Un minuto de color por cada año vivido

Desde que empezara su serie Stolen el pasado año, Adrian Brandon ha tenido demasiada tela de donde cortar. Mal que le pese, dicho sea de paso, dado que su obra está dedicada a personas de la comunidad afro víctimas de la brutalidad policial. Nacido y criado en Seattle, con residencia actual en Brooklyn, el artista configura su cronómetro previo a sentarse a laburar: a cada pintura dedica un minuto por cada año haya vivido su retratado, previo a ser asesinado por la policía de los Estados Unidos. A la pieza de Breonna Taylor dedicó 26 minutos; a la de George Floyd, 46; para Tony McDade, 38; para Tamir Rice, apenas 12; para Aiyana Stanley-Jones, solo 7… “Un año de vida equivale a un minuto de color”, sintetiza Brandon la propuesta de Stolen: sentida galería de caídos, en cuyos retratos siempre inacabados ha encontrado el artista una manera de representar “cuánto vacío queda cuando se arrebata una vida, cuántos capítulos de su historia quedan sin completar; una injusticia que afecta a sus familias, a sus seres queridos y a toda nuestra comunidad, que sigue luchando hoy”. “La ansiedad que despierta en mí el cronómetro es un ejemplo menor de una sensación mayor, generalizada, con la que lidiamos a diario los afronorteamericanos, obligados a aceptarla como parte de nuestro cotidiano”, se abre en canal Adrian, a sabiendas de que “ser negro en este país significa que me pueden arrebatar la vida por conducir el coche con la luz trasera rota, por tener la música demasiado alta, por buscar mi teléfono en un momento inoportuno…”. “Cuando suena la alarma, me golpea una ola de emociones que van desde la ira a la tristeza más profunda, desde la desesperanza hasta la alegría por estar todavía aquí”, se sincera el joven que focaliza su trabajo en “crear un arte que genere compresión por nuestra cultura, por nuestro dolor”.

Chicuelos fashionistas

Las portadas de Vogue Italia vienen dando que hablar: en enero, en pos de sustentabilidad, la revista tana optó por ilustraciones en vez de fotografías, un modo de ahorrar en los disparatados gastos que implican las sesiones y su consecuente impacto ambiental; en abril, de cara a los estragos del covid-19, quiso dar la nota esperanzadora con una tapa completamente blanca, símbolo “de la nueva historia que está por empezar”, en palabras de Emanuele Farneti, su director. Que ahora, en la última edición de junio, ha dejado que quienes diseñen la portada sean… chicuelos. “Lápiz en mano, un grupo de niños de 2 a 10 años de todo el mundo creó distintas tapas para este número, reinterpretando algunas de las prendas de la colección Métiers d’Art 2019-2020 de Chanel”, la explicación del medio. Que para la ocasión se decantó por 8 inspirados, libres garabatos de 8 peques de Nueva York, Ámsterdam, París, Dakar, Parma, Milán, Bolonia, tras recibir cientos de dibujitos. “¿Qué será de los niños tras meses de confusión y miedo?, ¿qué formas tendrán sus sueños a partir de ahora?”, arrima razones Vogue Italia, que incluye entre sus temáticos contenidos el intercambio epistolar entre un niñito llamado Luca, que pide con urgencia una colección dedicada a superhéroes, y Giorgio Armani, que le responde; o una carta abierta del prestigioso diseñador Brunello Cucinelli a sus nietos. Por lo demás, dice Farneti que el número está dedicado a los niños “porque a nuestro entender son las víctimas más olvidadas y menos evidentes de la pandemia. Está lleno de cuentos de hadas, durante siglos una herramienta vital para que pudieran comprender y procesar sus miedos. Historias en las que la ropa a menudo juega un papel crucial, aprovechando la oportunidad para explicarles un poco de este universo extraño y extravagante, la moda”. 

0800-Poema

En estos días donde la estima por el ubicuo teléfono está en su punto álgido, recuerdan desde la web arty MessyNessyChic cómo, hace poco más de 50 años, cualquier persona de cualquier punto de Estados Unidos podía llamar a un número para escuchar la sabiduría radical de Patti Smith, John Cage, Allen Ginsberg o William S. Bourroughs. Alcanzaba con marcar los sacros 10 dígitos de Dial-a-Poem, léase 212 628 0400, revolucionaria línea que durante tres años conectó a millones de personas con poemas grabados en vivo, en forma gratuita, mucho antes de que existiera internet. La propuesta fue bonito invento del poeta y performer John Giorno, a la sazón amante de Andy Warhol, protagonista de su antifilm Sleep, que en 1969 sentó primeras bases de su proyecto en el Upper East Side de Manhattan. Allí instaló quince teléfonos con sus quince contestadores automáticos, que lanzaban una poesía al azar, además de partes de discursos de activistas, canciones experimentales, mantras budistas, renovando Giorno la selección con mimo día a día. Así, tras marcar el número, que se promocionaba con pegatinas en cabinas, cafés, el metro, lo mismo podía escucharse una pieza temprana de arte sonoro de Phillip Glass que un consejo revolucionario de la poeta beatnik Diane Di Prima, al propio Burroughs leyendo extractos de Los chicos salvajes, una proclama a viva voz de los Black Panthers. “El servicio de Giorno atrajo a cantidad de estadounidenses jóvenes e inquietos, sedientos de sus tres minutos registrados de contracultura”, subraya MessyNessyChic, y relata cómo John había invitado a cientos de artistas a grabar sus voces para abordar tópicos candentes como la Guerra de Vietnam o la revolución sexual. Parte de ese contenido, de hecho, en forma de versos con alta carga erótica, en forma de receta para crear caseramente una bomba molotov, puso a Dial-a-Poem en la mira de grupos conservadores que empezaron a presionar para que les cortaran literalmente la línea. Y tras pasearse por distintos establecimientos, incluido el MOMA, fue lo que finalmente sucedió, en 1971. “La mayoría de los llamados entraba en horario laboral, entre las 9 de la mañana y las 5 de la tarde, inevitable pensar que se trataba de oficinistas aburridos de Nueva York para los que Dial-a-Poem se volvió una droga. Y si les aburría un poema de John Asbery, podían colgar y volver a marcar para escuchar una pieza de Jim Carroll”, contaría Giorno años después.