Entre los cerros de Valparaíso y un puerto que hasta hace poco lucía repleto de turistas, el coronavirus avanza sin freno. La ciudad más pintoresca de Chile, antigua cuna del comercio marítimo y la bohemia, se hunde entre la pobreza estructural y los efectos de la pandemia. Con los funiculares cerrados, un tipo de ferrocarril usado en grandes pendientes, pocas personas suben y bajan a pie con sus compras en esta región de Chile marcada por el estallido social al que ahora se suma el nuevo virus. El poeta Pablo Neruda definía a Valparaíso como un "puerto loco" y "desgreñado" al que la vida sorprendía siempre a medio vestir. Hoy, la ciudad es uno de los principales focos del coronavirus en Chile, donde la pandemia parece no tener freno y se registran hasta el momento 236.748 contagios y 7.144 muertes. La Región de Valparaíso, que incluye el puerto de San Antonio, con más de 1,8 millón de habitantes, tiene cinco alcaldes que ya dieron positivo de covid-19. Allí son 9.014 los casos confirmados y 158 las víctimas fatales.
"Se tiene una imagen errónea de lo que es Valpo porque somos Patrimonio de la Humanidad, pero estamos botados a nuestra suerte", aseguró Gonzalo Evaristo. Sin trabajo y apelando a sus últimos ahorros, Evaristo abrió una panadería hace apenas unos meses, cuando el coronavirus todavía no había salido de China y Valparaíso se recuperaba de las fuertes y masivas protestas que estallaron en Chile en octubre del año pasado contra el gobierno de Sebastián Piñera y un modelo económico profundamente desigual. "Creo que era el único que en febrero buscaba locales para arrendar. Muchos negocios fueron saqueados y quebraron. La panadería nació y se está criando en la adversidad", bromeó el comerciante.
Según el centro de estudios Espacio Público, los casos de coronavirus crecieron en Valparaíso un 121 por ciento durante la última semana de mayo, lo que obligó al gobierno chileno a decretar el viernes pasado el confinamiento total en la región. Los expertos temen que la pandemia agudice la situación en la que viven muchos porteños, con trabajos informales y viviendas precarias, en muchos casos sin agua corriente ni calefacción.
Se estima que el 19,5 por ciento de la región a la que pertenece Valparaíso sufre pobreza multidimensional, y que en la propia urbe hay 55 mil familias en situación de gran vulnerabilidad. "Una emergencia así supone una dificultad para todos, pero aquí tenemos una situación de fragilidad que hace muy complicado quedarse en casa", sostuvo recientemente el alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp. Para el edil, el gran problema es que el puerto tributa en Santiago: "Es clave que la riqueza que se genera en la ciudad se quede aquí. Valparaíso ha sufrido la indolencia y el abandono del Estado", agregó.
Puerto fantasma
Apoyado sobre una baranda del Muelle Prat, Patricio Puyó miraba a su lancha chocar con otros botes. No la pone en marcha desde marzo, cuando el gobierno cerró las fronteras por el avance de la pandemia, y huyeron los pocos turistas que se atrevieron a llegar a la región. "Los años buenos fueron los 90, cuando los argentinos estaban bien y llegaban muchos cruceros. Desde entonces no levantamos cabeza", se lamentó Puyó.
Conocida por sus casas multicolores y sus centenarios funiculares que conectan los cerros empinados, Valparaíso fue durante muchos años uno de los puertos más importantes del mundo. Su efervescencia enamoró a Neruda, cuya casa sigue siendo uno de los atractivos de la ciudad, junto a las múltiples tabernas que sirven pescado fresco. Hoy, esos negocios están cerrados y sólo ofrecen comida para llevar.
La politóloga Andrea González, del think-tank Chile 21, aseguró que el declive de la ciudad no fue inmediato, sino sostenido durante décadas, y comenzó "cuando se inauguró el Canal de Panamá y los barcos dejaron de atravesar el Estrecho de Magallanes". Varios incendios y terremotos devastadores, la construcción del cercano puerto de San Antonio y la huida de las clases pudientes a Viña del Mar envolvieron a la ciudad en una espiral de decadencia, que se aceleró con la reciente crisis social.
Ollas comunes contra el hambre
Una pequeña cartulina señala la entrada a la olla común de la población Miguel Lucero, en el cerro Rodelillo. A su lado, otro cartel con el popular emblema de la pandemia: "O nos mata el corona o nos mata el hambre". "Hoy hemos hecho fideos con verduras y ya se han acercado más de un centenar de vecinos para recoger sus raciones", comentaba Héctor Garay, uno de los organizadores de esta iniciativa vecinal, cada vez más extendida en el puerto y el resto del país y que persiste a partir de donaciones particulares.
El sociólogo de la Universidad de Chile, Nicolás Angelcos, recordó que las ollas comunes aparecieron en la década de 1920, pero se hicieron muy populares con la crisis de 1982, en plena dictadura. "Están relacionadas con la autogestión y la solidaridad y son la muestra de la ineficiencia de un modelo de protección social que todavía se resiste a políticas de bienestar de largo alcance", apuntó Angelcos.
El gobierno chileno aprobó recientemente un paquete de medidas para los más vulnerables, que incluye subsidios y 2,5 millones de cajas de alimentos, pero muchos denuncian que esa ayuda es insuficiente. "Que se prepare Piñera porque el segundo estallido social va a ser más duro", alertó una mujer a la que todos en el barrio llaman Tía Sole, mientras removía los últimos fideos que quedaban en la olla.