La cuarentena provoca cambios, qué duda cabe. Hacia finales de marzo, cuando comenzaba el extenso aislamiento social en nuestro país, los responsables de la productora El Pampero Cine anunciaron que gran parte de su acervo cinematográfico sería puesto a disposición de la audiencia online de manera libre y gratuita. Incluidas las casi catorce horas de La Flor, el largometraje de Mariano Llinás que, hasta la llegada del covid-19, nunca había sido exhibido fuera de la oscuridad de las salas de cine. En un nuevo paso hacia una “liberación” necesaria, inevitable, en tiempos de encierro, El Pampero acaba de presentar un trabajo del realizador Alejo Moguillansky que sólo había podido disfrutarse como parte complementaria de la obra teatral Rubios, creación del Grupo Krapp, el colectivo de teatro danza integrado por Luciana Acuña, Gabriel Almendros, Luis Biasotto, Edgardo Castro y Fernando Tur. Divididos en cuatro episodios, los treinta minutos de Un día de caza ya están disponibles en los servidores de Kabinett
, plataforma de streaming en cuyo manifiesto pueden leerse sus intenciones primigenias: “ofrecer un ambiente colaborativo a los amantes del cine de autor y compartir una selección cuidadosamente curada de arte, música, cine y más”.
La exhibición online de esta obra colaborativa es el primer eslabón de un proyecto mucho más ambicioso, conformado por una serie de trabajos inéditos que comenzarán a ver la luz durante los próximos meses. “Estamos explorando”, dice Alejo Moguillansky en comunicación con Página/12. El director de El loro y el cisne, La vendedora de fósforos y Castro, entre otros títulos, afirma que “estamos pensando en las exhibiciones online y en cómo deben ser esas películas. Para que no sean esos engendros argumentales de las series o las boludeces visuales de las redes sociales. Es importante pensar qué pasa con el cine en ese sentido, porque la situación de cuarentena nos ha puesto en un lugar novedoso. Las cosas han cambiado y personalmente me pregunto lo siguiente: el día que esto termine, ¿quiero que las cosas vuelvan a ser exactamente como antes? No lo sé. Sería muy negador decir ‘bueno, acá no pasó nada’. Creo que nadie está muy seguro de nada y esto es la exploración de un terreno”. En pantalla, el capítulo uno de Un día de caza presenta a un cuarteto de seres completamente cubiertos de césped, los así llamados “hombres pasto”, un grupo de extranjeros dispuestos a disparar con sus armas largas a todo pato que esté a su alcance. En el siguiente episodio, otros cuatro personajes, “los rubios”, hacen su aparición, sumando aún más caos y confusión al relato.
Ostensiblemente influenciado por el slapstick más visceral y las enseñanzas de Jacques Tati, la creación de Moguillansky y el Grupo Krapp cruza el humor directo y abstracto con las posibilidades de la coreografía desencadenada de cualquier uso o costumbre, con una utilización de la banda sonora –construida en posproducción– como complemento a las imágenes, donde conviven el inglés farfullado y un castellano ininteligible, pero con inconfundible acento cordobés. Intentar describir la “trama” es no sólo difícil sino estéril. La gracia de Un día de caza radica precisamente en su condición de objeto imprevisible y absurdo, por momentos a niveles cósmicos. “El origen de todo es la colaboración de años con el Grupo Krapp”, detalla Moguillansky, “que, según recuerdo, comenzó en Castro. Esos personajes camuflados y los rubios nacieron de experiencias escénicas fértiles, efervescentes, y la idea fue hacer algo cinematográfico con ellos. Obviamente Tati y Chaplin fueron un norte, pero también la idea de hacer un cine no verbal, completamente físico y visual, no discursivo. Sin argumento, o bien adelgazado a un nivel casi infantil. Creo que siempre hay una arista coreográfica en lo que hago, pero acá el concepto era explorar sus límites. Un tipo de cine sin guion, en el cual no teníamos la más remota idea de lo que iba a ocurrir en el plano siguiente. Un cine del presente en el sentido más puro. Un cine que no conoce ni el futuro ni el pasado”.
Las presentaciones de la obra Rubios, estrenada el año pasado en el Cultural San Martín, incluían la exhibición posterior del cortometraje de Moguillansky, pero en cada una de las funciones el momento exacto del comienzo de la proyección iba cambiando. En ese sentido, el lanzamiento de Un día de caza en formato de miniserie es la última de sus mutaciones de formato. “La idea también era acercarse a la comedia de una manera menos ingeniosa, por decirlo de alguna manera. Más popular, tal vez. Y ahí volvemos a Tati. Uno ve Mi tío o Playtime y el nivel de abstracción es infinito. Un cineasta moderno por excelencia. Nos interesaba explorar las fronteras del humor, hacer del gag algo diferente, cuya finalidad vaya más allá del efecto. Algo que está muy ligado a lo que hacen Luciana Acuña y Luis Biasotto, que son casi codirectores de Un día de caza. Hubo un trabajo enorme que se descubrió en posproducción y que tiene que ver con los falsos sincronismos y aberraciones sonoras; su mayor responsable fue Marcos Canosa, el sonidista. Durante el rodaje yo estaba a los gritos dando indicaciones y prácticamente no se utilizó casi nada del sonido directo. La dimensión sonora real apareció durante la edición”.
Para el realizador, la idea de que un teatro se transformara en cine era parte del atractivo de su exhibición. “Podríamos haber enviado al corto a un festival más prestigioso o menos prestigioso, pero la visualización en esas circunstancias, en un teatro de trescientas personas, durante tres o cuatro funciones semanales, nos acercaba a la idea de cine como arte popular. Y eso nos parecía ideal para un trabajo como este, que tiene una pata popular y otra que no sé si llamar experimental, pero sí radical. Creo que Un día de caza también tiene algo de feria”. El director de la aún inédita comercialmente Por el dinero confirma que este es el primer paso de un proyecto a futuro que incluye otros trabajos, tanto suyos como de sus colegas en El Pampero Cine, todos ellos inéditos.
“Así como Un día de caza fue ‘capitulado’, hay otras cosas que no lo serán. Hay películas, objetos audiovisuales, que además de tenerme como realizador a mí incluyen a directores como Mariano Llinás, Agustín Mendilaharzu, Laura Citarella. Hay un largo proyecto llamado El salón de los rechazados, que también se está pensando para su inclusión en Kabinett. Hay una serie de films de Llinás, que probablemente tengan ese mismo destino. Son materiales que, en algunos casos, ya estaban filmados y en otros están en proceso, siempre de modo ‘cuarenténico’. Siempre hemos tenido esa idea de no subir nuestros trabajos a plataformas y sostener el concepto de proyección en salas, pero lo cierto es que esta situación nos obligó a repensar qué hacer. Las películas siguen existiendo, pero sin cines. Entonces, ¿dónde está el cine hoy? Es una pregunta que hay que hacerse”.