Los comienzos de la década de 1930 eran tiempos parecidos en algo a los de hoy. Una crisis económica mundial combinaba sus estragos con los problemas nacionales. Sólo que estos últimos eran de orden político y social: dictadura, represión, desaparecidos, intolerancia generalizada. La cultura rosarina veía hacerse pedazos instituciones cuya ausencia (como siempre volvió a suceder desde entonces) era suplida por agrupaciones de artistas que se unían frente al desamparo. Tal condición se lee entre líneas en sus nombres: Refugio, y un par de años más tarde, Mutualidad... Es ese clima que la revista Cinema para todos (dirigida por Luis S. Bitteti y Juan José Godeol, fundada en 1929, cerrada en 1938 y dedicada originalmente al cine) emprende una misión que sus mismos cruzados perciben como quijotesca: la de difundir el arte y a los artistas locales. 

Los hagiográficos perfiles de artistas publicados en Cinema para todos entre 1931 y 1933 estaban dispersos en colecciones privadas o álbumes familiares. La editorial rosarina Iván Rosado y el historiador Pablo Montini, especialista en coleccionismo de ese período y director del Museo Histórico Provincial "Julio Marc", reunieron ese corpus valioso y lo darán a conocer al público por estos días. Compilado y prologado por Montini, Los desterrados: artistas rosarinos en Cinema para todos, 1931-1933 es (o ya pronto será, ni bien salga de imprenta) un libro ilustrado con facsímiles de las fotografías de las ediciones originales, cuyo "marco" art dèco era idea de quien da nombre al museo vecino: el historiador Wladimir Mikielievich, codirector de arte de la revista. Mikielievich publicaba en la revista (pensada para un público amplio) una saga de curiosidades históricas locales en formato historieta, cuyos originales hoy alberga el Museo de la Ciudad, titulada Estampas del viejo Rosario. (La serie fue puesta en valor recientemente por una exposición allí y un libro de la Editorial Municipal de Rosario).

Nacido en España, experimentado periodista del diario Crítica que dirigía en Buenos Aires Natalio Botana, Godeol era un crítico de arte y poeta que firmaba sus caricaturas y notas como "RIP" (siglas de Réquiem In Pace, lo cual da a entender que debieron ser casi literalmente lapidarias). Montini elige como título del libro, Los desterrados, el de una nota de opinión extremadamente amarga (¡y muy actual!) que Juan Zocchi publicó en la revista Cinema para todos, y que los editores del libro ponen al final. "¿Quién se atreve hoy a dar a la imprenta un miserable dístico sin tomar simultáneamente su pasaje para escapar antes de que aparezca la publicidad?" exageraba Zocchi, luego de comparar a su jefe de redacción con un Sócrates cuyo poeta interior había bebido la cicuta. 

"Hay más de un sistema para desterrar a los poetas... Los que había hace un tiempo y eran fuertes y daban en la osadía de publicar sus versos y mostrarse en las calles, han muerto jóvenes. Domingo Fontanarrosa, Marcos Lenzoni, Ana María Benito... Los otros andan por ahí… Fausto Hernández, Manuel Nuñez Regueiro, Ecio Rossi, María Aliaga Rueda, Ángel Guido, Marchetti Tarrés, Agustín Rossi... Los pintores, esa clase de poetas disimulados, han comenzado también a emigrar. Y los que no migran ya están espantados. Conozco a dos que viven en Saladillo, Schiavoni y Musto, quienes no cruzan la ciudad sino cuando de tarde en tarde, realizan algún viaje a Europa", escribió Zocchi, anticipándose en medio siglo a la canción "Ciudad de pobres corazones" de Fito Páez.

La hagiografía es un subgénero de la biografía que narra las vidas de santos. Las notas a artistas de Cinema, sin grandilocuencia, sino con un tono irónico y un lenguaje coloquial mucho más amables con el lector, mantienen esa estructura de relato. Valga aclarar que no se trataría de santos católicos y que en 1920 entraron en Estados Unidos el yoga y la filosofía vedanta, lo que parece haber creado una moda contagiosa y un cierto modo de narrar al otro, al especial. En los perfiles de Cinema siempre aparecen, en la niñez, señales inequívocas de un destino: el futuro escultor Eduardo Barnes veía danzar las imágenes religiosas de la iglesia al son de la música sagrada, el futuro vitralista catalán Eugenio Fornells garabateó sobre los muros de su aldea de donde lo terminan echando por su vocación de pintor, y así sucesivamente. Luego en la adolescencia se produce el rito de iniciación, el encuentro con el maestro o la maestra. El pintor Carlos Uriarte declara, a sus 22 años: "Un maestro con toda la barba. Se llama la Naturaleza… La receta es sencilla. Sencilla y barata. Porque la Naturaleza es un profesor que no cobra para enseñar. Lástima que sea tan exigente. De lo contrario cualquier aprendiz de fotógrafo podría darse dique de genio". Ironiza el autor de la nota, Gervasio Luque: "Uriarte no necesita jeringa hipodérmica, ni estupefacientes, ni cosa por el estilo para intoxicarse. Lleva el veneno sutil en la sangre. ¡La peor cocaína es el arte, señores!" (Advierte Montini en el jugosísimo prólogo que "la cocaína ya circulaba por los bares de Pichincha").

Al fin sobrevienen la iluminación y la renuncia a lo mundano, el aislamiento, la pobreza. Esta mitologización de los entrevistados se da de bruces a veces con testimonios orales. Del escultor Erminio Blotta, de quien afirma taxativamente Osvaldo Molteni que "nació pobre y morirá pobre", sus descendientes han dado otras versiones. (No que fuese rico, pero han hablado de una vida sin penurias en la casa taller. Es muy posible sin embargo que en los tiempos de crisis de la nota, enero de 1933, no la estuviera pasando bien).

Lo que desaparece de la conciencia permanece como síntoma en el inconsciente, axioma freudiano aplicable a lo sociocultural. El discurso que construyó la revista permanece activo en el imaginario social mientras no se la pudo leer. Hacer accesibles hoy estas entrevistas a César Caggiano, Alfredo Guido, Luis Ouvrard, Paula Cazenave y otros es permitir reencontrarnos con una cultura que nos constituye; y también con un periodismo cultural más épico, más cómplice del lector que del poder.