“Más triste que gitano en cuarentena”, dice Diego el Cigala y larga una carcajada, mientras encuadra la cara gozosa en la ventana del Zoom. “Qué decir, hombre, de este virus que nos ha cambiado la vida”, resume el cantaor en videoconferencia con Página/12 desde su casa de Punta Cana, en República Dominicana. Quiere hablar de Cigala canta a México, un disco nuevo de “bolerismos y cadencias flamencas”, como él mismo lo define, editado por Sony y ya colgado en las plataformas digitales, pero el tema obligado de cualquier inicio de conversación aquí y en el mundo es la pandemia. “Pues bueno, este es un disco covid”, acota y aporta lo suyo a lo que en un futuro próximo podría ser una categoría discográfica. “Somos novios”, “El gato bajo la lluvia”, “Si tú me dices ven” y “Bésame mucho”, son algunos de los temas elegidos. “Los temas que sentía que me hablaban, que me despertaban el romanticismo”, asegura.
Al frente de los ojos saltones, por el narizón levantisco de Cigala desciende la mirada gitana que se clava en la pantalla. “Lo que más deseo es salir a cantar este disco, me siento como aquel halcón enjaulado”, dice con la voz del que suplica a la María Santísima de las Angustias Coronada, la Virgen de los gitanos. “Me cuesta mucho entender lo que estamos viviendo en el mundo. Es un verdadero caos, no hay conciertos, la economía se desploma y está todo hecho cacho. De esto se va a restaurar nada en poco tiempo. Al lado de esto el crack del ’29 es moco de pavo, porque no es sólo un país, es el mundo entero”, continúa y enseguida calla. Suspende la sonrisa por un momento, se acaricia la barba con la mano izquierda y cuando la cruza con la derecha relojes, pulseras y anillos chispean en un despelote de dorados que desde las muñecas le baja hasta los dedos. “Pero la voy llevando tranquilo, con mi familia, esperando que aparezcan señales concretas de que esto se está yendo. En realidad todo este tiempo sin trabajar, sin viajar, me ha servido para estar más con mis hijos y eso ha sido una gran cosa”, vuelve.
“Cigala canta a México es un discazo, estoy muy contento de lo que salió y no veo las horas de poder llevarlo en directo a los escenarios. El año que viene andaremos por Argentina”, se entusiasma enseguida. “Esta felicidad que tengo la comparto con Jumitus –Jaime Calabuch, pianista leal del cantaor y productor artístico del disco–. Sin él nada de lo que hicimos hubiera podido ser. Juntos empezamos un trabajo arduo en México, grabando con Mariachi Gamma 1000, el Trío de Chucho Navarro –hijo del fundador del Trío Los Panchos–, La Sonora Santanera, Los Macorinos, el Mariachi Vargas y todos esos genios del bolero. Terminamos justo de grabar en México cuando nos agarró la pandemia, el mundo se estaba cayendo y yo me encerré diez días en el estudio para ponerle voz a lo que habíamos elaborado allá, así pude ponerme a terminar el disco que empezamos a hacer en enero”, cuenta el cantaor. “Pero no hubiese seguido sin la bendición del maestro don Vicente Fernández. Cuando estuvimos en México fui a verlo allá en su rancho Los Tres Potrillos y estuvimos comiendo juntos, con su familia, y charlamos mucho. Él me contaba sus andanzas y yo del proyecto que estaba llevando adelante y le encantó la idea”.
El Cigala es de esos intérpretes que revuelve con pasión quirúrgica la intimidad de las maquinarias de tiempo que suelen ser las canciones. Logra que lo que canta se parezca al tamaño de su esperanza sin que la canción deje de ser lo que fue, y en el mismo gesto anticipa lo que será. “Era hora de hacer este disco en el que pienso desde siempre. Hace muchos años me encontré con Chavela Vargas en Colombia y cantamos juntos 'Amar y vivir', de Consuelo Velázquez. Fue ahí que me dijo con esa voz sombría suya: ‘Canta esos boleros rancheros, que te quedan divino’. Y le hice caso”, recuerda Cigala.
Mientras habla, su sonrisa amplia no amaina y es la muestra cabal de la alegría que le produce su Cigala canta a México. “He disfrutado tanto de hacer este disco, que en estos días de confinamiento, cuando lo vuelvo a escuchar, regresan los recuerdos y me emociono de haber podido compartir música con gente como la que encontramos en México. Me imagino que a muchos les debe pasar lo mismo. Hay mucha emoción en este trabajo, porque más allá de que la música es mi refugio, donde me puedo desfogar, salió un disco muy romántico. Suena como la banda sonora de una película de amor de las de mucho llorar, como Los puentes de Madison”, ilustra Cigala.
-¿Qué fue lo más difícil de elegir los temas para cantarle a México?
-Elegir los temas nos llevó mucho tiempo. Yo sentía había varios boleros rancheros que me hablaban, porque desde chaval escucho a José Alfredo Jiménez, Agustín Lara, Vicente Fernández, Chavela Vargas. No sabes la locura de noches que he pasado escuchando esos temas y muchas más las que pasé tocando y cantando esas letras. Son muy románticas y yo soy un romántico, me gusta la bohemia.
-¿Entonces, cuándo sentías que un bolero “te hablaba”?
-Eran muchas cosas que tenían que darse. Pero lo más importante fue encontrar las tonalidades, para que pudiera cantar con comodidad, como un pez en el agua, como submarinista que va buscando un arrecife de coral. Después me trasladé con la memoria a los tablaos flamencos de Madrid, que yo viví en persona, donde cantaban Bambino, Dolores de Córdoba, Adela la Chaqueta. Ellos sabían hacer por bulerías “Soy lo prohibido” o “Bésame mucho”, y ahí te das cuenta que son como coplas andaluzas. México y España tienen esa unión, esa hermandad. Tratamos de encontrar para cada tema su clima propio, su color instrumental y por mi parte encontrar la forma de entrarle, para que el flamenco no sea una molestia. Que los boleros rancheros y el flamenco se den la mano. Por eso siento que este disco es muy natural.
- ¿Qué te dejó esta experiencia con músicos mejicanos?
-Joder, un crecimiento impresionante. Pude lograr la seguridad, el aplomo que necesitaba para conmoverme. Me emocioné mucho haciendo este disco, porque ver tocar a esos músicos que representan lo mejor del bolero de todos los tiempos ha sido una aventura maravillosa. Cada día sucedían cosas importantes en el estudio, cosas majestuosas, de las que pasan cuando en la música reina la emoción. Me gustó todo, pero me quedó muy presente el momento en que grabamos “Somos novios”, que es una pieza genial de Manzanero. Suena muy clásica, pero muy elegante. Manzanero es un pedazo de compositor y una persona adorable. Contar con su permiso y su bendición y poder hacerlo con Mariachi Vargas fue un sueño cumplido. El bolero es parte importante de una sensibilidad que atraviesa Latinoamérica.
-Has dialogado con varias músicas de América: el tango, el folklore, la salsa. ¿Te atrae el jazz?
-¿Dices por ejemplo tomar una pieza de Miles Davis, tal vez del disco Sketches of Spain, en el que toca una saeta? ¡Cómo daría! Pero en vez de hacer una saeta de Semana Santa, podría ir por tarantos o hacer algo más libre, o irse por vidalitas. No lo sé. Es que hay tanta música de esos genios ahí dando vueltas. Sería lindo acercarse al jazz y es posible, porque como sucedió con las otras músicas, el jazz tiene muchas afinidades con el flamenco. Miles es uno de los músicos que me llega mucho, como Chavela, porque en el fondo era muy gitano, muy flamenco para tocar. Cuando lo escucho me recuerda mucho a mi compadre, que en paz descanse, Jerry González. Esa dinastía que impulsó con su hermano Andy y su banda Fort Apache, y que quedó para siempre en el recuerdo de todos nosotros.era hasta la última nota”.
La estirpe del flamenco
Ramón Jiménez Salazar por bautismo, Diego por prepotencia paterna y Cigala por el aspecto menudo que lo asemeja al crustáceo pariente pobre del langostino, nació en 1968 en Cascorro, en El Rastro de Madrid. Es hijo de un cantaor que trabajó con el mismísimo Camarón de la Isla en los tablaos madrileños y sobrino de Rafael Farina, uno de los mayores cantantes de copla de España. Orgulloso de su estirpe, Cigala relata que nació rodeado de música y de músicos del flamenco. Recuerda que de niño le gustaban la pelota y la calle, pero cuando escuchaba una guitarra, enseguida dejaba todo para seguir la dirección del sonido. Recuerda también el patio de la casa, cuando por la madrugada llegaba su padre del tablao y seguía la farra con Camarón, Huguito y otras figuras bravas de entonces. "Yo los miraba y pensaba: ‘de grande quiero ser así’", relata. Al poco tiempo, él también empezó a recorrer los tablaos, "haciéndome los huesos en los palos del cante”.
Las primeras grabaciones de Cigala, recostadas sobre la tradición del flamenco, son Undebel (1998), Entre vareta y canasta (2000) y Corren tiempos de alegría (2001). Pero fue en 2003 que el cantaor llegó a la consideración mundial con Lágrimas negras. Aquel disco producido por Fernando Trueba y Javier Limón resultó ser la revelación del mito vivo de Bebo Valdés, además de un milagro de ternura, sensualidad y ventas. Desde entonces, la curiosidad del cantaor se sació a través de una fórmula eficaz: mestizar el júbilo atormentado de su cante con otros repertorios y para ello encontrarse con los músicos más representativos de cada género. De esa idea fueron saliendo Cigala y tango (2010), donde cuenta con la colaboración de Andrés Calamaro, Néstor Marconi y Juanjo Domínguez; Romance de la luna tucumana (2013), en el que recorre un repertorio criollo que termina delineando una suerte de homenaje a Mercedes Sosa, e Indestructible (2016), un trabajo que lo sumerge en los orígenes y desarrollo de la salsa, junto a Héctor Lavoe, la Sonora Ponceña, Gonzalo Rubalcaba, Los Muñequitos de Matanza y la Fania All Stars, entre los casi setenta músicos con los que aborda temas de Ray Barreto, Tito Curet, Cheo Feliciano y René Touze, entre otros.
En esa línea, el nuevo Cigala canta a México resume las búsquedas del cantaor, temas que, asegura, canta “como si fueran propios, desde la primera hasta la última nota”.