A eso de las 11 de la mañana del 9 de noviembre de 2016, una Hillary Clinton desconcertada, quebrada, estaba en camino al The New Yorker hotel en el Midtown Manhattan, para dar su discurso de aceptación de derrota. Acababa de perder la presidencia de Estados Unidos a manos de Donald Trump. “Había gente llorando en los pasillos, levantando a sus niños en el aire”, recuerda. “Era como si se hubiera producido una muerte. Yo estaba completamente quebrada en lo emocional, sentía que había decepcionado a todos. No tenía sentido”.
La reflexión es uno de los momentos más emotivos en Hillary, un documental en cuatro capítulos que cuenta la tumultuosa historia de la vida de Clinton, “sin maquillajes ni barniz de principio a fin”. Lo que comenzó con 2000 horas de material audiovisual registrado en la campaña terminó siendo una zambullida profunda en cada faceta de la experiencia de la candidata demócrata, desde la manera en que los políticos tradicionales se atrincheraron en Estados Unidos durante su ascenso a través de varias etapas, hasta el modo en que influyó en el arco del movimiento feminista.
Realizado por Nanette Burstein, conocida por su documental sobre el mundo del box On the Ropes (“Contra las cuerdas”), nominado a un Oscar en 1999, Hillary –alojado en la plataforma Hulu- echa un vistazo al pasado, revisitando los años de escuela de Hillary, su largamente escrutado y analizado matrimonio con Bill, sus conmovedores discursos como Primera Dama y su movido viaje de campaña, caracterizado por la controversia sobre sus emails personales con interferencia rusa.
El nivel de acceso es excepcional. El documental permite al espectador ir al detrás de escena cuando una extática Clinton derrota a Bernie Sanders en Iowa por el filo de una navaja. Se ven encuentros de crisis entre Clinton y su equipo mientras diseñan el plan para competir contra Trump. Burstein entrevista a la hija de Clinton, Chelsea, a su marido Bill, a Barack Obama, amigos de la infancia, asesores y periodistas.
Burstein quería evitar la hagiografía, aunque su documental es ciertamente comprensivo con la protagonista. Pero invitó a varios de los críticos de Clinton a ser entrevistados. “Todos dijeron que no”, señala la realizadora por teléfono desde la Catskills Mountains del estado de New York. “Uno detrás de otro. Para cierto sector, ella es tóxica. Si aparecen en un documental sobre Hillary Clinton, aun cuando yo tenga el control creativo y garantice mi objetividad, para ellos no hay regreso de allí. Ellos saben que ella está participando de alguna manera, que no la voy a crucificar. Entonces tienen cero interés en el asunto, no quieren ser asociados de ninguna manera que no sea destrozándola. Es un perfecto ejemplo de la política tradicional partidaria”.
Un reconocido republicano, Newt Gringich –ex vocero del Congreso estadounidense que impulsó el impeachment a Bill Clinton en 986 y fue asesor de Trump en su carrera contra Hillary-, le dijo a Burstein que preferiría “clavarme agujas en los ojos antes que hacer una entrevista”. La directora recuerda eso y se ría. “Dije ‘OK, entiendo la alegoría’. Era una frase bastante inequívoca”.
Aunque no consiguió la entrevista con el hombre que estuvo empeñado en bajar al Presidente, Burstein sí consiguió asegurarse varios días de trabajo de entrevistas con el mismo Bill Clinton. La realizadora fue “increíblemente franca” con Hillary acerca de por qué el documental debía integrar su vida personal, y dentro de ello su matrimonio y la infidelidad de Bill. “Sentí que eso afectó su vida política de manera enorme”, dice. “Si no hablábamos de ello se vería como algo muy reservado, y sería poco satisfactorio para la audiencia. Hillary lo entendió”, señala.
También lo entendió el mismo Bill. En las entrevistas con Burstein se lo ve extremadamente sincero. Pelea contra las lágrimas cuando habla de su romance con la becaria de la Casa Blanca Monica Lewinsky. “Fue horrible”, dice. “Me siento terrible sobre todo el asunto”. Sus manos tiemblan cuando recuerda el momento en que le contó a su hija Chelsea lo que había hecho. “Odié lastimarla”, dice.
“Es muy intimidante sentarse frente a un ex presidente y preguntarle por el romance que tuvo con una becaria, y cómo sintió que eso afectó a su esposa”, detalla Burstein. “Tengo un profundo respeto por él y es duro, pero debía hacerlo”. Las entrevistas de la directora con Bill se extendieron a lo largo de varios días, por insistencia del mismo ex presidente. “Estaba dispuesto a mostrarse bien abierto, de un modo que nunca había hecho antes, y creo que realmente quería hacerlo por Hillary”, explica. Previamente, Bill había dado una respuesta muy a la defensiva a un periodista que preguntó por el tema Lewinsky, y Burstein piensa que él vio a esta serie documental como una posibilidad para rectificar eso.
En cuanto a Hillary, encontró las entrevistas sobre la infidelidad de Bill tan dolorosas, algo tantas veces retenido, que tuvieron que hacerlas dos veces. “La primera vez fue demasiado duro para ella”, dice Burstein. “No quería entrar en excesivos detalles sobre ciertas cuestiones, y quería terminar con ellas rápido”. En cámara, Hillary parpadea para evitar las lágrimas ante el recuerdo de Chelsea tomando las manos de sus padres en el medio del escándalo, como si quisiera unirlos de nuevo. Se la ve agotada, cerrando los ojos a medida que recuerda sus mayores decepciones.
¿Hubo algo que quedara fuera de los límites? Burstein dice que los Clinton no establecieron ninguna regla, pero que ella tomó “la decisión personal” de no hablar sobre Juanita Broaddrick, quien acusó a Bill de violación, o sobre cualquiera de las otras acusaciones de abuso sexual que se hicieron contra él. “Son tan complicadas que tenés que pasar mucho, mucho tiempo tratando de desarrollarlas”, dice. “Y después dejaría la confusión de sobre quién era el documental. Una vez que abrís esa puerta tenés que recorrer todo el camino, y se convierte más en una historia sobre él que sobre ella”.
De todos modos, el documental se siente como si hubiera algo más grande que Hillary. Presenta la pregunta de si una mujer puede ganar la presidencia de los Estados Unidos. Y si no puede, ¿por qué? Es imposible separar el género de Hillary de su historia. Cuando Bill se presentó a la carrera por la gobernación de Arkansas por segunda vez, en 1982, ella fue presionada por los votantes a tomar su nombre. Dejó los anteojos y empezó a usar lentes de contacto, modificó su peinado informal y cambió el vestuario práctico por vestidos elegantes, todo para ayudar a desarrollar su carrera. Experimentó el más brutal sexismo como senadora de New York en los años 2000, con tipos gritándole “¡planchame la camisa!” durante sus discursos.
La misoginia fue algo más sutil pero aún estaba presente durante su campaña presidencial: fue retratada como fría y calculadora, y muchos la juzgaron por no abandonar a Bill pero no lo juzgaron a él por su infidelidad. Trump la acusó de “jugar la carta femenina” constantemente. Encima de todo esto, durante la campaña Hillary pasó un total de 25 días en la silla de maquillaje, cuando los hombres pasan mucho menos tiempo. “Ella hizo las concesiones superficiales que necesitó hacer para llegar a una posición de poder, de generar un cambio”, dice Burstein. “El fin justifica los medios”. Pero el fin, como se comprobó después, no fue ganar la presidencia, lo que lleva a la pregunta inevitable: ¿dónde se equivocó Hillary?
Esto es lo que el documental de Burstein apunta a entender: por qué Hillary es una figura que polariza tanto. La directora cree que eso se debe a que estaba empujando las fronteras para llegar a una posición donde ninguna mujer había llegado antes. Pero Barack Obama también empujó las fronteras, y no era ni por asomo tan divisivo. “Cierto”, dice Burstein. “Y fue un presidente afroamericano. Me resulta impactante que hayamos tenido un presidente afroamericano antes que una presidenta mujer. No podría haber predicho eso. Pero es porque los hombres lideran, los hombres son fuertes, los hombres representan en nuestra mente el rol de comandantes en jefe de un modo que las mujeres no pueden. Tiene más que ver con nuestros símbolos de género que con nuestra raza”.
Burstein ve muchos paralelismos entre la carrera de Hillary para ser la candidata demócrata y la de Elizabeth Warren, quien se bajó en marzo después de los decepciontes resultados del Supermartes. “Otra vez, había este blindaje subconsciente contra Warren”, dice Burstein. “Nunca entendí por qué Bernie Sanders –que tenía la misma clase de políticas de Warren pero era menos pensante- era tanto más popular. ¿Qué otra razón más que el género puede haber detrás de eso? Cuando Hillary se presentó en 2016, la gente podía decir ‘yo votaría a una mujer, pero no a esa mujer’. Y era lo mismo con Warren.”
Hillary fue lanzado en Estados Unidos en marzo, e hizo que algunas personas que la vilipendiaron cambiaran de opinión. A Burstein le han dicho que hubieran deseado que el documental se viera antes de las elecciones, pero ella dice que no hubiera funcionado. “La gente quiere que los políticos sean abiertos, honestos y emocionales, pero cuando lo son terminan torturándolos por eso”, señala, y hace una pausa para pensar cómo fue percibida Hillary. “Sus fans son incondicionales y la ponen en un pedestal, pero del otro lado piensan que ella mata bebés. En la realidad, ella está en algún lugar en el medio”.
Nadie está más al tanto que Hillary de cuán amada y odiada es al mismo tiempo, y ya aprendió a vivir con eso. De hecho, las últimas palabras de Clinton en el documental son quizás las más reveladoras, al implicar que su carrera política no es su fuerza impulsora más poderosa. “Han habido puntos muy duros, desvíos, alzas y bajas”, dice mientras corren los créditos finales. “Pero al final del día, he amado y he sido amada. Todo lo demás es música de fondo”.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.