En el año 82 el Centro Editor de América Latina publicó una serie de fascículos sobre fotógrafos argentinos del siglo XX. Uno de esos fascículos estaba dedicado al trabajo de Carlos Bosch. Hacía poco que yo había empezado a hacer fotos y esos cuadernillos me parecían pequeños tesoros. Todavía los conservo. A muchos de esos fotógrafos que tanto admiraba después los conocí y me nutrieron también desde las relaciones personales. Sin embargo Carlos Bosch, que me había impresionado tanto, seguía siendo un misterio. Miraba esas fotos, salvajes, osadas, oscuras, tan al límite, que me atraían tanto como me repelían y me preguntaba cómo sería y dónde estaría esa especie de bestia que las había hecho. Las fotos estaban buenísimas. Pasó el tiempo, llegaron mis propias imágenes. Alguien me dijo en algún momento que Bosch vivía en España, luego en Luxemburgo, y nada más. En el año 2008 recibí un correo de él con una foto muy graciosa, donde se mostraba en un trailer abandonado como vivienda, anunciando que había regresado. Enseguida nos hicimos amigos.
Agradezco a la vida por haber permitido el encuentro, por estos doce años de amistad donde siempre prevaleció el profundo amor que nos unió. Agradezco las risas, las enseñanzas, los viajes, las charlas, las comidas (¡era también muy buen cocinero!), el precioso tiempo compartido.
Hoy me duele mucho despedirlo, hablar de él en pasado.
Carlos querido, entrañable loco, talentoso y sensible, siempre tan generoso.
Buen viaje niño eterno, amigo de mi alma. Hacia la luz más brillante.