El día del padre evoca al amor y al reconocimiento hacia la figura del padre. Si bien el acontecimiento queda sujeto a los intereses del mercado, no es así para la mayoría que quiere festejarlo, sentirlo o ignorarlo. Toca un punto sensible en relación a la familia.
Hoy, la cotidianeidad sustentada en la vida familiar: llevar los chicos al colegio, el trabajo, el club, novios, amigos y asaditos del domingo, se ve confinada por la aparición de la pandemia. EL confinamiento obliga a una distancia infranqueable entre los cuerpos, distancia entre hermanos, amigos, amantes, y, claro está, en muchas ocasiones entre padres e hijos.
Si estoy lejos ¿cómo poder abrazar a mi padre en su día? Pregunta sencilla que derriba todas las complejidades e incertidumbres que atraviesan nuestro caótico presente. Parecería que la emergencia de la pandemia ha perturbado el lazo y la posibilidad de homenajearlo.
La irrupción de la ciencia y el mercado, ya hace tiempo han trastrocado el lazo y el amor al padre, mucho antes de la aparición del covid. No es de ahora que se destruye y modifica el lugar del padre, tanto en el campo de lo social como en el campo del amor.
En lo social, el padre, hoy más que nunca, parece comportar un lugar del que se puede prescindir. Ya no está garantizado ni desde lo económico, ni desde lo legal, ni desde el punto de vista sexual. Mucho menos desde la autoridad. La intromisión del discurso de la ciencia en conjunción con el capitalismo hizo que la reproducción se desprenda de los lazos sociales y familiares tradicionales. Hoy es posible traer un niño al mundo sin necesidad de padre, de pareja parental. El acto sexual como imprescindible para la procreación, quedó fuera de juego.
Suele entenderse que tal arrasamiento debilita la función del padre. Pero ¿estamos seguros de que las nuevas formas de parentalidad borran al padre en su función? ¿Acaso aquella trama familiar tradicional tejida de religión y autoridad aseguraba amor y respeto?
Ser padre no depende de modelos tradicionales o actuales y científicos, sino del lazo que cada quien, desde su singularidad y posibilidad afectiva, pueda crear con un niño, o un ser al que reconozca como hijo. Una psicoanalista francesa, Francoise Dolto, decía que todos los hijos deben ser adoptados. Esto significa que el lazo sanguíneo no asegura la paternidad, es preciso adoptar al niño, asumirlo como propio. Sólo el amor, la transmisión de los valores de acuerdo a la moral de cada quien, los cuidados, ahíjan a esas personitas.
Tiendo a pensar que, por más que las consignas tradicionales del padre hayan caído, por más que las pandemias arrasen, la función no tiene porqué dejar de ser eficaz. La función del padre la puede ejercer cualquiera que ofrezca su cuerpo, su pulsión, su libido, a una palabra que vehiculice el cuidado, la protección, el deseo hacia un niño.
Para el psicoanálisis, prescindir del padre significa otra cosa, significa que el hijo ya no lo precisa para hacer la propia vida, que ya es hora de levantar vuelo y encontrar el amor y el deseo de cara al mundo, así como también la desdicha ¿por qué no? Significa comenzar un camino, valiéndose de los instrumentos que le fueron ofrecidos por su padre para encararlo. Es por eso que, del padre se prescinde a condición de que no haya faltado. Y no necesariamente cuando falta de casa. Muchas veces se ausenta en su propia palabra dirigida al niño.
Recuerdo una historia que me relató una colega: El padre abraza a la madre. El niño dice al padre, al más puro estilo freudiano “cuando sea grande me voy a casar con mamá”. El padre responde, al más puro estilo progre “hay que ver si cuando seas grande te gustan las mujeres.” No estoy muy segura de que en esa respuesta haya un papá. Allí se confunde “madre” con “mujer”. El niño habla de su mamá y precisa que su padre lo mande a jugar para luego, cuando sea grande, elegir a quien le plazca.
Para finalizar, hay una frase de Lacan donde dice: Un padre no tiene derecho al respeto sino al amor… Allí hay algo fuerte que tal vez, en el Día del Padre, nos resuene. El respeto al padre, así dicho, evoca autoridad, instaura una distancia vivida por las generaciones que nos anteceden. Hoy el respeto ya no es lo que se le debe al padre, no así el amor.
Desde siempre se le exigió al padre un amor para todos, universal e igualitario. Hoy ese padre no existe. No hay El Padre sino más bien un padre, con minúscula y en su singularidad.
Actualmente nos encontramos, ya no con hijos que reclaman el amor del padre sino con padres que se quejan amorosamente porque sus hijos no los llaman por teléfono, porque no recurren lo suficiente a ellos, demandan amor y reconocimiento a sus hijos. Los reclamos amorosos son un buen signo en tiempos de arrasamiento. Vaya un homenaje a los padres, los jóvenes, los viejos…
Cecilia Domjian es psicoanalista, miembro de Encuentro Clínico Lacaniano. Asociación Psicoanalítica. Río de la Plata.