El plateísta tomó la baranda con sus manos a la altura de la cintura y, sin temor de caer al vacío por la ausencia de un alambrado, se inclinó hacia adelante manteniendo un equilibrio suficiente para evitar perder los anteojos en la acción y lanzó el grito que desató la tormenta.
—¡¡Andá a comerte una banana, mono!!
Una tormenta habitual en la naturaleza de los estadios. Es que las agresiones racistas muchas veces son pasadas por alto u omitidas y otras tantas terminan camufladas en el collage del ‘folclore del fútbol’.
La previa
Poco antes de las ocho de la noche del pasado 30 de enero, el plantel de Aldosivi arribó al estadio José Amalfitani para romper el hielo en la fecha 18 de la Superliga. El partido había sido pautado para el martes 28 (17.35), pero luego de unas modificaciones en el calendario se jugó el jueves siguiente y por la noche. El vestuario visitante estaba ambientado por los utileros del Tiburón, cuando los futbolistas procedieron a alistarse. Entre ellos, en el grupo que se prepara, está el colombiano Sebastián Rincón, hijo de Freddy -histórico volante que disputó tres Mundiales con la selección cafetera-. A diferencia de su padre, Sebastián es delantero y no tiene muchos rituales en la previa a la competencia. De hecho, toda su energía se va hacia eso intangible que es el enfoque y la concentración, porque las mariposas siempre le revolotean el estómago en la antesala de un partido. Le pasó en Estados Unidos, Portugal, Tigre y hasta en en su propia Colombia. Es así cómo vive y siente el fútbol.
—Siempre llego e intento estar muy tranquilo, pero es muy difícil. Trato de no pensar, me muevo para evitar la tensión y siempre me encomiendo al Señor. Tengo fotos de mis familiares, porque son mi motivación.
Se encomienda porque es religioso. La imagen de su “mamá, papá y hermanos” y la leyenda "Todo lo puede y es Cristo el que me fortalece. El tiempo de Dios es perfecto" están grabadas en las canilleras que usó aquella noche. Las tapó con las medias y el ruido de los tapones sobre el piso marcó el camino hacia el campo de juego.
El escenario se encuentra "al alcance de las manos" del espectador, cualidad que hace del Amalfitani un verdadero teatro para ver fútbol. El césped está apenas unos metros por debajo del nivel de la platea norte y esa cercanía hace que el aliento de la hinchada sea más palpable para el rival. Los titulares de Aldosivi pisaron la cancha con dirección al círculo central, mientras que Sebastián y el resto de los suplentes se dirigieron al banco por un camino paralelo a la línea del lateral.
La agresión
Si ya de por sí son pocas las personas que recuerdan el altercado, mucho menos son las que saben precisar cuándo empezó. Lo cierto es que pocos minutos después de iniciado el partido, el banco completo de Aldosivi se levantó con vehemencia a reclamar un fallo del árbitro. En ese momento la voz de un hincha se empezó a distinguir entre el murmullo general. En un principio, Sebastián y sus compañeros no le dieron importancia, pero ni bien tomaron asiento, la voz se transformó en un grito.
—Estaba muy pesado hablando, hablando y hablando. Decía simio. Decía come bananas y todas esas cosas.
Sebastián recuerda que miró a Nazareno Solís, a quién tenía a su lado, y le adelantó que reaccionaría, como finalmente lo hizo a los pocos segundos. Salió eyectado del banco y giró hacia la platea con los ojos abiertos como un dos de oro.
—Mis compañeros en Aldosivi saben que cuando me pongo bravo, cuando me caliento, se me abren los ojos y dicen que soy un poco intimidante.
Escaneó la platea y se sorprendió al encontrar a su agresor a pocos menos de distancia. El plateísta, un poco asombrado por la réplica, dejó de gesticular y quedó expuesto ante las luces del estadio.
—A las agresiones racistas las tomo por el lado de que me quieren desestabilizar emocionalmente. Tal vez puedan hacerlo con otras cosas, pero no con el tema de mi raza y el color de mi piel. Estoy muy orgulloso de ser negro.
Varios de sus compañeros salieron a frenarlo y a evitar que fuera a buscar al agresor. "Me alteré un poco por lo pesado que estaba", aclara. Al mismo tiempo, un integrante del cuerpo técnico estiró la cabeza por un costado y relojeó con desconcierto y curiosidad tratando de ubicar al responsable de un ataque de ese calibre, como si se tratara de algo contradictorio viniendo desde un lugar tan exclusivo. En el forcejeo y zafando uno de sus brazos, Sebastián apuntó con su dedo índice al plateista y, en un cara a cara virtual, le recriminó la agresión. "Si nos ponemos a contar las veces que nos han dicho eso en un terreno de juego para desestabilizar, no puedo llegar a enumerarlas porque son muchísimas", admite sin ánimo de relativizar, sino más bien con la intención de destacar la frecuencia.
Cuando recuerda la escena, casi cinco meses después, Sebastián comenta que simplemente buscó asustar al hincha, pero la postal de aquella reacción tan sentida y visceral contrasta con esa teoría. "Yo estaba al lado de Solís y le dije, ‘voy a hacerme el caliente para que pare’", explica. Más allá de ese detalle, el grito existió. "Desde ya que no está bien que lo hagan", insiste y aplica una mirada profesional para profundizar en el asunto.
—Por compañeros que me lo han dicho, son cosas que te sacan del partido. Ya no pensás en entrar y hacer las cosas bien para tu equipo, quedás fuera de foco pensando en lo que te gritaron y en la bronca que tenés. Querés ir a romperlo todo al que dijo eso. Indignan esas mentalidades. Muchas cosas pasan por la cabeza cuando atravesás una agresión de este tipo..
A diferencia de otros tiempos, Sebastián encontró claridad y solidez para transitar como profesional esos momentos complejos desde lo emocional. Asegura trabajar con psicólogos deportivos, aunque nuevamente deja entrever la figura de la familia como la motivación para no flaquear ante el racismo.
—Si uno se deja afectar por esas agresiones, el que está mirando el partido por la tele no va a entender por qué bajó tu rendimiento. No van a pensar en que, tal vez, un jugador rival o un hincha te está diciendo cosas racistas, sólo va a pensar que estás jugando mal. Entonces, uno tiene dos alternativas: Me dejo afectar y pongo en riesgo el partido o lo tomo como una motivación para refutar con hechos y demostrar que la otra persona está equivocada. Obviamente que es muy difícil. Muy difícil. Hay que tomarlo así, porque es uno el jugador profesional y el que está buscando un mejor futuro para su familia.
—¿Tu papá te aconsejó de chico para manejar esas situaciones?
—A vos te pueden decir las cosas, pero hasta no vivirlas, no vas a entender. Yo sufrí el racismo desde que era muy pequeño, porque ya cuando jugaba en inferiores me decían algo al ser muy alto o también porque estudiaba en un colegio en el que creo que yo era el único negro. En algún que otro momento sentí el racismo, pero no me afectaba y muchas veces lo tomaba como chiste. Cuando se volvía muy repetitivo, uno ponía un freno y se hacía respetar. Cuando crecés y aprendés, le das importancia a no meterte en problemas con quienes sólo quieren llamar la atención.
Como todo buen caleño o caleña, se inició en el fútbol jugando en las calles del barrio, armando arcos con ladrillos o con sus propias ‘chanclas’. "Nos hacíamos mierda los pies", recuerda. Pero también se formó en las inferiores del Deportivo Cali. Ambas, además de la propia vida en la ciudad, fueron las escuelas que moldearon su carácter.
—Cali es una ciudad alegre y salsera, con personas muy amables, humildes y trabajadoras. Hay muchos que están en la pobreza extrema, pero a pesar de nuestros problemas políticos y económicos, la gente sigue adelante. Existe una mentalidad de guerreros que nos hace salir a buscar nuestros sueños. La ciudad te enseña a perseverar.
La cadencia de su acento es muy diferente al de un rolo (nacidos en Bogotá) o un costeño (Caribe), pero para el oído argentino es nítidamente colombiano. Mientras dialoga con Líbero, se escucha de fondo el ruido de platos y cubiertos. Sebastián se dispone a almorzar y se encuentra delante de un plato de arroz con camarones -”comida de mar”, precisa-. Habla desde el Valle del Cauca y responde con convicción sobre la impunidad de toda persona que cae en el racismo.
—No sabe el daño que puede causar y lo hace igual porque piensa que nadie se va a dar cuenta. Nunca se sabe si a quien se insulta es familiar de alguien que murió como víctima del maltrato racista, como el caso que se está viviendo ahora en Estados Unidos -en referencia al asesinato de George Floyd a manos de la policía de Mineápolis-. Tenemos que ser más conscientes de las cosas que vamos a decir, porque nadie sabe la historia de nadie, traumas o cosas que se han vivido.
Sebastián llegó a ver con claridad el rostro de quién le gritó. "Mirá que era un tipo grande, eh. De pronto su papá lo hacía y él aprendió. Vélez también tiene a un jugador negro, su arquero (Alexander Dominguez). Entonces -plantea-, ¿qué vas a hacer?, ¿vas a putear todo el partido a tu arquero porque es negro? Es ignorante. O por ahí pensó que me iba a desestabilizar emocionalmente y para nada, ¡me motivó!”. Al indagar, el colombiano cree saber por qué esa y otras personas optan por una agresión de ese tipo.
—Es un plateísta que está ahí sentado y que tal vez es un frustrado que en la casa no puede hablar. O un frustrado que por ahí quiso jugar al fútbol y no pudo y que desahoga todo su dolor y rabia en la cancha, como lo hacen muchas personas. Es gente que no te va a aportar nada en tu vida y nada en tu carrera.
El post
Atraídos por el tumulto en la zona baja, varios agentes se pararon entre el banco de suplentes visitante y la línea del lateral. De cara a la platea que da hacia la Avenida Juan B. Justo, llevaron sus radios a la bocas en una clara señal de estar dándole indicaciones a algún compañero o compañera en la zona alta. Y más allá de que después del episodio se vio y se escuchó al hincha en cuestión ‘relatar’ el partido desde su ubicación, Sebastián recuerda con buenos ojos la intervención policial aunque aprovecha para cambiar el enfoque hacia un asunto también importante: La igualdad.
—Tomaron las medidas correspondientes. La verdad que en ese sentido yo estoy muy agradecido con ellos y espero que eso sea un ejemplo, no solamente por el tema de la raza, también por la religión y a la orientación sexual. Hoy en día estamos en un momento de la vida en el que tenemos que estar libres y poder tomar la orientación religiosa y sexual o lo que sea que queramos.
La lesión de Fernando Gago desencadenó en el debut oficial de Ricardo Centurión en el conjunto local. Aquel cambio, claro, es mucho más recordado que el ingreso de Sebastián por Gonzalo Verón en el inicio del segundo tiempo. El colombiano, al que le resta un año de contrato con el Vitória Guimarães (Portugal), había ido al banco por no estar físicamente al ciento por ciento, pero aquella noche tuvo la oportunidad de jugar.
—Yo sólo estaba pensando en hacer un gol e ir a gritárselo -al plateísta-. Pero me quedé tranquilo porque entré y fui parte de la acción del empate.
El pitazo final de Hernán Mastrangelo sentenció el 1-1 en Liniers y archivó aquella agresión en la memoria de Sebastián."Se ve en muchas partes, no sólo en Argentina. Fue algo que sentí en Portugal y también en Colombia”, enfatiza sobre un hecho que, sin importar el género o la categoría del torneo, tal vez es similar a muchos otros que terminan naturalizados en el fútbol. Una vez, cuando jugaba en Tigre, la voz del estadio lo bautizó como “La Pantera” y el apodo quedó en manos del público y la prensa. Quizá no tenga que ver con el fútbol y sí con la sociedad.
—Espero que con esto, por poco que sea, uno pueda colaborar y contribuir ayudando a muchos. No veo cómo se puede discriminar a alguien por el color de piel, cuando todos somos iguales y, si lo veo desde la religión, también somos hermanos. En vez de estar reunidos, nos dividimos por estupideces.