La literatura feminista necesitaba a Vivian Gornick, desde este rincón del mundo la estábamos esperando, la ansiábamos como la rebeldía busca las palabras certeras para enfrentar las injusticias establecidas. Por eso, y porque su escritura utiliza un lenguaje cotidiano, claro, pero también poético, con tintes de melancolía, es que está siendo tan bien recibida por las lectoras locales en estos tiempos. Mirarse de frente es el tercer libro que edita en la Argentina la editorial Sexto Piso después de Apegos feroces y La mujer singular y la ciudad. Su última publicación reúne una serie de ensayos en primera persona, ordenados en diferentes episodios que van narrando partes de sus experiencias vitales desde su juventud hasta la adultez. El trabajo, el amor, la amistad, la soledad y la vida en la ciudad son los temas que aborda desde un punto de vista autobiográfico. Más allá de si son sucesos que pasaron o no en la realidad, sirven para construir un personaje femenino que tiene como una de sus características principales la reflexión. La persona que vive y escribe está atravesada por un montón de situaciones que dan cuenta de las desigualdades de género de la sociedad, y que ella afronta pensándolas, perdiéndose en profundos pensamientos que ya de por sí indican una visión del mundo que arrasa con la creencia que colocaba al hombre como el racional y a la mujer como sentimental. “Los hombres se toman en serio su cerebro, las mujeres no”, indica en un pasaje del libro, una idea que se encarga de rebatir página tras página: es hora de que las mujeres tomen en serio lo que piensan y que lo hagan valer para el resto.
Los tres libros nombrados de algún modo se complementan, dialogan entre sí, y forman una continuidad temática y narrativa que cierran una totalidad. Apegos feroces se trata de una obra novelada, en la que la narradora se centra en la relación tirante pero ineludible con su madre. La maternidad está abordada desde un lugar de comprensión y de lejanía con su madre, la ama y no puede vivir sin ella, pero al mismo tiempo es totalmente diferente porque repite los estereotipos de desigualdad de género de su generación: idealizar el amor romántico, vivir para el hombre, no tener vida ni trabajo propios que la llenen. Esa dualidad que se presenta tan fuerte desde el título se repite en todo el libro. Ser madre está encarado desde el lugar de hija, desde un lugar de no da lugar a la condescendencia, se plantea las críticas sin pena ni culpabilidad. Los diálogos constantes entre madre e hija son una pelea continuada que las dos quieren ganar: “Cada una picaba en el cebo que la otra ponía delante. Llegábamos casi a las manos y más de una vez nos acercamos a la catástrofe”. Ese pensarse hija de una madre de la que no quiere repetir la historia la coloca al frente de un feminismo seguro de sí mismo. No le debe nada a nadie, ni si quiera a su madre aunque no niegue de dónde viene y esté presente en todo el relato su origen de clase y su infancia lejos de los privilegios en el Bronx.
En La mujer singular y la ciudad, la narración no fluye con la misma naturalidad, pero el texto se vuelve una pieza más del entramado que conforman su yo autobiográfico. Sus relaciones con los demás, la vitalidad de la conversación, su deambular por una ciudad por momentos personificada que le devuelve algunas respuestas a sus dudas existenciales. La soledad es ya un hábito, un lugar confortable donde quedarse: “Estoy aquí haciéndome compañía imaginaria, insuflando vida en el silencio”. El amor es siempre un fracaso, algo que se intenta pero que no resulta, que se deja de elegir como un camino posible. Todo lo que tiene es a ella misma.
En los tres la ciudad adquiere el segundo lugar protagonista, las calles de Nueva York le hacen compañía y la distraen de la depresión, no hay tiempo para hundirse porque siempre elegirá una nueva avenida para descubrir o un nuevo edificio para contemplar. No importa ni siquiera la gente que la habita, importa el conjunto que se vuelve parte de la escenografía de su vida. En la ciudad está el impulso vital para resistir la pulsión melancólica, una cercanía que la emparenta por momentos a otras autoras que marcaron la ruta de la literatura y el feminismo como Clarice Lispector o Simone de Beauvoir.
Otra de las ideas feministas presente en Mirarse de frente es la que supone que tiene que tomarse en serio como trabajadora. El trabajo es otro de los temas que le resultan fundamentales y alrededor del que da vueltas y surge como disparador para pensarse. En la primera parte cuenta cuando trabajó como camarera en hoteles, la complicidad con sus compañeras y las injusticias que vivió por ser mujer, porque su jefe la termina echando. No hay un tono de superioridad, sino de aprendizaje y a veces de dolor e incertidumbre. El mundo la deja perpleja pero no se hunde en su propia desesperanza. Encuentra la fuerza necesaria para salir e imponerse a sí misma como es. Las charlas con sus compañeras también le aportaron una visión del mundo y de los hombres, cuando dice en un pasaje: “No les intereso y lo que puedo tener de interesante les da miedo”.
"Vivir sola" es uno de los ensayos más profundos, con el que muchas podemos sentirnos identificadas. Se refiere a cómo enfrentar la soledad después del movimiento feminista de los ´70, desde una vida que parecía empezar a ser colectiva pero que se diluyó en su propia personalidad. La soledad es una fuerza que la lleva a poder enfrentarse a sí misma sin compasión. La soledad como apuesta política. La impulsan “los placeres del conflicto” y el “glamour de la incertidumbre”, pero nunca se da por vencida. “En la calle” es un apartado que utiliza para hablar más que nunca de esa ciudad que es Nueva York y que le resulta una compañía más grande que cualquier hombre con el que haya estado. La calle aparece como el lugar donde puede enfrentar la melancolía: “Los que ansiamos lo expresivo pero no logramos sacudirnos la melancolía nos pateamos las calles. Las aceras de Nueva York están llenas de gente que quiere escapar de la pena de cárcel que es su historia personal”.
La vida entre pares, la comunicación y la conversación es otro de los temas que aborda, como una obligación y una necesidad. Hay un dejo de desesperanza, todo la decepcionó hasta el feminismo de su juventud: “Hacia 1980, la solidaridad feminista empezó a deshilacharse. Conforme el mundo no había sabido cambiar lo suficiente para reflejar nuestros esfuerzos”. Lo que la salva, lo que nos salva, es el propio mundo interno.