Aquel Brasil campeón mundial de 1970 fue mucho más que la mejor selección de todos los tiempos. También resultó la consagración de la fabulosa cultura brasileña de los años ‘60. Vinicius, Tom Jobim, Joao Gilberto, Chico Buarque y Caetano, la bossa, el samba y el Cinema Novo dieron la vuelta olímpica del brazo de Pelé aquella imborrable tarde del 21 de junio de 1970, hacen hoy 50 gloriosos años.
Sobre el césped del estadio Azteca de México, aquel mismo que en 1986 fue testigo de la consagración mundial de Diego Maradona, el fútbol llegó hace medio siglo a su cota máxima de espectacularidad y belleza. Brasil, con cinco números diez puestos sobre la cancha, apabulló 4-1 en la final a aquella Italia del rígido catenaccio defensivo y se llevó su tercera Copa del Mundo en 12 años. Pero nada de esto resultó casual. O un simple alineamiento favorable de los planetas.
El Brasil campeón mundial de 1970 tuvo a Pelé en toda su majestuosa plenitud, y apenas un paso por detrás de él, a seis supercracks: Jairzinho, Gerson, Tostao, Rivelino, Carlos Alberto y Clodoaldo. El discreto arquero Felix y los correctos defensores Wilson Piazza, Brito y Everaldo completaron una máquina de fútbol imparable que jugó y ganó seis partidos, hizo 19 goles y le hicieron 7. Y que medio siglo más tarde es considerado el mejor equipo de todos los tiempos junto con el memorable Barcelona de Pep Guardiola y Lionel Messi.
Tras haber sido eliminado en primera rueda en el Mundial de Inglaterra en 1966, Brasil se jugaba mucho en México. Y Joao Havelange, por entonces presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, no tuvo dudas de lo que había que hacer: se tomó un avión hasta Houston (Estados Unidos) y contrató a los entrenadores de los astronautas estadounidenses que se preparaban para llegar a la Luna, para que les armen a Claudio Coutinho y Carlos Alberto Parreira, los dos preparadores físicos de la Selección, un plan de trabajo a dos años: el de las Eliminatorias (1969) y el de la Copa del Mundo, un año más tarde.
Por entonces, a esa Selección la dirigía un periodista. Joao Saldanha era el influyente comentarista de Radio O'Globo y un hombre de claras ideas de izquierda que por esa razón, era mirado con recelo por la dictadura que encabezaba el general Emilio Garrastazú Medici. En las Eliminatorias, Brasil arrasó: le ganó de ida y vuelta a Paraguay, Colombia y Venezuela con 23 goles a favor y dos en contra.
Pero ni siquiera eso lo salvó a Saldanha: como se negó a poner de titular a Darío, el centrodelantero de Atlético Mineiro, el equipo del que era hincha el presidente, luego de dos amistosos con Argentina a principios de 1970, la dictadura le pidió la renuncia. Havelange no quiso correr riesgos. Y colocó en su lugar a Zagalo, bicampeón mundial como jugador en 1958 y 1962 e insospechado de cualquier proximidad con el comunismo.
En las eliminatorias y en aquella serie en la que Argentina ganó 2-0 en Porto Alegre (Mas y Conigliaro) y perdió 2-1 en el Maracaná con un golazo de Pelé a siete minutos del final, jugaban solo tres de los cinco diez: Pelé (Santos), Jairzinho (Botafogo) y Tostao (Cruzeiro), quien a punto estuvo de quedarse fuera del Mundial por una seria lesión en el ojo izquierdo que le redujo la visión. Gerson (San Pablo) recién fue incluido por Saldanha ante los argentinos y Rivelino (Corinthians) era suplente y entraba de a ratos.
Brasil llegó un mes antes a México para adaptarse con mucho tiempo a la altura y al calor. Y una tarde, Jairzinho, Gerson, Tostao y Rivelino se juntaron y repartieron camisetas y funciones. Fueron ellos y recién después Zagalo quienes decidieron que en el Mundial debían jugar los cinco diez: Pelé, quien no participó de esa reunión, fue el único al que se le respetó el número y la posición, suelto por todo el frente de ataque. El resto tuvo que reacomodarse para poder estar en la cancha.
Jairzinho eligió arrancar como extremo derecho pero aparecer por todos lados. Gerson se ofreció cómo volante por la derecha a partir del poder y la precisión mortífera de su pie izquierdo. El otro zurdo, Rivelino, aceptó jugar como un extremo izquierdo pero más retrasado. Y Tostao, a pesar de su visión mermada, aceptó ser el centrodelantero, pero sin ir tanto de punta, saliendo a los costados y generando claros para la llegada de sus compañeros de ataque, de Clodoaldo, el extraordinario volante central y de Carlos Alberto, el potente lateral derecho. De defender se encargarían sólo Brito, Piazza y Everaldo. El resto, todo al frente.
La fórmula propuesta por los jugadores y aceptada por Zagalo, se probó recién en el último amistoso previo al Mundial (5-2 ante León). Y como todos quedaron conformes, así salieron a jugar el 3 de junio en Guadalajara ante Checoslovaquia. Empezaron perdiendo 1-0. Y lo dieron vuelta 4 a 1 con un gol de tiro libre de Rivelino, dos de Jairzinho y el restante de Pelé. O Rei pudo haber hecho otro para el recuerdo. Desde la mitad de la cancha, lo vio adelantado al arquero checo Viktor y le pateó desde ahí. La pelota salió al lado del palo izquierdo.
Con un equipo que al talento deslumbrante de sus jugadores le sumó una preparación física extraordinaria, el resto de ese Mundial, el primero que se vio en directo en la Argentina a través de Canal 13 con los relatos de Ricardo Arias, fue una marcha triunfal para los brasileños. A Inglaterra le ganó 1-0 con un gol de Jairzinho, luego de que Gordon Banks, el arquero inglés, le sacara un cabezazo de pique a Pelé en una de las grandes atajadas de la historia. Con Rumania fue 3-2 (dos de Pelé y uno de Jairzinho), con Perú ya en cuartos 4-2 (Tostao 2, Rivelino y Jairzinho) y con Uruguay en semifinales 3-1 (Clodoaldo, Rivelino y Jairzinho), luego de haber estado otra vez 0-1 abajo.
En la final, hace medio siglo en el estadio Azteca, hizo saltar genialmente por el aire a la rigidez defensiva de los italianos. La humilló 4-1 con goles de Pelé, Gerson, Jairzinho y Carlos Alberto. Este último, una obra maestra del buen gusto y la contundencia. Brasil del '70 fue lo máximo que se ha visto en una cancha. Y el que no lo crea así, tiene cientos de videos y documentales en You Tube para comprobarlo. Ese equipo lo tuvo todo: técnica, belleza, magia, clase y fervor. El arte y la ciencia aplicados al fútbol. Al mejor Pelé y a seis supercracks. Por eso, fue y sigue siendo, medio siglo después, el espectáculo más grande del mundo.