“Y luego tengo esta, de Cortázar; es de las últimas, en Barcelona, en el ’84, cuando volvía de la Argentina. El poeta Alberto Szpunberg me dijo ‘che, está Julio’: la tristeza que tenía, el tipo estaba hecho mierda. Sabía que tenía leucemia, la mujer se había muerto no hace mucho. Y además, lo que no entendía era cómo estos hijos de puta lo habían boicoteado, no lo recibió Alfonsín, no le dieron ni cinco de pelota. A Cortázar lo había conocido en Chile, en el ’70, cuando asumió Allende; tuvimos una discusión, porque me dice: ‘Yo no publico en hebdomadarios argentinos’. Me fui y dije: ‘¿Qué carajo significará eso?’ Así que volví y lo encaré: ‘Perdoname, te tengo que hacer una pregunta: ¿qué quiere decir hebdomadarios?’ El tipo se cagó de risa: ‘Semanarios, boludos’. Ese día no me dio bola. Yo ya tenía a Nicolás Guillén, a los vietnamitas, al Chicho en su despacho: nos habíamos colado con Mempo Giardinelli, ahí, laburábamos para las revistas de la Editorial Abril. Bueno, pero me faltaba Cortázar. Una tarde daba una conferencia en el Pen Club que había en Santiago: me fui dos horas antes y me escondí debajo de la mesa del orador, que tenía un mantel hasta el suelo. Yo tenía una seis por seis, que me permitía mirar, viste, y sacar el lente. Cuando él me vio, ¡te imaginás! Pero no dijo nada, se quedó, y le hice una foto muy linda, justo con toda una araña enorme alrededor, como si fuera un santo. Bueno, me tuve que quedar ahí hasta que se terminó. Cada tanto me miraba, como diciendo: ‘No lo puedo creer’”.
Además de ser un fotógrafo fuera de serie, Carlos Bosch contaba unas historias fabulosas acerca de cómo había conseguido hacer sus fotos, o qué acontecimientos se ponían en marcha tras su publicación. El relato sobre esa imagen icónica de Cortázar (la voluta del humo del cigarrillo como un alma en la boca) es de 2011, cuando Bosch volvía a “ponerse de manifiesto” en el país, luego de treinta y dos años en Europa: ese año ganó el primer premio en el Salón Nacional de Artes Visuales por “La bala policial”, el retrato de un piquetero de La Matanza, y accedió a montar una retrospectiva en la galería del Teatro San Martín con sus trabajos asombrosos de los años ’70 y ’80 en diarios y revistas argentinas y españolas. “Tengo 66 años y estoy empezando de nuevo”, decía por entonces en su casa de San Cristóbal, cuando recién había arrancado con su “Taller continuo de la imagen” e intensificaba el trasvase de su mirada y su experiencia a fotógrafos de diversas generaciones. En medio del tembladeral de estos meses de pandemia, el lunes temprano la mañana se cargó de tristeza con la noticia de su muerte. Aunque la salud se le venía enemistando en los últimos tiempos, Bosch seguía con sus proyectos y planeaba ir en septiembre a Barcelona, donde se montará una muestra con sus fotos de la Transición española. “Gran fotógrafo, gran reportero gráfico, gran compañero de notas compartidas en la vieja Editorial Abril –escribió Norma Osnajanski-. Siento una gran pena”. “En un medio, el de los fotógrafos y el periodismo en general, de algunos egoísmos, de ciertos egos inflados, sus amigos, sus colegas, los que pasaron por sus talleres, no callaron su dolor, pero tampoco callaron su generosidad, su simpleza, su valentía para retratar los lados oscuros de estos tiempos”, escribió Eduardo Longoni. “A través de Carlos descubrí mi amor por la fotografía analógica de formato medio –escribió Sarah Pabst-. Me prestó su Hasselblad sin pestañear, me ayudó siempre, me alentó. Su pasión y empuje me dieron impulsos importantes y estoy profundamente agradecida por estos aprendizajes”. “Estoy hecho pomada, era mi hermano -dijo Mempo Giardinelli-. Lo lloro y lo río por todo lo que vivimos juntos, como él quería y me pidió”.
EL FOTÓGRAFO NO OFICIALISTA
“Siempre me sentí miembro de una generación en transición, la primera generación nuclear, con prisa para hacer las cosas, con una especie de necesidad de agotar cada instante del día y de la noche, una vida como una gran montaña rusa en la que se alternan períodos de gran actividad física y creativa con otros de muy bajo nivel de producción. Mi vida, como mi fotografía, está formada con altibajos”. Bosch escribió eso en la presentación del volumen que publicó en 2015 Argra, en la colección Pequeño Formato: es el único libro de fotos suyas editado en el país y contiene una infinitésima parte de su producción, que es enorme. Nació el 10 de marzo del 45 en Buenos Aires: familia patricia, de derecha, antiperonista. Estudió en Córdoba Sociología, Antropología, Técnicas Audiovisuales. A los 22, mientras iba al taller de pintura de Demetrio Urruchúa, le mostró la foto de un lustrabotas de once años, en un rincón de Retiro, con la idea de que sirviera como apunte para un mural testimonial contra el desalojo de un asentamiento. “Maestro, si yo pinto esto en una pared, con mucha suerte van a decir ‘¡Qué lindo mural!’; en cambio, si muestro esta fotografía, van a decir: ‘¡Pobre pibe!’” Urruchúa lo echó, y así empezó su vida de fotógrafo.
En 1969 entró a Abril. “Yo era de derecha mientras estaba en la universidad, y empiezo a tomar conciencia en la medida en que vivo la realidad, que es la vida del reportero gráfico, que es decir ‘hoy hacés esta cosa y mañana otra’, la cobertura de un accidente, de esto o lo otro –contaba Bosch en el precioso documental Sombras de luz, estrenado hace dos años, y que podrá verse desde mañana online, desde las redes de La Olla Producciones-. Uno va viendo el mundo real, y no el mundo que le vendieron los medios, o la universidad, o los filósofos. Y además lo conozco a Osvaldo Soriano, que era de izquierda, y a Mempo, y bueno, no es que me convencen del todo, pero empiezo a ver las cosas de otra manera”. Con Soriano y Giardinelli coincidió en Semana Gráfica, Panorama, Siete Días, y compartieron viajes y coberturas de todo tipo, desde la represión a la pobreza extrema, sucesos y personajes de la política, el deporte, la cultural, el espectáculo. Para el ’73 el cura Carlos Mugica lo encaró, le dijo "vos tenés que estar en este proyecto", y lo acercó al grupo que armaría el diario Noticias, donde compartió redacción con Walsh, Urondo, Gelman, Verbitsky, Bonasso. Bosch quedó al frente del equipo de fotografía y junto Oscar Smoje, el diseñador, produjeron un salto en la historia de la prensa gráfica argentina.
Con la escalada de violencia al galope dejó Noticias un par de meses antes de su cierre y se camufló como fotógrafo de moda en Claudia, otra de las revistas del grupo Abril: se hizo famoso y cultivaba un perfil snob, Pinky lo entrevistaba en la televisión, y a la vez aprovechaba para retratar e identificar en algunos actos a los represores de la Triple A, que hacia fines del ’75 asesinaba a mansalva. Por entonces percibió movimientos sospechosos ante su departamento y su padre lo convocó por algo urgente y grave a Mar del Plata. “Siempre tuve muy mala relación con mi viejo, un facho –contaba Bosch-. Cuando llegué al restaurante en el que nos citamos tenía sentado al lado a Osiris Villegas, un ex comandante del Ejército, un facho peor que Onganía, que me dijo: ‘En homenaje a la amistad que me une con su padre, que es un caballero, no como usted, más vale que se vaya del país, y rápido’”.
Volvió de inmediato a Buenos Aires y encaró la salida: aunque le ofrecieron trabajo seguro en Venezuela, en España acababa de morir Franco tras cuatro décadas de dictadura e intuyó una apertura atractiva para el oficio. Recaló en Madrid y la ciudad le pareció rancia, gris. Decidió ir a Roma, previa parada de tren en Barcelona. “Mientras hacía tiempo para tomar otro tren, me senté en un muelle. ¡Un día de sol precioso! –contaba Bosch-. Había humedad como en Buenos Aires, y el olor de los bacaladeros, que por entonces todavía estaban. Compré un mapa y vi que el muelle en el que estaba ¡se llamaba Bosch y Alsina! Dejé en consigna dos valijas y me fui a caminar. Empiezo a subir la rambla y cuando llego al Mercado de la Boquería veo un montón de gente que venía gritando, ooooh-oh, ooooh-oh, con las banderas rojas y amarillas, a rayas; yo no conocía la bandera catalana, así que pensé que era algo del fútbol. Y de repente escucho: ‘¡Amnistía, libertad! ¡Amnistía, libertad!’. ¡Uh! Puse el veinte y largué las fotos. Apenas saqué la cámara me vinieron a prevenir: ‘Guarda eso, que están los sociales’, por la policía vestida de civil. Seguí sacando. Luego vi que de un furgoncito bajaban unos gordos, que al lado de la infantería... Y entonces me largué encima de la marcha y le dije a la gente: ‘¡Tápense la cara con la bandera!’ Un reflejo de lo que hacíamos acá. Salió una foto maravillosa: la bandera catalana y ojos. Con esa foto me fui a un diario, les gustó y me la compraron”.
Con la experiencia que llevaba desde Buenos Aires en Barcelona empezaron a abrírsele puertas, una tras otra. Tenía por entonces creatividad, arrojo, velocidad, intuición, desparpajo y mirada excepcionales: enseguida talló en el diseño de portada de El Correo Catalán, y fue co-fundador de El Periódico de Barcelona, y editor en Cambio/16 y en Interviú. “En ningún lugar estuve más de un año y medio”, contaba, pero dejó una huella indeleble: sus compañeros de entonces lo recordaron en estos días, cuando supieron de su muerte. “Cambió la concepción oficialista de la fotografía de prensa vigente en esos años y nos enseñó cómo había que construir unas secciones de fotografía modernas basadas en la vitalidad, en la experimentación, en romper moldes estilísticos, en abordar nuevos temas y hacerlo asumiendo riesgos profesionales y personales”, escribió el fotógrafo Pepe Baeza. Otro de los compañeros de esa época, Pepe Encinas, lo recordó en El Periódico: “Por un lado estaban las fotos extraordinarias que conseguía, pero era incluso mejor cuando contaba cómo las había obtenido. Le decíamos en broma que no hacía falta que nos enseñara la foto, que nos bastaba con que nos contara qué había hecho para lograrla”. En esa segunda mitad de los ’70 hizo series increíbles, como la de la primera marcha del orgullo gay en Barcelona, o la de los campesinos de la España profunda del posfranquismo, o las de los fascistas que seguían reivindicando a Franco con toda la furia, entre los que se infiltró durante años.
Sus fotos y reportajes aparecían en Stern, The Observer, El país, Tiempo. Cubrió guerras en El Líbano, Nicaragua, Afganistán. Una etapa en los bordes. Un episodio en Beirut lo llevó a un límite: no estaba conforme con lo que había conseguido y un pibito se le ofreció para cruzar, por veinte dólares, una zona acechada por francotiradores. “Fenómeno, le dije, ni me lo planteé. El pibe iba con el Kalashnikov en la mano y le empiezan a tirar, pim, pim, pim. Y entonces me dije: ‘Lo voy a hacer matar’. Y tengo la foto con el tiro que pega justo debajo del pie. En ese momento sentí que me había vuelto loco. ‘Me fui a la mierda’, pensé. Cuando el chico estaba volviendo hacia mí, sentí un golpe en la cabeza: me la abrieron con el mango de un fusil. Me doy vuelta y era el hermano: ‘¡Hijo de puta, lo podrían haber matado, sos un cabrón!’, me dijo. ‘Sí, tenés razón.’ Ni me quejé. Menos mal que me rompió la cabeza. Volví a España y dije: ‘Nunca más esto’. No soy apto para estas cosas”.
LLEGAR MÁS LEJOS
Entre el ’89 y el ’99 se recluyó en una granja de Luxemburgo: al margen, sin fotos. Luego, hasta 2007, alternó con temporadas con Madrid y Barcelona. Y entonces volvió a Buenos Aires, en principio para cuidar a su madre enferma. Hizo una serie de fotografías de piqueteros en La Matanza, que se publicó en una revista francesa con poemas de Juan Gelman. Con el paso del tiempo su trabajo era aquí prácticamente desconocido, pero en los últimos años volvió a ponerse en circulación, como le gustaba decir. De a poco fue haciendo la serie de autorretratos de “Los Miedos”, una vuelta de tuerca rotunda en su fotografía: cuidadísimas producciones en blanco y negro que representan la cárcel, la miseria, el tiempo, el acv, la muerte. Con el número dos de la serie consiguió en 2016 el Gran Premio del Salón Nacional de Artes Visuales: su alegría al recibir la noticia, conmovedora, está registrada en Sombras de luz. “Me gustaría mostrarle a la gente joven qué le pasa a un viejo –dice allí, sobre el final-. Porque una de las cosas que me faltó en mi vida es que los mayores… Eran un ejemplo, un ejemplo, pero no enseñaban nada. Nunca me dijeron ‘mirá, cuando llegues a la vejez te va a pasar tal cosa’. Nunca estuve preparado para llegar a la vejez. Y resulta que llegué a la vejez y me pegué una hostia enorme. Porque me encuentro con que yo sigo con la cabeza bien, y pienso, y tengo ganas de laburar, pero el cuerpo no me acompaña”.
Venía con achaques varios de salud: tuvo accidentes graves durante su vida profesional, como cuando un auto lo pisó en Roma mientras fotografiaba a Miguel Bosé. A fines de febrero lo operaron de urgencia, por una infección intestinal. Estuvo casi un mes internado, pero en los bordes de la pandemia consiguió volver a su casa, al cuidado de enfermeros y de sus amigos. La periodista y amiga Paloma García, que estuvo muy cerca de Bosch en los últimos años, cuenta que cuando se enteró de la movida de los fotógrafos para vender fotos como para recaudar fondos para barrios populares, él insistió para ser parte y envió “El fantasma”, retrato de un hombre entrando a un bar en Extremadura. El fotógrafo y editor Diego Sandstede también lo visitaba hasta la semana pasada, para darle una mano en lo que fuera: “Se estaba recuperando, unas ganas y una fuerza de voluntad increíbles –cuenta-. Con la idea de ir a la muestra de Barcelona; hacía ejercicio con unas pesitas, se bajaba solo de la cama a una silla de ruedas para moverse por la casa. Súper inquieto. ‘Vos que hacés meditación, recomendame algún libro’, me dijo. Le recomendé uno, pero le aclaré que estaba medio agotado: a los tres días me mandó la foto de la tapa, porque lo había comprado, y dos días después lo había leído”. El domingo pasado, primera noche del invierno, tuvo una crisis respiratoria. Murió en las primeras horas del lunes.
Y la desgracia adicional de estos días, lo anómalo de las despedidas. Tuvo tres hijas y un hijo, Bosch: Agustina y Enriqueta, que nacieron aquí y se exiliaron en España; Eliane, nacida de un segundo matrimonio, en la época de Luxemburgo; Vittorio, que tiene 9 años, con una tercera pareja. Eliane, que es música y vive entre Londres y Cuba, escribió: “Mi papá se fue repentinamente pero en paz, habiendo tenido una vida increíble. Era un fotógrafo, y no exactamente un fotógrafo frío: hizo fotos que cambiaron el curso de la historia, observó y fotografió bombas cayéndole encima en varias guerras, se perdió en el Amazonas durante semanas, fue encarcelado y arrestado, se infiltró en grupos extremistas, y finalmente tuvo un documental sobre él. Vivió una vida tremenda, y cuando contaba sus historias, todos se reunían a su alrededor, con aperitivos y almohadones, y escuchaban durante horas”.
“El lema mío –dice Bosch en el documental- es que sólo los idiotas se quedan conformes por haber llegado. Porque no saben que podían haber llegado más lejos. Es lindo eso, ¿no?”