Hoy puede ser un día histórico. Cuando el sol apriete bien fuerte aquí, en lo más alto del mapa de Italia, y los argentinos se acurruquen junto al rito dominical de los ravioles en el frío invernal de Buenos Aires, empezará el partido que puede ser el último de Diego Armando Maradona en la selección nacional. Será el momento en que uno de los más bellos clásicos del fútbol escriba su nueva versión, acaso la más dramática para ambos rivales. Y, en nombre de esa tradición que supieron escribir, es la hora de pedirle a los 22 jugadores un poco de grandeza para romper la monotonía de un Mundial gris y el mandato utilitario de Carlos Bilardo y Sebastiao Lazaroni.
El domingo tenía que ser. Después de rezarle a todos los santos. Después de la misa para los creyentes. A la hora en que se debe encender la vela de la última esperanza que queda. Chiquita. Remota. Lejana. Imperceptible, pero real. Será el momento mágico en que se empezará a decidir la suerte de Argentina y Brasil, un futuro que va más allá, mucho más, del pasaje a los cuartos de final de la Copa del Mundo o del regreso humillante a casa. Pero, además, ambos equipos tienen un deber y es el de respetar la historia que hicieron los mayores.
Los argentinos se despidieron ayer al mediodía de Trigoria y varios de ellos miraron el campo de entrenamiento como si nunca volvieran a utilizarlo. Llegaron a Turín, de ahí al reconocimiento del estadio Alpi, en las afueras de la ciudad, donde Carlos Bilardo mandó a decir que "hoy no hay prensa". Por eso, las dudas que todavía subsisten. Al equipo que hemos adelantado le surge una incógnita y es la de Sensini o Balbo. Se probó fuerte a Oscar Ruggeri y por los gestos de Bilardo a Carlos Pachamé, el zaguero del Real Madrid no está para jugar, por lo que entraría Lorenzo. Maradona apenas se movió. Rengo en serio, bromeando con su dolor, exageraba la nota arrastrando la pierna izquierda, lastimada. Los que vieron las imágenes en Buenos Aires por TV del tobillo saben que Diego va a jugar en una pierna. Ricardo Giusti va de movida y no se sabe por cuánto tiempo.
La selección está entregada. Sabe, o cree, que va al matadero pero también sabe que no va para dejarse matar dócilmente. Esa es la única carta que le queda al equipo. Eliminar a Brasil y después perder con cualquiera. Giusti dice que "yo creo que ese ratito que jugamos con Rumania se puede recuperar". Fueron 15 minutos, no más. Esa es la mejor expresión futbolística que dejó el campeón del mundo en su paso por este pálido Mundial. Demasiado poco para justificar la esperanza y, sin embargo, existe.
Desde hace quince días, 12 mil brasileños le cantan eternas serenatas a la pasividad "suiza" de Turín a la que el fútbol sólo la mueve cuando se especula con los pases de Juventus y el recién ascendido Torino. Brasil trajo su color, las banderas y la batucada que ahora mismo, en esta medianoche de sábado, pasean por la puerta de este Centro Siampa, en el Corso Stali Uniti y van camino al punto neurálgico de reunión, la Porta Nova, bellísima estación central ferroviaria. Brasil trajo todo, apenas un poco de fútbol. Ese del debut ante Suecia que los quince minutos del final hicieron olvidar rápidamente. Ese que le demandó es fuerzo insospechado para vencer a Costa Rica y Escocia pero, al fin y al cabo, que le alcanzó para convenirse con Italia en el otro ganador de los tres partidos de la serie. Argentina, por el camino inverso, entró a los octavos pidiendo permiso, casi con vergüenza. Un equipo de verdad debería haber jugado ayer ante Colombia y este despacho estaría fechado en Nápoles con el resultado de ese encuentro.
Ni un centavo de dólar para Argentina. Porque no llegó a formarse como equipo. La dependencia de Maradona es mayor en este torneo, precisamente porque no está rodeado de los hombres más aptos o, al menos, de los hombres en las mejores condiciones físicas, para asegurarle a Diego la posibilidad de inventar y romper los libretos que se traman en los pizarrones. Porque moralmente el grupo está destruido, entregado, esperando más el momento de la caída digna que de la hazaña impensada. Así, desde Bilardo hasta el utilero.
Y sin embargo, la esperanza existe. Rezándole a esa vela están todos los argentinos. A la mística diferente que nace de este clásico. A esa historia invocada en estas líneas. A que Maradona deje lo que queda de su tobillo en el estadio Alpi. A que Caniggia desparrame rivales en alguna corrida. En algún cabezazo si hay algún córner. A que a los brasileños les pese la camiseta argentina y que a los argentinos no les importe la verde amarilla.
Hay una esperanza que se alarga a los penales. Donde todo es suerte o mufa, lección que ya aprendió Brasil con Francia en México '86. Un rebote, un error, un imprevisto. A cualquier cosa hay que aferrarse para seguir en camino. Menos en las respuestas individuales y colectivas de un equipo que no quiere más. Asi como llegan, de diez partidos Brasil gana 9. Argentina le enciende una vela enorme a esa chance matemática que le queda. Tal vez se da. Pero apenas servirá para incluir un capitulo más en el manual de las excusas.
Nota publicada en Página/12 durante el Mundial de Italia.