¡Apártenme los dioses de la fácil insolencia de discutir con personalidades como Umberto Eco o Tato Pavlovsky! No hay ironía en este pedido, porque si algo les reconozco a ambos caballeros es vastedad en sus sabidurías. Tal vez sea ese reconocimiento el que impide comprender por qué habrá sido que ambos han caído en la tentación de suponer que el Mundial necesitaba de sus pareceres.
Por esa creencia que compartieron Eco y Pavlovsky, y a la que seguramente se sumarán intelectuales no menos valiosos, el semiólogo Eco estimó prudente hacer saber que él odia a los hinchas , circunstancia valiosa pero que seguramente poco conmoverá a los muchachos de alguna barra brava, ni al más moderado de los espectadores. No obstante, es tal la trascendencia de Eco que Pavlovsky reaccionó en forma de artículo , explicándole al italiano desde un punto de vista sociológico —con pinceladas psico-analíticas— cómo es que el sonido en cada estadio "invade el cuerpo fanático de la tribuna adquiriendo ritmos rizomáticos y nuevos devenires". Esto debe ser cierto, salvo que alguien pruebe lo contrario, pero supongo que le va a ser comprensible sólo a Eco y a alguno de sus colaboradores, por lo que queda cruzar los dedos y esperar que sean lectores de Página/12.
El caso de ese contrapunto entre Eco y Pavlovsky surgió porque el psicoanalista argentino estimó prudente hacerle saber a Eco que "no hay fútbol sin hinchada". Verdad revelada. Tanto como que no lo hay sin jugadores, sin pelota, sin arcos. Y hasta sin suspensores, si uno quiere llegar más lejos (porque jugar sin ellos a veces logra hacer ver las estrellas).
En su afán por corregir una actitud de Eco, o por otra razón que se me escapa, Pavlovsky se explaya asegurando que "en la tribuna no hay cuerpo individual", y como paradigma de esa peregrina afirmación menciona que "el ejemplo del fenómeno de la ola es bien claro", citando un movimiento grupal que se conoció mundialmente durante México 1986.
Para ser sinceros, es posible que las interpretaciones de Pavlovsky estén lejos de la percepción de un sencillo observador. Sin embargo, ese energúmeno que una tarde vi, trepado como un mono al alambrado y gritándole al referí "vos te vas a morir soltero, como tu madre", parecía tener escasas vinculaciones con "la haecceidad del fútbol", ese elemento tan popular que aparece en el artículo firmado por el psicoanalista argentino.
No son únicos culpables Eco y Pavlovsky de ese pecado de intromisión. Durante la Copa Mundial de 1982, en España, solía sentarme en el centro de prensa al lado de un escribidor que me preguntaba quién era el que había hecho tal gol, o cómo se llamaba el número 18 de aquel equipo. Años más tarde de redactar aquellas pésimas crónicas, ese hombre de sonrisa plástica viró politicamente y quiso ser presidente de los peruanos.
Maradona y cualquier marcador de punta saben más de fútbol (y no sólo de jugarlo) que Eco, Pavlovsky, Vargas Llosa y todo intelectual que pretenda apropiarse de lo que le es ajeno iniclectualmcnte. Por cierto, posiblemente jamás podrán expresarlo, aunque tampoco ése es su cometido. Ellos, en el verde césped. Y con el mayor de los respetos. Eco a su semiología; Tato a sus divanes y escenarios; y Varguitas a su tía.
* Nota publicada en Página/90 durante el Mundial de Italia.