Cansada de esperar, fumando sola en el balcón / Imaginando que alguien me viene a buscar… / Conozco esa pesada sensación de soledad, / pero ¿a quién esperamos? / Melancolía barata en la televisión, / ¿a dónde va eso a lo que rezamos?, entona Nathy Peluso en el recién salido Buenos Aires
, descollante adelanto de su próximo disco, que -en apenas unos días- alcanzó el millón de visionados. Con trazos r&b y neo soul, más que comprensible que el tema la esté rompiendo: en 4 minutos, captura a la perfección el mood que embarga en estos tiempos de cuarentena, ese estar en ascuas, en un limbo que invita a rebobinar. “Todavía me cuesta creer haber podido ponerle música a un sentimiento tan abstracto: la nostalgia por una raíz”, se abre en charla con Las12 desde su casa en Barcelona, ahondando en este amoroso retrato sonoro de la urbe donde vivió hasta los 9 años, en Saavedra, previo a emigrar a España con su papá psicólogo, su mamá profesora de inglés y su hermana. “Para mí, este es el sonido que tiene Buenos Aires”, remacha sobre su flamante track la muchacha sensación, que hace olas en España y Latinoamérica, y habla de una “nostalgia in crescendo” que, en estos días, le calza como un guante de seda al anhelo generalizado por un pasado para nada distante (léase la vida pre-covid).
Así las cosas, aclara que el tema comenzó a tomar forma hace alrededor de un año: al parecer, las musas bajaron con halos premonitorios desde que Nathy despertase una mañana de 2019 “con la melodía muy clara”. “La llevé al estudio y la empezamos a laburar. Me puse a escribir la letra, pero no lograba que los versos transmitieran esa sensación de lo minimal. Porque lo que me gusta es buscar la poesía en lo simple, y quería transitar el fino equilibrio de lo melanco sin caer en el cliché. Recién cuando salí y me subí a un taxi, me bajó la data de golpe. Si es que al final somos canales…”, refresca la muchacha de 25 años. Cruzando el charco, otro viaje terminó de dar forma a Buenos Aires: el que la depositó en huestes locales. Más precisamente en La Diosa Salvaje, legendario estudio de Luis Alberto Spinetta, donde grabó con el bajista Javier Malosetti, el guitarrista Guillermo Arrom, el baterista Sergio Verdinelli. Con producción del celebérrimo Rafa Arcaute, dicho sea de paso, antaño colaborador de Spinetta, con quien Nathy ya había trabajado en otros hits como Bussiness Woman o Copa Glasé. “Reunimos a esta familia de músicos que habían acompañado al Flaco, a quien admiro profundamente, y se generó un momento de unión hermoso, casi un ritual”, relata.
Ya luego, dejar reposar la canción porque “me gusta trabajarlas con calma, dándoles el mimo y el cuidado que necesitan”, y llegada la cuarentena, sumar el último puente desde su confinamiento en Barcelona. Craneando además el entrañable video de Buenos Aires, que ciertamente hace de la carencia virtud, compaginando escenas de una Nathy de entrecasa, en clausura, con flashazos lo-fi de la ciudad y clips caseros de niñez, compaginados como si de un sueño se tratase: la memoria, después de todo, llega como destellos… “Mi mamá siempre fue una apasionada de filmarnos de chiquitas a mi hermana y a mí. Y tenemos mucho material, muy hermoso, muy sensible. Ante la imposibilidad de rodar en condiciones, de reunir varias personas en un mismo lugar, surgió la chance de darle cabida a estas grabaciones, que son un viaje directo a esos recuerdos de infancia”, amplía Peluso, que creció en un hogar donde lo mismo sonaba Sinatra, Ella Fitzgerald, Louis Armstrong que Atahualpa Yupanqui, João Gilberto, Thalía o Gloria Estefan.
Vale decir que no por nada la llaman “la fuckin’ jefa”: no deja ningún detalle de su proyecto librado al azar. “Es muy especial para mí la conexión visual que establezco con mi música. Desde el primer momento comienzo a ligarla a imágenes e inmediatamente construyo”, anotaba la polifacética joven en su debut autoral, Deja que te combata, libro de reflexiones y mementos que lanzó el pasado año, consciente de que lo visual suma capas a la canción, multiplica sentidos o hace que cambien de rumbo. Alcanza con verla mudar de piel como muda de estilos, cruzando orgánicamente del soul al rap, de la salsa al jazz: es rematadamente gangsta en Natikillah, disparando afiladas líneas como “Soy sirena del desierto / Armo cien huracanes con mi viento” o “Con mi celulitis y mi fibra grosa / Tú sabes que así estoy más hermosa”. Es elegante intérprete de una big band jazz de los 60s en la navideña Copa Glasé. Dramática hasta el paroxismo en Estoy triste. Tropical y urbana en ese latin jazz que no necesita mayor introducción, La sandunguera. Una boss bitch endiablada en Bussiness Woman…
Autoestima saludable y mucha confianza en una misma es un mensaje fuerte y claro en música; donde la sexualidad femenina se vive con total naturalidad; el amor propio no depende de ningún tipo; comer frijoles, mayonesa o pepperoni puede estar cargado de sensualidad… Evidentemente, no le falta corashe, parafraseando uno de sus temas más conocidos, de 2017, que muchas jóvenes feministas adoptaron en manifestaciones, plasmando sus lyrics en carteles aquí y allá al momento de marchar. Que Nathy Peluso no va a deponer armas, eso es seguro: ya en su primer recopilatorio, Esmeralda (2017), abría con la canción Alabame, donde advertía que había en su tejado una estatua de Atenea, la gran diosa guerrera. Luego, el batacazo del single Corashe donde le canta las cuarenta a un papanatas; la explosión definitiva con el EP La sandunguera (que incluye el tema más sensual jamás escrito sobre pizza, Gimme Some Pizza), y más… A tal punto su meteórico ascenso que fue fichada por la casa de pilcha Bershka para que diseñara una colección cápsula, o invitada a participar del festival Coachella (suspendido, por razones más que evidentes). Antes, un pasado como camarera, como cantante de standars en hoteles de la costa alicantina, como artista callejera que -a partir de una palabra de un transeúnte- dispensaba rimas, poesías instantáneas.
Además de reivindicar lo instintivo, Peluso rescata las posibilidades lúdicas de su arte; en ocasiones jugando con estereotipos en sus clips para que caigan por su peso específicamente sardónico. En palabras de Nathy, que estudió Teatro Físico en la Universidad Rey Juan Carlos, en Madrid (carrera que le enseñó “a no tener vergüenza, a reconectarme conmigo misma, el poder de la improvisación…”): “Me gusta ser caricaturesca, habitar mis personajes a full, sea esa tanguera explotada de drama de Estoy triste, tan distinta a la de La sandunguera… Llevar todo al extremo, el histrionismo al máximo. Que haya sátira, ironía, aventura, performance. Puede que a veces choque, que alguna gente no lo entienda, pero no me interesa ser complaciente: me interesa estimular, abrir el abanico, generar una serie de propuestas emocionales con las que puedas conectar”. En esa misma línea, aborda estilos desde el desprejuicio total: “Un día siento la salsa, otro día el hip hop, el folclor, el rock…”. Y es que, como anota en su libro, la música es un idioma universal y, hoy más que nunca, las clasificaciones pueden limitar la escucha. En sus temas, por cierto, echa mano a otro recurso: los acentos, porque “yo compongo desde la sonoridad del lenguaje, y cada acento tiene una magia distinta, una intención diferente. Como inmigrante que siempre se juntó con personas de diversas culturas, me enamoré de cada modo de decir y fui armando una biblioteca de influencias, que me flashean y que vuelco en mi artesanía, que son las canciones”.
Por lo demás, mientras transita esta nueva normalidad en tierras ibéricas, espera pronto reencontrarse con su público porque, como escribiese en Deja que te combata, en el escenario “está la polenta”. “Quiero pensar que va a pasar antes de que termine el año. Quizás sea frente a 50 personas en vez de 10 mil, pero va a ser hermoso igual. Formará parte de lo que tenemos que aprender, donde capaz nada vuelve a ser igual, pero puede ser mejor. De lo único que estoy segura es que, una vez que pueda interactuar con mi público, ¡me voy a volver loca!”, dice a Las12. Nadie lo duda; para prueba, el mini-docu On Da Road, disponible online, que muestra cómo se deja la piel en cada show.