¿Qué tendrán que ver la búsqueda desesperada de un respirador, una pandemia que afecta principalmente a los pulmones, la carga viral en distintos seres vivientes y la rodilla clavada sobre un afrodescendiente hasta matarlo de asfixia?
“ Por favor, no puedo respirar!”, decía con apenas de voz el hombre negro que tenía una rodilla policial clavada en su cuello. El policía no cedió al pedido e igualmente lo terminó matando con saña. Era el 25 de mayo de 2020. La respuesta social fue inmediata, en una cantidad de ciudades de los Estados Unidos, - más de cien- en medio de la pandemia, la ciudadanía masivamente salió a la calle, en algunos casos con bronca y violencia. También se extendió extramuros: hubo manifestaciones en Alemania, en Francia, en el Reino Unido. La consigna espontánea reiteraba a viva voz las palabras de la víctima: “¡no puedo respirar!” .La consigna fuerte, angustiante, parecía ir más allá de la tremenda muerte. En un país como los Estados Unidos con más de 100.000 muertos por el Corona Virus al mes de junio de 2020, y en pleno año electoral; en un país con más de 40 millones de desocupados y un enorme estímulo a la tenencia de armas y a la violencia, la muerte de George Floyd fue la gota que rebalsó el vaso. Ya son muchos los testimonios de que los pueblos están hartos de tanta asfixia y opresión a la supervivencia. Pero lo ocurrido con Floyd, el que un policía lo presione tirado en el piso hasta romperle el cuello y que deje de respirar no sólo estremece por su brutalidad sino que convoca a pensar – toda la situación- en algo más. Racismo, brutalidad, desigualdad, hartazgo por parte de los subalternos, capitalismo en crisis serían algunas de las palabras claves que escribiríamos si de un proyecto de
investigación se tratara. Pero nos inspiró algo más: ¿Qué querrá decir la metáfora del respirar?¿Por qué la respiración, los respiradores, el oxígeno se han tornado fenómenos, productos y símbolos claves de este momento histórico?
La respiración como metáfora
Desde mediados del siglo XX tan mediático, tan dedicado a los bienes simbólicos, se sabía que un tema estratégico y a nivel mundial eran los recursos naturales que podríamos sintetizar en los cuatro elementos: AIRE, AGUA, FUEGO, TIERRA. Los gobiernos de países poderosos dedicaban y dedican enormes esfuerzos para buscar los recursos y, si antoja, llegan a depredar los territorios para obtenerlos, así, de este modo, acumular capital y poder. Las guerras e invasiones por el logro de cuencas petroleras ha llegado a límites insospechados: se arrasa con poblaciones, países, gobiernos. Después de la caída del muro (1989) y con la expansión neoliberal de los 90 esto se intensificó con el pretexto de la globalización. Abrirse al mundo desde los países pobres era aceptar que otros invadan, agobien, se comploten con ciertas burguesías nativas y expolien los territorios y las soberanías. Argentina lo vivió como un emergente más junto con otros países como Chile o Ecuador. Argentina experimentó saqueo organizado, pero sólo se habló de los pequeños saqueos populares por alimentos. Otros países lo padecieron de modo más trágico como en Irak o Siria. Lo cierto es que las grandes potencias tienen sus objetivos puestos en los recursos. La energía parecía un dato necesario y la búsqueda de recursos para lograrla, también. Pero esto es necesario cuando las fábricas funcionan, cuando los vehículos van por carreteras, cuando el consumo está a full. Los juegos de poder, antes de la pandemia ya hacían que el petróleo bajara su precio aunque se supone que aún es un recurso estratégico. La respuesta evidente: porque así asfixiaban a países emergentes y a países pobres.
Por otra parte, se reconoce que vastos sectores de población carecen de agua, ni hablar de agua potable. Territorios devastados, tala masiva hicieron que aumentaran los desiertos. Para el 2020 el 41% de la superficie terrestre es desierto o está en proceso a serlo.
Por cierto que esto afecta – como dicen los especialistas- no sólo al ser humano sino a todo el ecosistema. Daño evidente al mundo vegetal y obviamente a todo otro ser viviente. El ser humano es agua casi en un 80 por ciento, esto significa que su escasez amenaza no a un individuo u otro sino a la especie. No lo entienden todavía quienes gozan de agua potable, cloacas, etc. Tampoco se trata de soluciones individuales aunque la educación en términos de medio ambiente es fundamental, pero es sabido que son las políticas públicas las que deben concretar el freno a la desertificación. Las selvas, los bosques, las praderas, los humedales del litoral, el humus de las pampas son territorios estratégicos, muchos de los cuales como la tan vapuleada selva amazónica, constituyen pulmones del planeta. Lo saben los pobladores nativos, excelentes cuidadores de la región, pero lo suele olvidar el mundo urbano y los grandes poderes lo dejan para el saqueo en estos tiempos de capitalismo de depredación.
Por otra parte y paradójicamente, en el Ártico y en el Antártico se están produciendo deshielos que auguran futuras inundaciones. Sin pensar en la ciencia ficción, es posible vaticinar nuevas reconfiguraciones territoriales a nivel planetario. Muy poco se hace para que esto no ocurra. Aún está muy presente el imaginario de que no habrá catástrofe que impida que todo vuelva a un orden original y estable. Que en definitiva después del caos vendrá el orden y seremos mejores. O bien, la otra fantasía de que lo importante es vivir el presente sin pensar las consecuencias. Acompañado esto por el imaginario de que, si hay peligros, están muy lejos. Las grandes ciudades cubiertas de un gris plomo por la contaminación no siempre son pensadas como espacios de riesgo. Y sin embargo, sin oxígeno no hay vida.
Oxígeno en riesgo
Desde hace tiempo las ciudades son irrespirables, ya lo decían los urbanistas de los años 60 del siglo pasado (Jacobs, Morse, Hardoy). Sin embargo, en estos Tiempos Contemporáneos, en el nuevo milenio, el 80 por ciento de la población vive en ciudades. ¿Se trata de una humanidad suicida? Decididamente, no. Es porque gran parte de las posibilidades de trabajo y supervivencia se encuentra en las ciudades. Cuanto más auge tiene el capitalismo de servicios y financiero, más se abigarrarán las ciudades. Más gente en situación de calle habrá y más pobreza colgada de los débiles hilos de la caridad y el derrame ocasional. Habrá más homless durmiendo en la puerta de bancos y bajo la “protección” del cubo de vidrio de los cajeros automáticos.
Los conjuntos poblacionales urbanos no sólo se someten a diferentes formas de contaminación desde el transporte hasta los desechos de las industrias, sino que, si las ciudades están vecinas de zonas rurales, deben exponerse a la nefasta contaminación de los productos pesticidas para hacer más productivas las praderas y consiguientemente prolifera la asfixia.
Hace tiempo que el aire anda mal. Pero la ceguera pudo más. De pronto cuando desde alguna ciudad de Occidente se veía a jóvenes de Pekín con barbijo, esta experiencia parecía lejana, poco entendible, autoritaria. “Cosas de chinos”, se pensaba y hasta se decía de modo peyorativo. Las ciudades fueron acumulando stress, vorágine, control, se tornaron irrespirables. Más aún: el capitalismo depredador extendió la idea de que el aire no sería para todos. Barrios y localizaciones cerradas con árboles, vegetación, y alimentación “sana”. Y barriadas populosas de callecitas angostas, sin aire y casitas montadas una sobre otra con infancias corriendo por donde pueden. El aire forma parte del derecho al habitat, el aire, se suele decir, es gratis, sin embargo no es igual para todos. Las villas de emergencia o vulneradas donde millares se apretujan para sobrevivir no gozan de buen agua y les cuesta el aire más que al resto de la población. Pero es sabido
que los ciudadanos permanecen allí, muchas veces siendo migrantes internos, porque en su lugar de origen viven peor; son peones rurales esclavizados, migrantes sin techo y excluidos. Las ciudades, al menos en Latinoamérica, muestran a cielo abierto la inequidad. En Argentina durante años a los habitantes de las villas de emergencia se los llamó “la negrada”.
En las grandes ciudades hay cada vez más espacios elegantes, shoppings centers, avenidas y autopistas, y en un costado como el yuyo en la piedra conjuntos poblacionales espontáneos, hechos con restos, en situación de pobreza y maltrato. No es de ahora. El escritor Bernardo Verbitsky escribió en 1957 Villa miseria también es América. Pero claro, desde entonces hasta ahora podrían haber cambiado. Pero no, las grandes ciudades multiplicaron su población, sus actividades, y también sus villas.
Agregando a esta situación que en América Latina desde el Distrito Federal de México hasta Santiago de Chile, pasando por San Pablo, la polución tiene consecuencias inevitables en la salud. Por épocas, hasta se suspenden las clases para que los niños y niñas no salgan a la calle. Un gris plomizo agrede la visión y los pulmones en el DF de México. Buenos Aires se salva un poco por el río, pero claro, el río tiene un hijo, el Riachuelo, profundamente contaminado.
En ese marco también la alimentación suele estar contaminada y no sólo en nuestro Continente. Más aún, en muchos distinguidos lugares del planeta los seres vivientes animales son sometidos a un enorme stress, hacinamiento y alimentación artificial para que produzcan más, para que sean más gordos y mejor vendibles. Lo mismo sucede con lo vegetal, inflado por insumos transgénicos. Como dirían mis antepasados estos pollos ya no son pollos, y los cerdos van a reventar de gordos. Los peces también sufren y la vaquitas , además de seguir siendo “ajenas” como diría Yupanqui son alimentadas con raros fortificantes.
A su vez, cuando los humanos quieren estar más sanos en la ciudad se les recomiendan técnicas desafiantes, a veces difíciles de soportar como el cross feet, el correr (running) arrebatado, el escalar paredes o el inmovilismo para lograr
supuestos equilibrios y armonías. Como dice tanta bibliografía, tales descargas son para que la ciudadanía vuelva a producir más y mejor. Tan olvidados estamos que hasta se solicita reaprender a respirar.
En definitiva, respirar en las ciudades es muy difícil, porque te quiten el aire, porque te contaminen, o porque un policía le ponga su rodilla asfixiante al cuello de un ciudadano afrodescendiente. O senegalés.
¿Fue inesperado el COVID?
No somos conscientes de lo que tenemos hasta que lo perdemos. Ahora medio planeta está encerrado por la pandemia. El COVID19 hace estragos, y, si bien en algunos países ha disminuido considerablemente la población afectada, igual queda un tendal de muertes, miedos, y pulmones en ruinas. Porque el COVID19 ha afectado principalmente los pulmones, nuestro fuelle respiratorio, y también entonces el oxígeno en sangre. A tal punto que, cuando comenzó a fines del 2019 en la ciudad de Wuhan, China, se decía que era una enfermedad parecida a una neumonía y así se lo informaron a la Organización Mundial de la Salud. Se trataba de otro SARS pero diferente del de las gripes anteriores, mucho más peligroso y dañino. ¿Era casual la existencia de una enfermedad que nos deja sin oxígeno?
¿Era azarosa la existencia de una enfermedad con enorme capacidad de contagio que dejaba atónitos a los infectólogos más reconocidos? Y lo que es más, frente a tan descomunal y agresivo mal la humanidad, sus expertos, sólo en principio podían atinar al aislamiento, a la cuarentena casi una técnica medieval frente a una enfermedad nueva, contagiosísima. Que nos podía dejar sin aire. Habiendo pasado la posmodernidad y con los supuestos avances en materia de indagación científica como el hallazgo del genoma humano, un virus, cual bicho malo e incomprensible, obligaba ,así fuera de modo temporal, al aislamiento de los cuerpos. Y en el mismo escenario se producía la lucha por los “respiradores” esos aparatos imprescindibles para esta ocasión aunque escasos en el planeta. Se
llegaron a desviar aviones que llevaban en su carga respiradores y barbijos; se reabrieron laboratorios y empresas de tecnología médica y bioingeniería para fabricarlos. Se lucha por alcanzar la vacuna desesperadamente.
Mientras tanto, y casi al mismo tiempo, se expandieron los porqués, de dónde provenía esta enfermedad, qué le había sucedido al omnipotente mundo. Como los imaginarios a veces son infantiles y concretos, se imaginaba al virus volando desde un laboratorio de Wuhan hasta la garganta de algún ciudadano europeo o estadounidense. Se desplegaron teorías conspirativas (¿algunas tal vez ciertas?) que suelen tranquilizar porque permiten ponerle nombre al enemigo, y al miedo. Y algunas indagaciones más serias buscaron la genealogía de la enfermedad considerada una zoonosis: así como fue la “gripe aviar” o la “fiebre porcina”, el virus COVID19 habría pasado de un murciélago a un pangolín y de éste a un humano; o bien, según otras indagaciones, iría de murciélagos directamente a humanos. Esto dicho de modo muy reduccionista ya que hay variaciones de virus, cepas etc. Los murciélagos son mamíferos, tienen alta persistencia de vida, pueblan las alturas de ciudades, han resistido a un número grande de virus y forman parte de un gran número de relatos y narrativas dibujadas donde en general dan miedo y hasta asco.
Sin embargo, según investigaciones recientes, hasta los murciélagos experimentan el stress urbano. Como decíamos, se han caracterizado ancestralmente por ser transmisores de virus a tal punto que resultan importante objeto de estudio en laboratorios de todo el mundo. Pero no están alejados de todo el ritmo de deterioro del planeta. La globalización capitalista que ha llevado a enormes migraciones de población por necesidad, a la tala brutal de bosques, que está produciendo el cambio climático y las transformaciones en el habitar animal ancestral, todo esto afecta a los seres vivientes, incluidos los murciélagos.
En una entrevista al ecoepidemiólogo Jordi Serra-Cobo de la Universidad de Barcelona aparecida en el diario La Vanguardia (30/3/20) éste sostenía:
“Cuando los murciélagos sufren estrés –ya sea porque se les caza o por cambios drásticos en su hábitat, como la deforestación– su sistema inmune se debilita y le resulta mucho más difícil enfrentarse a los patógenos.” La invasión de habitats salvajes hace que aumenten las probabilidades de entrar en contacto con patógenos: Entonces el estrés en los murciélagos tendría las mismas consecuencias que en los humanos. Cuando sus habitats son invadidos muchas especies intentan o logran mantener sus refugios y se ocultan, pero otras entran en contacto con la población humana…El resultado de la destrucción de los hábitats forestales (de los murciélagos así como otras especies presentes en los bosques) conlleva que los patógenos, que antes estaban confinados en lugares inaccesibles, entren en contacto con la especie humana.”
Y de ahí a los contagios hay muy pocos pasos. Más estrés de todos los seres vivientes, ergo más contagios. Y, agreguemos, más pobreza, marginalidad, condiciones de habitat indignas, más contagios. Menos políticas públicas de salud, más contagios. La globalización asfixia. ¿Intencionalmente?
¿Seremos muches?
Entonces queda coherente la idea de que la pandemia forma parte de una enorme y larga experiencia de deterioro del planeta incluidos sus seres vivientes. Había sido dicho, pero la ceguera del lucro a toda costa pudo más, para lo cual también había que tener “entretenida” a la población sólo en buscarse el pan. Atravesamos una época de enorme desigualdad con multitudes que luchan a su manera por no quedar afuera de las posibilidades de supervivencia.
Y frente a la expansión poblacional se han pensado “soluciones”, algunas de neto corte fascista, como cuando se dice que “somos muchos en el planeta que sobreviva el que pueda”, o “que todos se contagien y algunos quedarán en el camino” o las soluciones selectivas, “que sólo queden los rubios”. A pesar de los discursos por la república y las instituciones, estas frases están presentes, y
también las acciones que las avalan. En este marco se validan las acciones que prefieren poner la rodilla en el cuello de las víctimas o dejar en la pobreza a millones.
Por cierto que hay otras respuestas, a veces titilantes, a veces de irrupción como un fulgor destacado que irrumpe luego de un doloroso acontecimiento. Entonces se piensa en términos de justicia social, territorial, derechos ciudadanos y redistribución de la riqueza, incluido el aire puro, el agua buena, la energía que no mate. Se usan términos variados para definir estas movidas como gobiernos populares, ecosocialismo, progresismo, luchas antirraciales, defensa del planeta con sus seres humanos incluidos. En esos casos prevalece una mirada donde el “yo” en soledad cartesiana no se enfrenta al mundo natural para desvastarlo ni se siente un like más de la maraña tecnológica, sino que proponen convivir solidariamente, sentirse en y con la naturaleza, estar alertas y reequilibrar transformando las sociedades; saben – por otra parte- que será no sin luchas. Si logran conjugarse en términos internacionales, regionales, habrá oxígeno, habrá sangre nueva para combatir pandemias con reservas físicas, cognitivas y morales. Aire pleno y horizontes. Y si no….