Parece increíble, pero fue real: en el Superclásico del 24 de junio de 1984, River llegó a su cancha para visitar a Boca. Era la fecha 13 del campeonato que luego ganaría el vistoso Argentinos Juniors de Roberto Saporiti. La jornada en cuestión se presentó casi surreal: los socios xeneizes ingresaron gratis a las tribunas, mientras que sus pares millonarios debieron pagar entrada. La voz del estadio Monumental informaba novedades de las inferiores boquenses y hasta los alcanzapelotas lucían indumentaria azul y oro. Un verdadero reino del revés. Lo único que mantuvo cierto atisbo de normalidad fue que se conservó la ubicación habitual de ambas parcialidades, aunque acudió poca gente. Sumido en un descalabro económico, pobres resultados deportivos y con la Bombonera suspendida, el club de la Ribera le pidió prestada la casa a su máximo rival para organizar una fiesta que no fue tal y acabó con un discreto 1-1.
Luego de aquel Boca repleto de estrellas que consiguió el campeonato en 1981, la idea instalada de que el fichaje de Diego Maradona había hipotecado el club resultó en parte cierta un par de años después. Y a eso -que no era precisamente poco- se le sumó el endeudamiento en billetes verdes por los pases de Carlos Morete, el uruguayo Ariel Krasouski y la vuelta de Marcelo Trobbiani. De este modo, las continuas disparadas del dólar desencadenaron gravísimos problemas financieros en Brandsen 805.
Asimismo, el arranque del Metropolitano de 1984 fue desastroso para Boca, que bajo la conducción de Miguel Angel López ganó su primer partido recién en la fecha 9, por lo que fue eyectado del banco y reemplazado por Dino Sani.
A mediados de junio empezó a cocinarse un caldo espeso que desembocaría en la huelga del plantel profesional. De hecho, para enfrentar a Atlanta en medio de la medida de fuerza, Boca presentó una cuarta división con camisetas blancas y números pintados con marcador negro, episodio singularizado entonces como la tarde del "fibronazo" y que reflejaba cabalmente la peor crisis institucional del club de la Ribera en toda su historia.
Se acercaba el Superclásico y, por si fuera poco, pesaba una suspensión en la mítica Bombonera, por lo que sólo podían utilizarse los viejos palcos, el anillo inferior y una platea. En esas pobrísimas condiciones era imposible recibir a River, que por su parte tampoco tiraba manteca al techo, ya que venía asimismo de campañas erráticas en las que estuvo a punto de descender a la Primera B.
Fue así que a Domingo Corigliano, presidente xeneize por entonces, no se le ocurrió mejor cosa que jugar el partido en el Monumental, pero que Boca fuera local. Sólo bastaba con el visto bueno de la máxima autoridad del club de Núñez. Y si bien Hugo Santilli al principió dudó, finalmente permitió que la estrambótica iniciativa se hiciese realidad.
Albergar de invitado al dueño de casa era una idea por demás bizarra y no exenta de morbo. Pero el club de la Ribera estaba en la lona, tenía su templo suspendido y salió lo que salió. La parcialidad xeneize venía muy cascoteada y tener que recibir al rival de toda la vida en rodeo propio era algo tan impropio que rozaba la humillación. Acaso como respuesta a eso, la gente de Boca no llenó siquiera su tribuna.
El "anfitrión" salió a la cancha con Balerio en el arco; Matabós, Mouzo, Hugo Alves, Segovia; Alberto, Krasouski, Vázquez; Viera, Gareca y Mendoza. En tanto el "convidado", con varios de sus titulares que luego serían mundialistas y bajo la dirección técnica de Luis Cubilla, formó con Pumpido; Saporiti, De los Santos, Karabín, Jorge García; Francescoli, Olarticoechea, Héctor Enrique, Tapia; Alonso y Teglia.
El encuentro se jugó bajo la lluvia, acaso un ingrediente más para convertir un suceso histórico en algo épico. Pero lo cierto es que el partido estuvo apenas un escalón por encima del bodrio y se definió con dos zurdazos: uno en la primera etapa del uruguayo Krasouski (rústico mediocampista que clavó un soberbio zapatazo al ángulo) y otro en el complemento del Chino Tapia (quien luego cruzaría de vereda) que infortunadamente rebotó en el ingresado Stafuza y descolocó al reemplazante de Hugo Orlando Gatti.
Conseguido el empate parcial, River buscó la victoria. A fin de cuentas jugaba en su propia cancha, pese al dislate de ser visitante en el Monumental. Pero no pudo doblegar la sólida defensa xeneize, que tuvo además una gran actuación del arquero Balerio. Así, este particularísimo y algo devaluado Superclásico terminó 1-1.
Si bien no eran el hambre y las ganas de comer, los dos equipos más importantes del país por entonces venían de atravesar malos momentos. Por caso, en la década del '80 y dirigido por Silvio Marzolini, Boca rescató un solo título gracias a la magia de Maradona.
A su turno, River también venía mal, pero estaba en proceso de recuperación. De hecho, en 1986 llegaría por primera vez a la cima de América y del mundo con un equipo forjado por Héctor "Bambino" Veira, que quedó grabado a fuego en la memoria del fútbol argentino.
Un año negro para los xeneizes
Hubo un tiempo en que la mano vino negra en Boca. Además de tener la Bombonera suspendida, por la situación contractual de Ricardo Gareca y Oscar Ruggeri -quienes eran representados por Guillermo Coppola y luego pasarían a River, nada menos-, en julio de 1984 el plantel se declaró en huelga. El presidente Domingo Corigliano se fue y asumió Cándido Vidales como interino. No se podía entrenar en el predio de La Candela porque sus trabajadores estaban de paro por falta de pago y entonces los jugadores debían entrenar en una escuelita en Camino de Cintura. Pero un mes después llegaría lo peor: desde los Tribunales se notificaba una fecha de remate para el estadio de Boca e incluso para Casa Amarilla. Ese pedido lo hizo Wanderers de Montevideo por no afrontar el pago correspondiente al pase del uruguayo Ariel Krasouski. En septiembre, la Municipalidad clausuró toda actividad en el club porque las obras estaban abandonadas y había peligro de derrumbe. Se fueron 16 jugadores del primer equipo y la gira realizada por entonces para recaudar fondos fue para llorar: invitado a disputar la Copa Joan Gamper, el Barcelona le metió 9 pepas. De mal en peor, Boca llegó a ser intervenido por el gobierno de Raúl Alfonsín, pero se salvó de la desaparición porque Antonio Alegre y Carlos Heller entraron en escena. El proceso de refundación sería muy lento pero, en definitiva, auspicioso.