Las redes feministas y latinoamericanas de acompañamiento de abortos son experiencias que ponen el cuidado y la salud de las mujeres en el centro de la vida. Tanto en Ecuador como en Chile, estas redes han sido creadas pensando lxs cuerpxs como primer territorio de lucha y autonomía. “Las comadres” y “Con amigas y en la casa”, son las organizaciones feministas que acompañan abortos en esos países y develan la potencia que tiene la capacidad de decidir cuando no queremos gestar.
El rol de lo colectivo y lo comunitario en estos acompañamientos se ha puesto de manifiesto aquí y en toda la región. “Solas no vamos a ningún lado -enuncia Stefy Altamirano, una de las fundadora de Las comadres. “En medio de la pandemia global que vivimos, las estrategias colectivas son las más efectivas para superar la situación de crisis en la que estamos”, dice desde Quito, en comunicación con Las 12. “Es momento de fortalecer esas organizaciones porque necesitamos un mundo feminista y para eso caminamos juntas”. Junto a ella está Verónica Vera, también activista de Las comadres, que agrega: “Algo que me ha marcado profundamente durante esta pandemia es ver cómo la organización y el trabajo colectivo son la respuesta frente a las crisis más grandes. Juntarnos, resolver juntas, evaluar, encontrarnos, sentir este acuerpamiento latinoamericano ha sido necesario e importante para darnos cuenta que las redes de acompañamiento existen, están y van a seguir siendo indispensables y necesarias en el futuro”.
Osa es acompañante de abortos de la red chilena “Con amigas y en la casa”, que viene activando desde 2016. Cuenta: “En Chile hay una larguísima experiencia en organización para abortar de manera ilegal porque hasta el 2017, el aborto estaba prohibido en todas sus formas. Por supuesto que las mujeres abortábamos de todos modos y lo hacíamos de manera segura en nuestras casas, con la información que desde los años 90 veníamos levantando con el movimiento feminista y el movimiento de mujeres”.
Osa se llama Viviana y es lesbiana feminista, médica y trabaja en atención pública de salud. Forma parte de la Red chilena de profesionales por el derecho a decidir y subraya que en su país hay toda una historia de trabajo comunitario en red que ha hecho que las mujeres puedan gestionar sus abortos de manera autónoma sin que lo sepa el sistema de salud y el sistema judicial. “Ese rol no apareció con la pandemia sino que ya estaba construido y se siguió reforzando”.
En nuestro país, a través de Socorristas en Red (feministas que abortamos), sabemos que en un contexto de aislamiento, los abortos se resuelven con mucha organización, trabajo colectivo y complicidad entre quienes acompañan y quienes abortan. “A las telefonistas de las líneas públicas les toca contener ese primer llamado que siempre viene cargado de angustias, preguntas, dudas, nervios y ahora además viene acompañado de una incertidumbre generalizada: ¿se puede? ¿Voy a poder resolver ahora? ¿Voy a poder resolver pronto? ¿Se me van a pasar los días?”, cuenta Malena, socorrista de Tucumán.
El aborto no espera, no da tregua y las redes feministas continúan con los acompañamientos. “Ecuador es un país que tiene leyes restrictivas para abortar y que todavía juzga a quienes abortan”, señala Verónica, que también es comunicadora y trabaja en una organización social que se dedica a la defensa de mujeres criminalizadas por aborto y parto. “En todas partes la pandemia ha implicado para muchas mujeres volver a estar en sus casas, con sus familias o con sus parejas que muchas veces desconocen que están embarazadas y quieren abortar”.
Todas ponen sobre el tapete la importancia del aborto feminista: un aborto cuidado, horizontal y de mutuo aprendizaje. Hay cosas concretas que en la actualidad no se pueden seguir haciendo como los encuentros presenciales con las mujeres que quieren abortar. “Mirarlas a la cara y mostrarles confianza ahora ha tenido que ser desde la virtualidad”, comenta Osa. “Pero nos hemos ido adecuando para transmitir tranquilidad y tratar de replicar el ambiente de un taller, que es un ambiente emotivo y contenedor. Y eso se logra con inteligencia, con ingeniería mujeril, con alegría, con imaginación”.
-¿Qué rol juega la movilización social, tanto en Chile como en Ecuador?
Osa: Siempre es súper importante que se mantenga la movilización. Ya son siete meses de movilización en Chile. El rol que juega es hacer sentir que una no está sola, que somos muchas, que si a mí me pasa algo eso va a importar, que si yo necesito algo, eso a alguien más le va a importar. En un país con un gobierno tan desconectado de lo que significa la movilización social, tan desconectado de las organizaciones sociales y de la gente, no veo posible que venga algún cambio desde lo legislativo. La movilización logra una sensación comunitaria de acuerpamiento que es importante porque te hace perder el miedo y que te atrevas a hacer cosas. Y si todas empezamos a hacer esas cosas no nos van a poder perseguir.
Stefy: En Ecuador, los efectos de la pandemia han sido devastadores en todo sentido. Develó las brechas que ya existían y las agudizó. Hay muchísima represión del Estado y policial, lo que ha hecho que sea complicado movilizarse. Vivir o contagiarse es la contradicción en la que el Estado nos ha querido poner. Hemos hecho un movimiento más silencioso en las calles, pero sí nos movilizamos mucho para poder acompañar en esta pandemia, y esa movilización es más del día a día.
El acceso a un lugar privado también es un privilegio para muchas. Osa cuenta que en estos meses han visto que muchas mujeres están viviendo situaciones de violencia y es muy difícil hablar con ellas o que tengan privacidad para un taller online o telefónico. “Muchas mujeres están cursando embarazos producto de relaciones no consentidas que no se visibilizan como violación. Ahí hemos hecho un trabajo importante para tratar de que la puedan visibilizar como violación pero aun así, las mujeres son muy reticentes a ir a un hospital para acceder a un aborto por tercera causal. Y eso tiene que ver con que les cuesta mucho ver la violación por parte de su pareja o marido y porque hay un gran desconocimiento y desconfianza del sistema de salud.
-¿Cuáles son los efectos cuando las redes feministas que se tejen son más virtuales que cuerpo a cuerpo?
Verónica: Las mujeres que abortan son súper diversas, el cuerpo a cuerpo te permite mirar esa diversidad, poner rostros, darte cuenta que no sos la única. Esa complicidad es muy fuerte y generaba una despenalización social que atravesaba todo el acompañamiento. En esos encuentros se nos posibilitaba poner en el centro a las mujeres y a sus decisiones. Más allá de lo que pensara su familia, su pareja o el Estado, nosotras estábamos compartiendo la posibilidad de que ellas lleven a cabo y gestionen sus propios abortos. Esa posibilidad tan potente, tan fuerte y tan mágica es más compleja con la virtualidad porque esos antagonistas aparecen, viven con ellas, comparten el mismo espacio. Esos efectos aparecen cuando no podemos acuerparnos, mirarnos y abrazarnos. En esta pandemia muchas mujeres han abortado en completa soledad a pesar de vivir con mucha gente en sus casas. Han abortado en silencio y con miedo.
Osa: El cuerpo a cuerpo es irremplazable. Tenemos que ir adecuándonos al instrumento pero el riego es que sucedan cosas que vulneren la seguridad y así hemos ido aprendiendo. Entonces, la virtualidad da para mucho, pero si la mujer no prende nunca la cámara no sabemos si es ella o quién.
-¿Cómo se ha modificado el rol del activismo en Ecuador y en Chile en este contexto?
Verónica: En medio de una crisis sanitaria mundial, donde los sistemas de salud están colapsados, donde las profesionales de la salud también están colapsadas, las acompañantes nos convertimos en la única opción y en la primera opción. Nuestro rol ha sido fortalecernos para poder dar respuesta a todas las que nos llaman o nos buscan pidiendo información. Y también ha sido enfrentarnos a un mercado clandestino que desinforma o brida información falsa e insegura a las mujeres. Nos ha implicado redoblar esfuerzos para que las mujeres nos escuchen. El reto ha sido organizarnos, generar alianzas y difundir el número de “Las comadres”. Hemos aumentado nuestros acompañamientos en un 25% en poquitos meses porque la necesidad de abortar no para aunque estemos en una pandemia mundial.
Osa: Por un tema de seguridad sanitaria no podemos estar muchas de nosotras juntas en un mismo lugar con evidente contacto estrecho. Hay grupas que han empezado a pensar cómo ayudar más allá del aborto, entonces se contactan con organizaciones territoriales que facilitan alimentos o atención médica. Porque además de los abortos hay muchas mujeres que están con situaciones complicadas: no tienen que comer o están cuidando a alguna adulta mayor, o a una guagua muy chica, o han perdido el trabajo o están viviendo con el agresor. Entonces el trabajo es cuidarnos entre nosotras.
-¿Cómo definirían el sesgo político que el aborto tiene en sus países?
Stefy: En Ecuador el aborto es legal en tres causales: en caso de que esté en peligro la salud de las mujeres, en caso de peligro de vida y en caso de violación a una mujer que tiene alguna discapacidad mental. Sin embargo, las mujeres abortan por infinitas razones más allá de cualquier causal. Se estima que 195.000 mujeres abortan cada año en Ecuador y se sabe que la penalización del aborto afecta de manera diferenciada a las mujeres más empobrecidas. Son ellas quienes ven gravemente afectada su salud por abortos inseguros, son ellas quienes pierden su libertad o son denunciadas en los hospitales públicos a los que acuden en busca de atención médica por un aborto inseguro, y son ellas quienes mueren por abortos clandestinos. Entonces, la misma despenalización por causales podría entenderse como un sesgo, no entender el aborto en un sentido integral sino limitarlo a condiciones específicas. No sacarlo del código penal y por lo tanto seguir considerándolo como un crimen y no como un derecho humano.
Osa: En Chile se empezó a hablar de aborto y el movimiento de argentina ayudó mucho para que se sienta como un tema transversal en el movimiento de mujeres. Aquí el aborto es un delito que está despenalizado solo en tres situaciones: por riesgo de vida de la mujer, por malformaciones incompatibles con la vida y en caso de violación. En esta tercera causal, si la mujer es mayor de dieciocho años, el aborto no es punible hasta las doce semanas y si es una niña, hasta la semana catorce. Estas tres causales fueron aprobadas en 2017 y fue un compromiso político de Michelle Bachelet, pero básicamente fue escrita sin pensar en las mujeres y sin su participación. Por eso, es lo mínimo de lo mínimo y no considera la realidad que las mujeres estamos viviendo en este país.
Stefy: Nosotras somos una red que piensa constantemente lo que hace y tratamos de darle un sentido político que apele a nuestras vidas. Reconocemos nuestro accionar, nuestro quehacer y nuestros acuerdos ideológicos como actos políticos. Somos una red que quiere proporcionar el mejor aborto que se pueda, cuidadoso, seguro y acompañado. Acompañamos abortos con mifepristona y misoprostol porque queremos abortos menos dolorosos, en menos tiempo y que termine siendo una experiencia donde lo que haya que contar sea lo liberador. Hemos logrado construir una seguridad interna pero también hacia las mujeres en un contexto de mucha criminalización. Nosotras no hemos logrado tener una Red de Profesionales de la Salud que se pueda posicionar a favor del aborto. Hay personas o individuos pero no es algo institucional. Tratamos de reforzar esos lazos para hacer una alianza real y posibilitarles cosas al sistema de salud, donde hay médicos y médicas que no conocen del todo el aborto medicamentoso.
¿Cómo ha sido la experiencia en cuanto al acceso al aborto legal por causales en Chile?
Osa: Las tres causales fueron aprobadas en 2017, por lo tanto hay pocos años de experiencia en cuanto al acceso al aborto. Lo que se ha visto es que se han realizado muchos menos abortos que los esperados. El primer año se hicieron menos de 700 abortos y la mayoría fueron por causal uno y dos, los menos fueron por tercera causal. Esto obviamente no obedece a que no hayan violaciones en Chile o que las mujeres no queden embarazadas producto de una violación, sino que muchas de las mujeres no quieren pasar por el sistema de salud para acceder a un aborto legal porque tienen temor y resistencia a pasar por una institución que las va a volver a maltratar, que las va a re victimizar, que no les va a creer o que las va a poner en una situación de más vulnerabilidad. La ley permite la objeción de conciencia de profesionales y de instituciones completas. Se ha visto que la cantidad de médicos y médicas obstetras que se declaran objetores de conciencia ha ido aumentando y más de la mitad de los ginecólogos y ginecólogas del servicio público en Chile se declaran objetores. Hemos visto que más que una objeción de práctica es una obstrucción porque no facilitan la derivación, entregan información errada o no entregan la información que corresponde. Eso es particularmente grave en el sur del país, donde se han vulnerado de manera más evidente los derechos al acceso a la salud sexual de las mujeres. Hay dificultades de acceso al misoprostol, que es un medicamento que no se vende en las farmacias en Chile desde el 2010. Entonces existe hace muchos años un extenso mercado ilegal que vende misoprostol a precios excesivamente altos y en medio de la pandemia lo poco que quedó se vende a precios impagables. Esto ha generado toda una activación en el movimiento feminista para tender redes que permitan que las mujeres que lo necesitan accedan de todas maneras al medicamento.