El futuro ilustrado
Un ejercicio de optimismo es lo que propone Rescue Party, encantador proyecto de una comiquería de Williamsburg, Brooklyn, que invita a historietistas del globo a enviar representaciones poéticas, utópicas, del día después de mañana. Es decir, de la realidad pospandemia, en clave ciento por ciento esperanzadora, explorando un futuro soñado, ideal, multiplicado a partir de las distintas miradas de los artistas participantes. Lanzada en abril por Gabe Fowler, dueño de la tienda Desert Island Comics, la llamada abierta no arroja mayores limitaciones; apenas un manojo de pautas como “pensar qué paleta de colores se ciñe mejor al concepto” o “desarrollar el relato visual en nueve viñetas”. En lo que sí remacha y remacha es en “mantenerse positivo”, amén de alejarse años luz del tono bajonero que abunda en redes. “El resultado es un collage de cómics impresionante, que encapsula enfoques infinitos sobre una misma cuestión y tópicos vinculados: soledad, sueños, escapadas, así como el anhelo por el sol, el tacto, nuevas posibilidades”, baña de elogios el sitio arty Hyperallergic tras echarle un vistazo a la “galería” en autos. O sea, la cuenta de Instagram Rescue Party , que potencialmente podría convertirse en libro, acorde a Fowler. A la fecha, ha subido a razón de 150 colaboraciones de historietistas más y menos conocidos; entre ellos: la ilustradora inglesa Kat Kon, la historietista británica pero nacionalizada norteamericana Gabrielle Bell, la portuguesa Ana Matilde de Sousa, los alemanes Max Baitinger y Katharina Kulenkampff, los daneses Zven Balslev y Ditte Lander Ahlgren, la china Jiaqi Hou, las estadounidenses Heather Loase y Zea Barker, y siguen las firmas. De hacedores de maravillas donde casas se levantan del suelo y estrenan piernas a puro baile; o un abrazo colectivo entre tantísimos deviene amorosa masa desbordante que se sale de marco. En fin, una oda a lo que se añora y a lo que se prevé para un futuro no necesariamente distante.
Un pajarito que sigue cantando
A simple vista, nadie daría un peso por lo que parece ser un pedacito de hueso carbonizado, pero lupa mediante, el atento ojo arqueológico ha sabido ver allí un pájaro cantor esculpido hace 13.500 años, más pequeño que una almendra, de poco más de un centímetro: la escultura china más antigua jamás encontrada, según el equipo que dio con ella en Lingjing, provincia de Henan, “entre los sedimentos de un pozo, junto con restos de fauna”. Así lo precisa Francesco D’Errico, investigador de la Universidad de Bordeaux, autor principal del informe sobre el hallazgo, recientemente publicado en la prestigiosa revista Plos One. Que, entre otros detalles, cuenta: que observaron hasta 68 zonas diferentes de trabajo que muestran la voluntad del artista por perfeccionar su pieza. “Vimos todos los gestos: cómo se quemó para dar el color, cómo fue rascado y tallado. Es fascinante notar cómo se utilizaron varias técnicas en un trozo tan pequeño y, además, es muy poco común que estén tan bien preservadas”. Sorprende además a D’Errico que la representación del ave no sea completamente realista: su cola de excesivo tamaño permite que mantenga el equilibrio. “Sin ella, el pájaro se caería de cabeza”, anota el especialista, destacando que el asunto es prueba de que “no fue un experimento casual” sino el resultado decantado de una mano experta, que “abre una nueva ventada sobre estas sociedades”. Y es que, como explica el diario español El País, “este descubrimiento es algo nuevo para China. Los europeos ya cuentan con un registro de arte paleolítico con figuras en tres dimensiones de hace unos 38.000 años. En Alemania, la figura más antigua que se ha encontrado: un caballo de unos cuatro centímetros. Sin embargo, en China, el repertorio es más escaso, no por no tener tradición artística en ese momento, sino porque la cultura neolítica y la edad de Bronce se llevaron toda la atención”. De allí el valor de la figura, la talla más antigua que se conoce del este de Asia sin un propósito funcional aparente.
Los días felices
Al explorador urbano Paul Talling le encanta perderse por las calles de Londres. A punto tal que se ha vuelto su oficio, como guía de walking tours que se centran en el costado menos conocido de la ciudad: ríos y canales perdidos, mansiones incendiadas, fábricas abandonadas, y las historias que se ocultan detrás. Por caso las de famosos pubs, bares y clubs, otra de sus especialidades, que antaño ayudaron a lanzar carreras de músicos ilustres y hoy languidecen en rincones olvidados de la ciudad, convertidos en lavanderías, restaurantes de pollo frito, viviendas sociales, iglesias evangélicas, estaciones de policía… De ellos se ha ocupado Talling estos últimos tres años, rastreando y documentando lugares perdidos que vieron los primeros chispazos del r&b de los 60s, el punk de los 70s, el pop de los 80s, y así. A los que dedica London's Lost Music Venues , su último libro, que acaba de salir en Gran Bretaña, y se pretende “guía fotográfica de 150 icónicos sitios de música en vivo que ya no existen, retratados tal como están hoy en día”. Fotos actuales y de archivo, carteles, tickets y anécdotas componen este portal del tiempo a un Londres más ecléctico y efervescente, que busca “trasportar a los días felices del jazz, blues, folk, rock, punk, indie de la urbe”. O sea, a espacios que, en sus momentos de auge, sirvieron a bandas como Deep Purple o Siouxsie & the Banshees para afinar por primera vez sus guitarras, a los Sex Pistols para arrancar su carrera… Entre ellos, el Rayners Hotel, hoy una escuela católica, que supo albergar shows antológicos de Prince Buster, realeza ska; o más cerca en la cronología, vio a una Amy Winehouse de 16 años hacer su debut con cuatro canciones. O el legendario The Roxy de Neal Street, hoy tienda de ropa deportiva, que en su poquísimo tiempo de vida devino santuario punk / new wave, con habitúes como Marc Bolan… O el Ricky-Tick, que en los 60s fue sede de grandes conciertos de Jimi Hendrix, Pink Floyd, Cream, los Yardbirds, también de las Supremes y las Tentations; y ahora es un descafeinado restaurant de comida rápida. “No todo es para echarse a llorar: algunos viejos bares resisten, como el Half Moon en Putney, o el 100 Club sobre Oxford Street. Pero es vital dejar documento de los que ya no están, donde algunos de los recitales más rompedores de la posguerra sucedieron”, dice Talling. Temeroso el hombre de que la coyuntura actual deje un saldo negativo: más salas de concierto cerradas en lo sucesivo…