. Educada en el amor por las artes y la literatura, el despertar en la noche de bodas no puede ser más feroz. Lo que Catalina descubre a su alrededor, el agobio moral de una corte medieval, la sangre de una guerra absurda, la crueldad de una clase dirigente banal y egoísta, siembra en su espíritu el camino de una paciente sublevación.
“Inteligentemente” es el mantra que Catalina repite una y otra vez a su sirvienta y amiga incondicional Marial. Esa es la forma en la que debe comportarse. Antigua dama de la corte, desplazada por la conducta de su padre, Marial resulta la aliada perfecta, sagaz y escurridiza, voz contemporánea y experimentada que ofrece a Catalina el descubrimiento de su capacidad y la gesta de su paulatino ascenso. McNamara encierra el duro aprendizaje de Catalina en una serie de gags hilarantes que conllevan el duro temple de su coraje. Al esquivar el mandato de rigor y seriedad del género histórico, The Great se afirma sin pudores en una comedia que no pierde complejidad porque sume risas. Su ejercicio de la sátira es incisivo y elocuente, y el retrato de aquel tiempo no excluye una posible analogía con los liderazgos contemporáneos. Los obsecuentes aduladores de Pedro III, la mirada displicente con el pueblo, los excesos en el dispendio de celebraciones se convierten en signos de alerta al mismo tiempo que en oportunidades invaluables. Y es ese camino que lleva de la desilusión a la gesta política el que le interesa a McNamara, el que construye para su fascinante personaje.
“Conocí a Nicholas Hoult en los ensayos de La favorita y de inmediato comprendí que era el indicado para interpretar a Pedro. En ese entonces The Great no era una serie sino apenas una historia para una obra de teatro o una película, pero descubrí que Nick podía interpretar como nadie a ese personaje fuera de control”. El trabajo de Hoult se integra a la perfección al estilo de McNamara, sintetiza el desenfado y el vértigo de su relato, haciendo del tono de su escritura la mejor virtud creativa. Y la presencia de Elle Fanning consigue dar a Catalina el rostro perfecto de una ambición incipiente contenida en la ingenuidad de una adolescente. “¿Seré apta para gobernar?”, se pregunta con genuina desazón, mientras busca las respuestas en la mirada del conde Orlo, tímido conservador que no se anima al salto, o en la confianza de Marial que en su desesperación a veces la desborda. El camino es arduo y crucial, modelado en la energía y la irreverencia que McNamara ha demostrado como estrategia triunfal para su reinvención del relato histórico. “Quería que fuera una historia divertida, contemporánea y oscura, ágil y furiosa. Pero al mismo tiempo quería contar la historia de una mujer joven, descubrir en ella a un personaje inspirador”.