“Paradójica, misteriosa, excéntrica, reservada” son las primeras palabras que se escuchan en el documental Finding Vivian Maier (Descubriendo a Vivian Maier) que se ve por estos días en FoLA junto a cincuenta y cinco fotografías de la fotógrafa “¿amateur”?. Esas son las palabras elegidas por quienes la conocieron y dichas a viva voz para describir a esta enigmática mujer que desarrolló una suerte de doble vida. Una social y laboral por la que se la conocía como una niñera sin estridencias, y una vida secreta en la cual registró a través de fotografías, audios y películas la vida callejera de las ciudades que habitaba. En una de las casas donde cuidaba a tres niños, contó con un laboratorio y un baño privado donde pudo revelar un puñado de las más de 100 mil fotografías que tomó durante su vida. A lo largo de ella guardó estas tomas y, hasta donde se sabe hoy, nunca tuvo intención de exhibirlas.
En 2007, en una pequeña casa de subastas en Chicago en frente de su casa, el entonces jovencísimo John Maloof compró por 378 dólares parte de un archivo desconocido que podía servirle de ayuda para un libro en el que trabajaba acerca de su barrio. Otras partes de ese archivo fueron adquiridas por otros compradores. El material, dijo en su momento el dueño del guardamuebles donde se encontraba el prodigioso archivos guardado en cajas, había sido abandonado allí desde hacía mucho tiempo y pertenecía a una mujer llamada Vivian Maier. Lo primero que hizo Moloof fue buscar el nombre de la mujer en Google y no encontró ni una sola pista. Luego analizó el contenido y lo desechó para su investigación, pero decidió scannear una parte. A él las fotografías le parecían buenas pero no era un experto. No supo qué hacer con ellas. Las llevó a un par de galerías pero no pudo colocarlas. Entonces armó un blog donde subió las doscientas fotografías que había scanneado. Cualquiera podía tener acceso a ellas e incluso bajarlas. El blog estalló de comentarios cargados de admiración hacia la obra que estaba expuesta. Fue en ese momento cuando el crítico y fotógrafo californiano Allan Sekula se puso en contacto con él para evitar que continuase regalando un material que él consideró de un valor incalculable. No hablaba sólo de dinero, se refería a una estética notable y rupturista. Sekula fue quien comenzó a armar la leyenda de Vivian Maier al asegurar que sus fotografías callejeras tomadas en los años cincuenta y sesenta estaban cargadas de un talento inusual. ¿Quién había sido esa mujer capaz de capturar de ese modo vibrante la vida de las calles y de sus habitantes?
Maloof, desde entonces, consciente del tesoro que había comprado prácticamente de casualidad, empezó un minucioso trabajo de investigación. Lo primero que hizo fue rastrear a los compradores que habían adquirido el resto de la obra de Maier y comprarla. Mientras todo esto ocurría, Maier aún vivía pobremente en un departamento que tres de los niños que había criado le pagaban por caridad y en el que finalmente murió en 2009, a los 83 años, en la más absoluta soledad. Lo del departamento es parte de la leyenda. Hay una versión que dice que pasó sus últimos años en una pensión de mala muerte. Sin embargo, Maloof no llegó a dar con ella.
En tanto continuaba hurgando entre esas cajas y dio con una dirección. Consiguió el teléfono al que correspondía y preguntó por Vivian Maier. Un hombre le contestó que esa mujer había sido su niñera y que guardaba en un depósito todas sus pertenencias de las que se iba a deshacer a la brevedad. Invitó a Maloof al depósito y le ofreció llevarse lo que quisiera. Maloof encontró aún más negativos y también película en color que, al día de hoy, no se scanneó. Además de vestidos, sombreros, recibos y otros objetos meticulosamente ordenados.
Desde ese momento Maloof decidió dedicarse a la recuperación y protección del archivo de Vivian Maier. Pidió ayuda al MoMA de Nueva York y a la Tate de Londres pero amablemente se desentendieron del asunto. Tomó la decisión de realizar todo el trabajo él mismo y con su dinero: soñaba con un libro y con una exposición que finalmente realizó en un centro cultural de Chicago. La muestra fue un éxito que trascendió las fronteras de Chicago y de Estados Unidos y el mito de la niñera-fotógrafa quedó instalado por siempre.
¿Quién era Vivian Maier?
Nació en Nueva York en 1926. Su madre era de origen francés y su padre, que dejó la casa familiar cuando era una niña, de Nueva York. Maier vivió entre Chicago y Nueva York cuidando niños y fotografiando de manera compulsiva los suburbios y las calles de las dos ciudades. Lo que nunca se podrá contestar es por qué Vivian Maier abandonó semejante obra. ¿Por qué todo lo producido a lo largo de su vida se encontraba –estando ella viva– arrumbado en un armario de un guardamuebles? Esa pregunta nunca tendrá respuesta.
A través de su cuidada investigación, Maloof logró reconstruir parte de la vida de Maier. Además de su lugar de nacimiento, averiguó que había pasado algunos años de su juventud en Francia y a su regreso a los Estados Unidos se empleó como niñera, tarea a la que se dedicó casi toda su vida.
En algún momento del año 1949, mientras aún vivía en Francia, Maier comenzó a sacar sus primeras fotos con una Kodak Brownie, cámara amateur, automática: con una sola velocidad, sin control de foco y sin posibilidad de cambio de diafragma. En 1951, a su regreso a Estados Unidos, compró una Rolleiflex, pero fue a partir de 1956 cuando comenzó una etapa de trabajo más consistente y prolífica. En ese año se mudó a North Shore, un suburbio de Chicago, donde una familia la empleó como niñera para sus tres hijos. Fue allí donde disfrutó del laboratorio y del baño privado, comodidades que le permitieron revelar y ampliar sus fotos.
Cuando los niños de la familia crecieron, Vivian buscó otros empleos y con ello debió dejar de revelar sus películas. Los trabajos temporales y las mudanzas de familia en familia, obligaron a que sus negativos quedarán sin revelar ni imprimir y su “colección de rollos” comenzó a crecer desbordadamente.
El salto a la fama de Vivian Maier fue tan repentino que dio origen a especulaciones. Hubo incluso una teoría conspirativa, según la cual no había existido nunca y era fruto de una hábil operación de marketing. Lo que sí existió fue un pleito contra John Maloof, único propietario de un patrimonio de 120 mil negativos, que impresos alcanzan cotizaciones entre los 2500 y los 5000 dólares por cada uno de los 14 ejemplares de las ediciones modernas. Luego están las copias vintage, cuya valor es mayor. El pleito fue interpuesto por el abogado y ex fotógrafo David C. Deal que habría identificado a un pariente de Maier en los Alpes franceses y al que le correspondería la herencia. Debido a las complicaciones de las leyes federales estadounidenses sobre el derecho de autor, la cuestión empezó alargándose desde finales de 2014, sin que Maloof y los demás coleccionistas y galeristas, como la Bulger Gallery de Toronto, pudieran resolver la situación hasta mayo de 2016 en forma secreta. En una entrevista a The New York Times, Maloof aseguró haberse ocupado del legado de Maier de forma éticamente correcta y haber empezado a ganar sólo varios años después de haber gastado mucho dinero para promover su obra y preservar su memoria.
¿Estaría Maier contenta con la difusión que se está haciendo de sus obras? Es difícil de saber. Pero más allá de esto es necesario tener en cuenta que ella no fue quien seleccionó o editó las fotografías que vemos y que si fuera la editora tal vez la selección sería, probablemente, distinta. Pero aunque fuese diferente, su inocultable talento y su mirada oblicua resaltarían en cualquier recorte de ese inmenso cuerpo de obra. Y
Vivian Maier.
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