El fresco temblor de la poesía de Niní Bernardello viene de la memoria serrana. La voz de Niní, esa cálida tonada de su Cosquín natal, acaricia el oído y el alma. “Se detiene/ la mano que escribe,/ va hacia la boca,/ toca los labios brotados/ que no hallan descanso./ Mueren de mudez y de dolor./ No hay lengua que los avive./ No hay pensamiento digno/ de saberse o escribirse./ Me nombro y no respondo”, dice esa voz, “peregrina de mí”, que emerge en los poemas de Atardeceres marinos, el último libro que publicó, ofrenda a sus lectoras y lectores. Y también –no lo sabíamos- su despedida. El fin de semana pasado la poeta y artista visual sufrió un accidente doméstico y fue internada en el Hospital Regional Río Grande, donde murió el miércoles 17 de junio a la noche. Tenía 80 años y una obra excepcional, construida con “el vapor de una voz ancestral”.

Niní –nacida en Cosquín (Córdoba) el 18 de marzo de 1940- sabía que “la vida es una partícula de polvo que destila asombro”. A los 15 años garabateó sus primeros poemas y empezó a guardar. Entonces estaba deslumbrada por la lectura inicial de Rimbaud,  Baudelaire y Mallarmé. Luego, a ese recinto misterioso de las lecturas indelebles, ingresarían Ricardo Molinari, Borges, Juan L.Ortiz y Francisco Madariaga. La poesía era una experiencia secreta, una ceremonia íntima. Jorge Mattalía, maestro en artes plásticas, encendió el deseo de la pintura y la nueva figuración completó ese amor a primera vista, con Ernesto Deira, Luis Felipe Noé, Rómulo Macció y Jorge de la Vega a la cabeza. El mundo era un enigma que no entendía. Niní sentía que no podía responder como todos esperaban. Le costó mucho reconocerse como poeta. Siempre agradecía a sus amigas y amigos, a sus primeros lectores, que creyeron en ella. La poeta Diana Bellessi la animó a editar Espejos de papel. “Mi primer libro lo publiqué con el dinero de una rifa de una pintura mía. Las tapas las hice en un lugar; la impresión en otro. No tenía pretensiones de editar. Nunca se me cruzó por la cabeza”, recordaba Niní en una entrevista con Página/12 en febrero de este año, cuando estuvo en Buenos Aires para presentar Atardeceres marinos. “En esa época de los ’60 teníamos figuras literarias que estaban como en un Olimpo y nosotros nunca íbamos a acceder ahí. Ni se me ocurría editar un libro de poesía, como que no me pertenecía eso”.

En 1981 cambió el paisaje del cerro Pan de Azúcar por Río Grande (Tierra del Fuego), su lugar en el mundo. Fue maestra de plástica en varias escuelas, hasta que se jubiló a fines de los años 90. “Los poemas nacen de impresiones muy fuertes que una quiere decir, aunque tal vez no las escriba en el momento; es peligroso escribirlas inmediatamente porque podés decir cualquier cosa. Mejor que decanten”, explicaba la autora de Malfario, Copia y transformaciones, Cantando en la casa del viento, Puente aéreo, Salmos y azahares, Natal y Agua florida, libro por el que recibió una Mención Especial de los Premios Nacionales 2011-2014. Participó en diversas antologías de Argentina, Chile y España, entre las que se destaca 200 años de poesía argentina, realizada por el escritor y crítico Jorge Monteleone. “¿Acaso la palabra tiene/ un efecto de circunvalación/ de estrechez subterránea/ de piedra húmeda/ por donde corre la voz?”. La pregunta, en los poemas de Niní, es una forma de ser y estar en el mundo. No hay certezas. “Lo escrito se revela ante los ojos/ como un objeto desconocido”, proclama la voz poética; una voz que astilla la solemnidad para advertir, con una hondura y una singularidad inauditas, la imposibilidad de decir o nombrar todo; “aquella pena que rasca y busca el hueso/hundido en la vieja gracia de decir olvidando” o “el fracaso/ reiterado de mi verso cuando/ intento rozarte, Palabra”.

Los versos, a veces tachados, le permitían sugerir el “hecho de querer decir y no decir al mismo tiempo”. La tachadura era una especie de rescate del fracaso. “Siento que fracaso con el verso y lo abandono tachándolo. De la poesía no esperé nada y fue el lugar que más me dio”, confesaba. Bellessi definió la poesía de Niní como “lirismo pulsionado por la presencia de la pequeña historia personal que celebra o pena el yo de esta escritura atravesado por la historia grande, las desdichas del decenio que apenas si podemos todavía mencionar”. El último poema publicado de esta “sacerdotisa de aguas astrales” se titula “Regreso”. Niní se agiganta; es y será eterna: “Muro gris, tapa áspera/ de un ejercicio verbal/ y espiralado que levanta/ como serpiente cautiva/ imágenes precisas/ preciosas/ precarias/ de la vida que ya no vuelve”.