La presencia de Carlos Monsiváis en los medios fue continua. Un nuevo programa de televisión sólo ganaba entidad cuando ahí aparecía Monsiváis. Escribió centenares de prólogos y colaboró en toda publicación a su alcance; a tal grado que una revista alternativa se ufanó en su portada de ser la única donde no escribía el ubicuo Monsiváis.
Aunque recogió sus crónicas en libros capitales (Amor perdido, Escenas de pudor y liviandad, Entrada libre, Los rituales del caos, Las alusiones perdidas, Apocalipstick), la mayor parte de su obra se encuentra dispersa en publicaciones no siempre localizables y en las carpetas que agobiaban su escritorio. Poco interesado en la noción de autoría, vivió para las exigencias del momento, escribiendo con la energía y la constancia de una agencia de prensa de una sola persona.
Ávido coleccionista, redefinió la concepción de la artesanía en México. Durante décadas dedicó la mayor parte de sus ingresos a comprar cerámicas, fotografías, grabados y caricaturas. Así creó las colecciones con las que en 2004 fundó el Museo Estanquillo en la Ciudad de México. Las piezas conforman un relato unitario: las costumbres del pueblo mexicano. La museografía rinde tributo a los comportamientos sociales y las reivindicaciones de la sociedad civil, pero también y sobre todo a la estética. La mirada de Monsiváis atendía al significado testimonial, pero básicamente al gusto.
Actor en unas siete películas, autor de letras de canciones, libretista de cabaret político, orador en asambleas, conferencista non-stop, presencia insoslayable en las marchas por el orgullo gay y las campañas de la izquierda, Monsiváis fue el más significativo árbitro entre lo culto y lo popular de la cultura mexicana, el cronista que no se perdía un solo tema (con excepción del fútbol, que siempre ignoró).
Odiaba las corridas de toros, la crueldad hacia los animales, la intolerancia de los obispos, la hipocresía de la derecha, la persecución de homosexuales en Cuba, pero sobre todo, odiaba la solemnidad.
“O ya no entiendo lo que está pasando o ya no pasa lo que estaba entendiendo”, dijo para referirse a la caótica realidad mexicana, de la que fue testigo inmejorable.
Su muerte marca el fin de una época. Su gran amigo Sergio Pitol lo llamaba Míster Memory. Nadie sabía tantas ni tan diversas cosas como Carlos Monsiváis.
Esa presencia ha desaparecido de la ciudad que tanto quiso, pero regresará en los muchos libros que surgirán de sus manuscritos. Es mucho lo que aún queda por conocerse de la galaxia Monsiváis. Como su tocayo Gardel, cada año cantará mejor.