La imagen de Edson Arantes do Nascimenio. Pelé, en andas, mientras un grupo de mexicanos intentaba colocarle un sombrero de charro, recorrió el mundo a través de la televisión. Minutos antes, el estadio Azteca de la ciudad de México había asistido a una de las obras colectivas más bellas de la historia de los mundiales: el cuarto gol brasileño a los italianos, concretado por Carlos Alberto, luego de que la tocaran seis jugadores con la casaca verdeamarilla sin que pudiera intervenir ninguno de los once italianos. Fue hace 20 años.
Esta tarde del 21 de junio de 1970 Brasil le ganaba 4-1 a Italia, conquistaba el tricampeonalo y conservaba para siempre la Copa Jules Rimet, una estatuilla fabricada en oro macizo sobre una base de piedra preciosa, de 30 centímetros de altura y cuatro kilos de peso. Pero el destino quiso que los brasileños no pudieran conservarla como trofeo permanente. En 1983 fue robada de la sede de la Confederación Brasileña de Fútbol, en Río de Janeiro, y fundida por los ladrones.
Pero más allá de la desaparición de la Copa (la CBF hizo una réplica en 1984), el equipo brasileño de 1970 sigue siendo todo un símbolo, para muchos la máxima expresión colectiva e individual futbolística de este siglo.
Sin embargo, la conformación de ese plantel estuvo signada —como suele ocurrir siempre con los seleccionados brasileños— por la polémica. El primer director técnico fue el periodista Joao Saldanha, quien se atrevió a dejar al mismísimo Pelé en el banco en un partido por las eliminatorias, argumentando que el genial jugador tenía problemas en la vista. La decisión provocó una ola generalizada de protestas, que culminaron, tiempo después, con la destitución del entrenador. No obstante. Saldanha tuvo el gran mérito de convocar para esa selección a jugadores que en sus clubes cumplían funciones similares: Pelé, Tostao, Rivelíno, Gerson y Jairzinho. "No es posible dejar a ninguno afuera, que juegen todos", dijo su sucesor, Mario Lobo Zagalo, quien había sido campeón en el '58 y el '62 como jugador; siguió el mismo criterio y confirmó a todos los números 10.
De todas maneras, cuando la selección brasileña llegó a Guadalajara, las dudas persistían. El grupo era uno de los más difíciles y en los partidos previos las figuras no habían armonizado. En el debut debían enfrentar a Checoslovaquia, que se puso en ventaja a los pocos minutos de iniciado el encuentro. Pero la formidable reacción a partir de un gol excepcional de Pelé (la paró con el pecho en el área y definió cuando bajaba) hizo que el resultado final fuera de 4-1 y que la mayoría empezara a creer.
Luego de derrotar a Inglaterra (golazo de Jairzinho) y Rumania, en los cuartos de final enfrentó a Perú, que con la dirección de Didi había sido una de las sorpresas de la primera ronda, por su juego vistoso y efectivo. Ganó Brasil 4-2 y el paso siguiente era Uruguay. El fantasma del Maracaná rondó por la mente de los brasileños cuando los uruguayos abrieron el marcador, pero también reaccionaron con gran jerarquía y finalizaron ganando 3-1.
La final debía enfrentar a dos escuelas: la tradicional sudamericana y la europea, representada por Italia, que había derrotado a Alemania en un encuentro histórico por lo cambiante del resultado. Los italianos estuvieron en ventaja durante todo el encuentro, pero a 20 segundos del final, Schnelinger logró la igualdad. Tiempo suplementario. Muller puso el 2-1. Italia no bajó los brazos. Burgnich alcanzó el empate y Riva colocó el 3-2 que parecía definitivo. Pero no: Muller consiguió la igualdad y cuando nadie lo esperaba. Rivera obtuvo el 4-3 y el pase a la final.
El encuentro decisivo se jugó ante una gran expectativa. Brasil debía concluir su obra ante un rival duro, que imponía la marca como argumento. Pero a los 17 minutos, los brasileños se pusieron en ventaja con un gol estupendo de Pelé. Rivelino metió un centro a la salida de un lateral. Pelé se elevó en el área, le sacó medio metro de ventaja a su marcador y puso el frentazo lejos del alcance del arquero. La foto del excepcional jugador en el aire con los ojos bien abiertos es uno de los mejores testimonios de concepción estética en el fútbol.
Después, llegó el empate de Boninsegna, pero Gerson y Jairzinho colocaron el 3-1. A cuatro minutos del final, la obra de arte de Carlos Alberto, esa que quedó grabada para siempre como símbolo del "mejor equipo del siglo".
* Texto publicado en Página/12 durante el Mundial de Italia 90.