Bajo mi piel morena      5 puntos

Argentina, 2019.

Dirección y guion: José Celestino Campusano.

Duración: 92 minutos.

Intérpretes: Morena Yfrán, Maryanne Lettieri, Belén D'andrea, Emma Serna y Julián Siliberto.

Estreno: este jueves y sábado a las 22 en Cine.ar TV, y desde el viernes en Cine.ar Play

José Celestino Campusano irrumpió con fuerza en un cine argentino que, allá por mediados de la primera década del milenio, empezaba a morderse la cola volviendo una y otra vez a los temas de siempre. A lo largo de estos quince años el director oriundo de Quilmes construyó su filmografía alrededor de los conflictos de personajes empujados a los márgenes de la sociedad, siempre mediante ficciones protagonizadas por no actores vinculados a las problemáticas de turno. Pero aquel neorrealismo barrial de los comienzos –una etapa que abarca desde Vil romance (2008) hasta Fantasmas de la ruta (2013) – devino en algo distinto a la vez que similar. Si bien la huella del realizador sigue perfectamente visible (y sobre todo audible), su cine fue adquiriendo una prolijidad formal que choca de frente contra el tono deliberadamente artificioso de las interpretaciones. Un cine menos concentrado en la intimidad de esos hombres y mujeres curtidos pero de sentimientos nobles y genuinos que en utilizarlos como vehículo de denuncias sociales, tal como ocurre en Bajo mi piel morena

“Mi madre decía que un clavo saca otro clavo. El asunto es que si están todos oxidados, te vas a morir de tétanos antes de llegar a conocer a alguien que valga la pena”, le responde una anciana a su hija trans Morena luego de que ella le cuente que acaba de cortar una relación con su amante. Es una de las tantas escenas que marca un tono que campea entre la sabiduría callejera de los personajes y la forma barroca y grandilocuente de expresarla, una constante tanto en los 90 minutos de metraje del segundo largo de Campusano cosecha 2019 (el otro fue Hombres de piel dura) como en prácticamente toda su obra. Con un pie en el artificio de esos diálogos y otro en la resonancia social de su arco dramático, Bajo mi piel morena sigue el día a día de esta mujer, empleada en una fábrica textil desde los 16 años, mucho antes de su transformación de género, para quien la vida es cualquier cosa menos fácil. 

Porque a los problemas habituales de toda laburante fabril le suma una discriminación constante no solo en su ámbito laboral. En una de las primeras escenas, por ejemplo, se la ve junto a su pareja caminando de la mano ante las risas y los comentarios de los comensales de un restaurant. Lo mismo ocurre con su amiga trans Claudia, una profesora de Historia a la que una madre indignada insulta con fiereza por su condición. La tercera punta del triángulo es Myriam, otra transexual que, a diferencia de sus amigas, se dedica a la prostitución. Desde ya que para eso cuenta con protección policial, un síntoma de que la voz de Campusano, aunque algo desafinada en los últimos años, sigue siendo una de las pocas que incluyen personajes para los que el Estado llega únicamente bajo la forma de corrupción y negocios espurios. Pero en esta suerte de Tangerine en clave primer cordón del conurbano algo falla, y es justamente el predominio de situaciones destinadas a abonar esa hipótesis por sobre aquellas vinculadas con la humanidad de estas mujeres frágiles y bondadosas que solo quieren habitar un menos peor.