Desde Turín

La única bala del revólver de Maradona fue disparada a tiem­po, a la hora señalada, hizo blanco en los pronósticos para matar lo es­tablecido y sembrar de dudas el fu­turo de la XIV Copa del Mundo. Si se lo analiza a fondo, el triunfo so­bre Brasil debe ser una alegría efíme­ra, propia de una noche de San Juan, donde se olvidó que cada uno es ca­da cual.

Es tan legítima esa descontrolada vuelta olímpica de Oscar Ruggeri por todo el estadio Alpi como el festejo de los que recorrieron la 9 de Julio calentando el frío invernal de Bue­nos Aires con sus gritos y bocinazos. Tan poco había dado esta selección que a la primera ofrenda la gente sa­lió a celebrar. Ahora vendrá la eter­na discusión que ha dividido las aguas del fútbol argentino: ¿sirve ju­gar mal y ganar?

A la Selección, todos la dábamos más cerca del avión de regreso que de los cuartos de final. También los jugadores sabían que existía una so­la posibilidad de ganarle a Brasil.

Aguantar a los morenos y que Ma­radona se iluminara en una jugada, a despecho del tobillo destrozado y de la rodilla golpeada. Hasta los más firmes sostenedores de todo el pro­ceso que encabezó Carlos Bilardo es­taban disconformes con lo que ha­bía dado la Selección en la primera parte del Mundial. Victor Hugo Mo­rales, después del partido con Ruma­nia dijo: "Para clasificar así, mejor no clasificar". Y tenía razón. Aho­ra debemos preguntarnos, ¿sirve ga­narle así a Brasil?

Para el plantel y el técnico, por su­puesto. Les modifica todo el panora­ma. Recupera anímicamente a un grupo diezmado en su temperamen­to por las bajísimas producciones frente a Camerún, Unión Soviética y Rumania —salvo los 15 minutos de ese partido— que esta victoria sobre el temor de Lazaroni y la falta de agallas de Brasil no podrá hacer olvi­dar. El triunfo de Turin se recordará como "el día que nos reventaron a pe­lotazos y ganamos 1 a 0 con una ju­gada de Maradona sobre la hora". Si Brasil se iba ganando por dos go­les en el primer tiempo, nadie podía decir nada. Que no se diga ahora que este pasaje a los cuartos de final es producto "del trabajo" y de los cen­tros que tiraba Burruchaga en Fran­cia para que Ruggeri cabeceara en Madrid.

Tantas veces pedimos grandeza a este equipo y al técnico, que debe­mos, ahora, reconocerles algunos aciertos. El primero, saber que a Brasil se le podía ganar solamente de esa manera. El segundo, que hubo respuestas temperamentales para aferrarse a lo poco que se tenía —es­pecular con el miedo de Brasil, pe­lear el medio, luchar cada pelota, no entregarse cada vez que reventaban los palos de Goycochea— y sopor­tar un asedio memorable como el de la primera media hora. El otro corres­ponde a Bilardo, que cambió la marca de hombre a hombre por el hombre en zona de Ruggeri sobre Müller y Monzón sobre Careca después del es­trago que hicieron los morenos al principio. Y la inteligencia táctica de Giusti para manejar el equipo den­tro de la cancha. El resto, fue Maradona.

El 1 a 0 no borrará viejas imáge­nes. Hacerle hombre a Ecuador, la Copa América, la falta de entusias­mo por jugar en el país, por ejem­plo. Puede, sin embargo, retemplar el espíritu de la Selección, como ad­virtió Maradona: "Estamos vivos y somos peligrosos". Dependerá de la recuperación física de varios hom­bres, de los rivales, de lo que se quie­re. Si hay conformismo por haberle ganado a Brasil de aquella manera otra vez empezamos el camino. Si se dice "estamos hechos", será un símbolo de la mezquindad. Ahora puede cambiar el Mundial, es cierto. Pero no borrará nada de lo que se escribió. Triunfos, como el logrado ante Brasil, sirven para empezar a levantar la cuesta. Ya se verá si la noche de fiesta fue efímera y si la zorra rica vuelve al rosal, la zorra pobre al portal y el avaro a sus divisas.