A 400 kilómetros del corazón del conflicto, en la ciudad de Buenos Aires, el "Banderazo" trascendió el reclamo en torno a la expropiación de Vicentin y el supuesto avasallamiento de la propiedad privada. En el peor momento hasta la fecha de la expansión de la covid-19 en la Argentina, una multitud se reunió en el Obelisco y sus alrededores con poco respeto al distanciamiento social y con dos premisas colectivas claras: el rechazo al Gobierno y a la cuarentena. Fue una movilización numerosa y ruidosa. Los bocinazos fueron constantes, hubo cacerolas y silbatos, se entonaron el Himno Nacional y otros temas patrios.
Hubo gritos, muchos gritos. Rabia en palabras y miradas, por lo visto contenida durante todos estos meses de aislamiento. Una rabia que por fin encontraba su cauce. Puteadas. Cánticos de “que se vayan todos”; arengas de “viva la Patria”. Una bandera de “Nunca más” flameaba entre la gente. Otra advertía que “nos gobiernan montoneros”. Cada discurso era muy particular. Unidos conformaban una ensalada. Los había de todos los órdenes. Políticos, médicos, religiosos. Era una suerte dar con algún argumento coherente, como el del trabajador que está cobrando la mitad, el comerciante que debió bajar las persianas o el jubilado al que no le alcanza. También había de estos.
La de la Plaza de la República, fue la cara porteña de una movilización convocada por productores y sectores de la oposición ante el anuncio de la expropiación de Vicentin. Se anunció que se extendería a 60 localidades del país y comenzó este sábado en Sinsacate, en el norte de Córdoba. En Santa Fe, donde la empresa tiene su casa matriz, se produjo la mayor convocatoria. En CABA hubo cacerolazos en algunos barrios, como Núñez, Recoleta y Belgrano, y también bocinazos. Alrededor del Obelisco se agolparon muchísimos autos con carteles y banderas -aquí sí más claramente en torno a Vicentin- y por momentos quedó cortada parcialmente la calle.
“La elite mundial que nos maneja es satánica. Está eliminando a la población. Esto es una guerra del mal contra el bien. Una guerra espiritual. Ocultan la cura del cáncer, la quimioterapia mata, financian el aborto. Crearon esta falsa pandemia y está matando a más gente quedarse en casa que el virus mismo”, contó un parapsicólogo que había hecho anotaciones con tiza en el piso, en torno a masonería y numerología. Sabía, de todas maneras, que el suyo no era el discurso hegemónico de la concentración. Porque la gente, equivocada, “cree que esto es político, pero es espiritual”.
Al lado de las anotaciones de Miguel, un joven artista había hecho un dibujo de un político –“podría ser cualquiera”- sentado en un inodoro, defecando sobre un mundo cubierto con la bandera nacional. Era una intervención participativa. Algún manifestante había escrito la leyenda: “Chavistas hijos de puta, Argentina será su tumba”.
Patria, libertad, república, división de poderes. Contra la inflación, el avance sobre la propiedad privada y la expropiación de Vicentin. Contra el comunismo, una supuesta dictadura, cualquier parecido con Venezuela. Una saña particular con Cristina Fernández: una mujer sostenía un cartel con una foto de la vicepresidenta y de fallecidos "cercanos" a ella, como “su marido que la maltrataba” o el fiscal Alberto Nisman. No eran pocos los que señalaban esto. Que todos los que están cerca de Cristina mueren. No aparecían alternativas en el apocalíptico discurso político. No era mencionado Mauricio Macri, quien por la tarde tuiteó la foto de una bandera.
Salvo en el encendido discurso de Graciela, de 65 años, que había llegado desde La Matanza. “Me moviliza cómo nos roban hablando pelotudeces y empiezan a expropiar a la gente. Macri fue lo mejor que tuvimos. No estos chorros sinvergüenzas. Tres meses hace que estamos metidos dentro de la casa. ¿Hasta cuándo piensa seguir el payaso este? Voy a salir todas las veces que tenga que salir. Soy santafecina, sé quién es Vicentin. ¿Vos creés que se suicidó el custodio de Cristina? Qué se va a suicidar… algo les hará está sucia. Todos los que están cerca de ella mueren. Ahora dentro de dos días va a salir este hijo de puta (Fernández) a decir que tiene covid, para hacerse la víctima. Así como se victimizó ella cuando se murió el chorro del marido.”
“Encubrimiento, vidas robadas (pedofilia)” (con un retrato del papa Jorge Bergoglio), “Ciberpatrullaje es dictadura”, “Exigimos nuestros derechos, libertad ambulatoria”, “5G arma electromagnética genocida”, “Boludo, quedate en tu casa mientras ellos preparan tu horca; levantate y lucha”, “Falsa pandemia”, “No a la cárcel domiciliaria” eran algunos carteles. Había, aisladas, algunas fotos de Luis Espinoza y Florencia Morales. “Perón o Soros” decía una bandera que se extendía mientras el bloque de agrupaciones nacionalistas tocaba redoblantes y bombos.
Eduardo, un homeópata de 78 años que dice que el dióxido de cloro “destruye el virus”, sostenía uno de los tantos carteles que subrayaban el devenir de un “Nuevo orden mundial”. “Todo lo que está aconteciendo es una agenda del gobierno en las sombras, profundo, que tiene como principales jefes de todo esto a Soros, Bill Gates, los Morgan… una serie de financistas que pretenden disminuir a la población mundial y controlar a través de la nueva tecnología y de vacunas que están enfermando a la población”, sugirió el hombre, y aclaró que estudia el tema hace más de 40 años. "Secuestran gente en las villas, les hacen tests compulsivos, todos truchos, de China. Y les meten el virus. No existe el contagio directo”, planteaba Nicolás, y distinguía cuatro etapas en el "genocidio" de Fernández.
La hipótesis de que el virus no existe no era la que más resonaba en los testimonios; sí la que sugiere que la pandemia es falsa. “Si esto fuera una pandemia la mitad del país debería tener covid-19. Es un virus más. No llamemos pandemia a lo que no es pandemia. Pandemia es el sida, que desde el ’80 sigue vigente. Dudo de las cifras. Me cansé de la mentira y de no poder trabajar. El permiso no es válido para los argentinos que trabajamos en negro. No uso barbijo ni alcohol. Nada de lo que los medios nos vendieron que usáramos. Y sigo viva a la altura de la fecha”, concluía Alba Luz, vendedora ambulante de 28 años. La mayoría de los manifestantes llevaba barbijo. Pero sobre todo cuando un auto apareció con parlantes para que entonaran el himno, fue difícil el respeto del distanciamiento social.