Ya es moneda corriente que, de tanto en tanto, alguien se asombre de hasta dónde los límites de los reality shows traspasan nuevas fronteras; en especial en el subgénero “romántico”, acaso uno de los más trasheros de la telerrealidad. Donde, como es costumbre, muchachitos fornidos -epítome de masculinidad- y muchachitas de beldad estereotipada -epítome de feminidad- resignan intimidad para encontrar el amor, el amor heterosexual, en citas edulcoradas donde abundan frases hechas, velas encendidas, fragantes pétalos de rosas, y decenas y decenas de cámaras. Así, mientras persiste el éxito de papá The Bachelor (24 temporadas en antena) y mamá The Bachelorette (15, no más), inoxidables sucesos en su Estados Unidos natal, cada año la tevé da a luz nuevas crías repelentes, que casi, casi hacen extrañar al casi ingenuo Yo me quiero casar, ¿y usted? de Roberto Galán. Sí que se rompen el marote algunos guionistas norteamericanos al pensar o exportar formatos que habiliten el fácil flechazo… del público con sus programas. Meses atrás, Love is Blind (Netflix) fue exitoso Cupido de cabotaje intentando corroborar si el amor efectivamente es ciego con su propuesta “experimental”: dejar que chicos y chicas cis flirtearan sin verse, se comprometieran a ciegas, dieran el “Sí” poco después de haber comenzado a charlar. Un argumento menos bizarro, empero, que el de Married at First Sight, donde había boda sin mediar dos palabritas, teniendo luego 8 semanas de convivencia los desconocidos antes de decidir si divorciase o darse una oportunidad. Islas tropicales donde expertos del corazón reúnen a “almas gemelas científicamente corroboradas” esperando que los ideales hagan match (Are You the One?); islas tropicales donde parejas estables, de larga data, ponen a prueba su fidelidad mientras les revolotean seductores profesionales (Temptation Island); otras modalidades típicas de este universo, que atrae a participantes por los quince minutos de fama y el cash prometido a quien enamore, o se deje enamorar. Así las cosas, aunque usted no lo crea, el panorama se ha enrarecido aún más…
Y es que, cuando parecía imposible que un reality volviera a dar la nota del desconcierto dejando al público patidifuso, la telerrealidad ciertamente ha traspuesto nuevos límites con Labor of Love, recientemente estrenado en la caja (a menudo) boba de EE.UU., por canal Fox. Aquí el epicentro de los cortejos es Kristy Katzmann, que se deja bañar en halagos, serenatas, picnics al aire libre, frutillas bañadas en chocolate, entre otros remanidos recursos de los que hacen uso y abuso 15 tipos con entre 36 y 46 pirulos: solteros, guaperas, con trabajos estables, blablablá. Nada nuevo bajo el esquivo sol de junio, salvo que no solo de encontrar al príncipe azul va la trama: se trata de dar con uno que quiera ser papá. Sucede que a Kristy, de 41 años, la apura tanto su reloj biológico que -en vez de adoptar, ser madre soltera o quizás reconsiderar el mandato social de la maternidad- ha recurrido a la siguiente opción exhibicionista: la tevé realidad. No es nueva en estos menesteres: se ve que le agarró el gustito tras participar década atrás en The Bachelor. Al respecto, jura que pensó que nunca volvería a formar parte de un programa así, pero que el hecho de haber reincidido demuestra “cuánto creo en el amor”.
Aquí, empero, ha puesto el gancho con la promesa de que, en su rol estelar, dará con el varón indicado para iniciar su anhelada familia tipo, modelo, célula básica -ejem- de la sociedad. O, de no producirse el chispazo, con un donante de esperma hecho y derecho con quien criar a la criatura de fantasía, cada cual en su hogar. Contemplada está la opción, ojo, que así de progres y modernos son los creadores de Labor of Love… Que arrancan el primer capítulo mostrando a una Kristy de punta en blanco, los bucles de peluquería perfectamente orquestados, confesando su más profundo dolor. Hecha un mar de lágrimas explica que aunque tiene una carrera exitosa como experta en salud y belleza holística, ¿de qué le ha servido romperse el tujes si no puede compartir su éxito con un compañero y un bebito? Confía en poder revertir tan mala estrella gracias a Kristin Davis (la actriz que interpretase a Charlotte en Sex and the City, devenida conductora del reality) y al confiable equipo de producción, que evidentemente tienen por prioridad las presuntas necesidades de Kristy Katzmann, siempre y cuando levanten el rating.
De hecho, preparan para los 15 candidatos una seguidilla de muy serias, muy fidedignas pruebas donde los tipejos deberán sacar a relucir sus habilidades para la paternidad. Al fin y al cabo, quien gane tendrá el honor de dejar embarazada a la heroína, no es para tomárselo a la ligera. La primera prueba que deben pasar los potenciales papás (por cierto, hay de todo en esta viña del reality: papá escritor, papá republicano, papá dueño de una funeraria, papá bombero, papá anestesiólogo, papá luchador profesional, papá abogado, etcétera) es hacerse un conteo de espermatozoides, con premio para quien dé con el número mayor. Le siguen otros tests tan eficientes como asustarlos con osos falsos en un campamento para evaluar si reaccionan en forma protectora; darles bebitos mecánicos para que los mantengan “con vida”; conectarlos a máquinas simuladoras que los hagan sentir en carne propia los dolores de parto; organizar fiestas infantiles; en fin, obstáculos en esa línea. Y si no dan con el molde, con las expectativas, se enfrentarán con fatal línea final, la que repite Kristy Katzmann para hacerles corte de manga cuando termina cada capítulo: “No nos veo formando una familia”. Caramba. En fin, el repelús es real en esta flamante propuesta televisiva, que para más inri, se jacta de feminista por poner en pantalla a personas de 40. Una auténtica locura; miedito da pensar qué le seguirá…