“El peligro radica en no ser capaz de reconocer la especificidad de la opresión” dijo en una conferencia a finales de los ´70 la poeta y ensayista Cherríe Moraga, intentando desanudar dentro de su propia historia lo que corre por debajo de su piel “de mujer, de güera y de lesbiana”. “Sin una envoltura emocional sentida en el corazón que surja de nuestra opresión, sin el nombre del enemigo que llevamos dentro de nosotras mismas y fuera de nosotras, ningún contacto auténtico no jerárquico entre grupos oprimidos puede llevarse a cabo.”
Reconocer el origen es la incógnita que se fragua en esta lucha contra el racismo estructural de mirada estrictamente europea que produjo un borramiento de la historia, tanto de los pueblos originarios del continente como de la población negra: “Explicar que todo eso no es como no los contaron no es una tarea sencilla”, dice Luján Alvarez, afrouruguaya que vive en la Argentina hace veintidós años y hoy tiene 43. “Milito el feminismo negro desde que tengo uso de razón. Con el feminismo blanco tenemos un lugar común que tiene que ver con un tipo de opresión, pero también tenemos muchas diferencias. En 2010 denuncié a mi marido por violencia de género en la Oficina de Violencia contra la Mujer; en ese momento me vi obligada a irme de la casa porque era de él, tuve que hacer una exposición en el juzgado diciendo que no abandonaba a mis tres hijos porque no tenía un lugar para estar con ellos”. Luján transitó un proceso judicial donde enfrentó el juzgamiento constante por abandonar a sus hijos, por extranjera, por negra, mujer y pobre, se había comprado todos los números: “Había estado nueve años casada con él y sin trabajar, tenía que armarme una casa y un sostén para poder cuidarlos. En ese momento me decían que yo era muy feminista, yo sufría el hostigamiento constante de mi ex marido, seguía haciendo denuncias pero nadie me daba bola. Recién logré divorciarme en 2016 y fue en ese año que lo procesaron en un juicio abreviado”. Luján heredó el activismo de su madre y sostiene que es fundamental aprender sobre qué es el racismo, la xenofobia y la discriminación: “los jueces con los que me crucé en todo el proceso me decían abiertamente que estaba equivocada, incluso tuve una abogada de oficio que llegó a decirme que las mujeres argentinas no dejaban de esa manera a sus hijos”, concluye recordando esos años como los peores de su vida.
Marcela Lorenzo también es afrouruguaya, tiene 41 años y vino a la Argentina a los 5. “Cuando era chica íbamos de vacaciones a Uruguay. Yo disfrutaba de un rito con mi abuela en el que ella me contaba de dónde venía. En su casa había fotos de Cruz Alisina, mi tatarabuela, que tenía la piel “clarita” y el pelo gris pero era afro. Los colores eran un debate en estas tertulias que Marcela compartía con su abuela, su curiosidad e interés le permitió conocer detalladamente hasta la quinta generación de su familia: “Haber crecido en el Río de La Plata no fue fácil, yo crecí en un contexto afro, donde me decían que no me dejara tocar el pelo y que siempre teníamos que estar prolijos. Hoy comprendo que esto lo repetí porque nos prepararon para vivir el racismo y la discriminación que finalmente padecimos", dice. "Nos pasa, mi hijo viene y me cuenta que mientras él está en el kiosko, entra un policía y le pregunta al kioskero si lo conoce, es algo que yo sabía que en algún momento iba a pasar. Conocer de los orígenes empodera y es una forma de resistencia frente a estas violencias cotidianas.”
Ana Gayoso tiene 24 y es gestora cultural. “Nací en Quilmes, mi madre, mi padre y mis abuelxs son de Paraguay, pero desde mis abuelxs hacía atrás, la historia familiar empieza a desdibujarse. Soy una de las tantas personas afrodescendientes que no ha legado su matriz cultural afro. Mi proceso de autorreconocimiento empezó alrededor de los 16 años, y me acerqué al ámbito activista a los 21 aproximadamente”. Ana puede discernir y recoger aspectos que enriquecieron su derrotero y están ligados a su linaje: “La ancestralidad, la riqueza cultural y espiritual, símbolos que florecieron en mi mundo artístico, que fortalecieron mi identidad, y me posibilitaron desarrollar mejores relaciones sociales, porque pude comprender de dónde vengo, pertenecer a una comunidad, valorarme”, dice sin dejar de mencionar que existen otros aspectos que además de invisibilizar, tergiversan la historia y la demografía de origen afro.
En la Argentina las organizaciones que nuclean a personas afro hablan de una población de casi 2 millones, sin embargo el último censo de 2010 arrojó un número bastante inferior: 149.493 se reconocen afrodescendientes. En el reconocerse puede estar el vericueto de una estirpe que fue emblanquecida hasta el hartazgo, de tal forma que nadie se hace la pregunta por fuera del color de piel.
Pero resulta que hay hechos concretos que dan cuenta de esta opacidad edificada en la historia, un ejemplo de esto es la llegada al puerto de Buenos Aires y Montevideo de embarcaciones migratorias esclavistas: una fue entre 1777 y 1812 con un total de 72.000 esclavos, una segunda sucedió con el arribo de la gran ola europea en la primera mitad del siglo veinte y la tercera a finales de los ´90, con una migración que suele ser identificade como migrantes senegaleses aunque sus países de procedencia son Mali, Senegal, Mauritania, Liberia y Sierra Leona. Esta última camada suele estar conformada por varones jóvenes que vinieron en busca de nuevas oportunidades y mejores condiciones de vida.
Maylén Lamadrid es séptima generación de afroargentinos, tiene 27 años y es estudiante de Derecho: “Al no haber un censo de personas afrodescendientes se nos complica a la hora de exigir políticas públicas, no sabemos cuántos somos. Cuando se hizo el censo en 2010, además de que hubo un montón de personas que no fueron censadas hay un desconocimiento de lo que es ser afrodescendiente. Se lo relaciona específicamente al color de piel y no necesariamente tiene que ver con un tema de color. Las comunidades afrodescendientes se encuentran en espacios vulnerados, no hay personas negras en espacios de decisión. Notamos que a mayor nivel educativo, menos presencia afro hay. Hay mucha deserción en lo que es la secundaria, muchas veces a causa del bullying y a veces a causa de la pobreza que sufren esas familias”.
Maylén es sobrina de María Magdalena "Pocha" Lamadrid, una activista afro que en 2002 fue demorada en el aeropuerto en un claro acto de racismo: "Mi tía estaba viajando a Panamá para dar una charla y le dijeron que su pasaporte era falso porque no podía ser negra y argentina". En ese momento Maylén tenía 13, recuerda que fue a partir de ese hecho que empezó a reconocerse como afro y a entender el funcionamiento del racismo en Argentina. Ella no pudo averiguar con exactitud de qué parte de Africa vinieron sus ancestros, sí que su apellido Lamadrid era el de los esclavistas: "Vivimos tanto tiempo en esta basura que ya dejamos de sentir el olor a podrido que larga, todo lo que no encaja con lo que es la argentina blanca caucásica se lo trata como negro, esto también se vincula con el autorreconocimiento de las personas afro ¿Cómo vas a reconocerte en un país donde ser negro es malo?”.
El racismo en nuestro país es un estampado en las pieles, las camas, las familias, el lenguaje, las escuelas, los trabajos, las fronteras y al estado. Atraviesa como un río todos los aspectos de la vida cotidiana y desemboca en mecanismos de discriminación y violencia que muchas veces no son detectados. “No poder decir de dónde venimos tiene que ver con todo el proceso de la trata esclavista, se mezclaban todos los grupos étnicos, el barco esclavista "Lamadrid", que es mi apellido, traía varios grupos étnicos y no había un registro acerca de las regiones. Cuando queremos investigar acerca de nuestra historia, nos cuesta llegar al punto de partida porque esa información nos falta, no está.”
Louis Yupanki es una chica trans afro, tiene 20 años y en 2019 estuvo en el trending topic de las redes por decirle a Lali Espósito que su foto con una exuberante melena de rulos y la piel oscurecida no le caía bien a la comunidad afro. Sus palabras fueron: “Estamos cansades de que jueguen con nuestros pelos, no somos un disfraz”, Instagram le dio de baja a la cuenta durante algunos días, hoy tiene cerca de 40.000 seguidorxs a quienes les dirige videos frescos pero punzantes sobre la invisibilización del racismo en la Argentina.
Alisha Alvarez tiene 17 años y está en quinto año, es parte de la agrupación de afros Xangó que lucha contra la discriminación, el racismo, la xenofobia y el homolesbotransodio. Es uruguaya y hace dos años que vino a vivir a la Argentina: “¿Como generás una conversación sobre racismo cuando en la Argentina se dice que no hay negros? Salís a la calle e inmediatamente te preguntan ¿de dónde sos? Después existe cierta hipocresía, porque cuando yo por ejemplo cuestiono la pregunta no me dicen que es por el color de piel sino por el acento. Mentira”, sentencia Alisha.
En los programas escolares, la historia afro está compuesta por páginas arrancadas, personajes ocultos, datos catapultados hacia el olvido y una insistencia en construir un relato histórico blanco: “En mi colegio yo conté que militaba, una profesora se interesó por el tema y lo agregó al programa, fuimos con la agrupación Xangó a dar una charla y entonces mis compañeros y compañeras blancas tienen más información. Hay muchos que están eligiendo deconstruirse porque les importa, y otros no tanto. Pasa como con los hombres y el feminismo”, dice Alisha.
La semana pasada se conmemoró la muerte de Manuel Belgrano, uno de los más arraigados al heroísmo patriótico y pieza infaltable en los libros de historia: el 8 de noviembre de 1857 murió una guerrera negra que fue capitana del prócer argentino. Parece ser que las personas negras no eran sólo vendedoras de empanadas y velas como la historia lo describe, éste dejémoslo como un aporte emblanquecido. El activismo afro logró filtrar esas identidades invisibilizadas en un repertorio de héroes varones, blancos y heterosexuales. La guerrera en cuestión recibió el nombre de María Remedios del Valle; además de acompañar a Belgrano en muchas de sus expediciones, vio morir a sus hijos y a su marido en combate, fue prisionera, la azotaron durante nueve días y logró escapar. Según expedientes militares de la época, estuvo a punto de ser fusilada siete veces y a lo largo de su carrera militar recibió seis heridas de bala. Pero no fue hasta el 24 de abril del 2013, más o menos un siglo más tarde, que a través de la Ley 26.852 se instauró la fecha de su muerte como "Día de las y los afroargentinos y la cultura Afro". A este paso las heroínas negras de nuestra historia la tienen complicada.
“Todo empieza en el colegio, desde que comienzan a relacionarse con otres niñes y no llama la atención utilizar negativamente expresiones como “día negro”, “trabajo en negro”, “agujero negro”, “mercado negro”, la lista es interminable cuando se le da a la palabra “negro” una connotación peyorativa. Las agrupaciones de afrodescendientes estamos trabajando en esto y mucho”, dice Luján, que cree que el camino de reparación es poder darle a conocer a les jóvenes herramientas para combatir la opresión.
Mirar el afuera como racista desde un país donde lo oscuro no encaja porque existe una estructura blanca, hegemónica y eurocentrista, es el primer síntoma que manifiesta que hay mucho camino por recorrer, a fin de cuentas comenzar, seguir o retomar el reconocimiento especifico del que hablaba Moraga a fines de los ´70.