Hermes Binner se va en el mismo mes en que nació, pidiendo perdón por la molestia, va ligero de equipaje, sobriamente, diciéndome bajito, nada está roto, está cumplido.
Se va con cinco hijos en su corazón encendido, con la última flor que le dejaron sus vecinos en la calle San Juan.
Se va con un montón de rejas para que nadie vuelva a ponerlas en la Casa Gris de Santa Fe y en el Puerto de Rosario.
Se va con humildad aunque dio vuelta la ciudad y le enseñó el Paraná a su gente.
Se va con la descentralización y los distritos guardados en los bolsillos dentro de su sobrio saco azul.
Se va sonriendo amablemente con la patria de la infancia en sus ojos tan claros.
Se va con los Trípticos de la Infancia de Rosario y de la Imaginación de Santa Fe. La Ciudad de los Niños, y los niños y las niñas.
Le cuelgan en las botamangas los tres niveles de complejidad del sistema de salud, se le asoman no sé cuántos hospitales y un Ministerio de Cultura.
Se va llevándose la franja del río, de los jóvenes y el sistema crecer y la esperanza.
Se va con los abrazos de la gente y un apretón de manos de compadres.
Se va hombre de los derechos humanos, de los nacimientos, de la seguridad de su silencio en cada una de nuestras pérdidas.
Se va con un papelito arrugado, sin rencores, faltante, con el Puerto de la Música de Niemeyer en el ojal. Había que creerle que Rosario era distinto, había que saber reconocer visiones y hombres visionarios.
Se va con el amor a su partido y a sus compañeros. Con una rosa roja en una mano. Con una desesperada y enorme vocación de servicio y transformación de su provincia en la otra. De sus ciudades. De su Rosario querida.
Se va con su medicina para el desencanto y el espacio público entero lo saluda. Un sábado de sol que lo despide lleno de juguetes de niño hechos a mano; lleno de centros de la juventud hechos de amor y rebeldía.
Se va haciéndonos despertar de la anestesia y con la timidez del que no sabe lo que se lleva, lo que dejó, lo que nadie podrá jamás arrebatarle.
Se va demostrando que es posible ser la ciudad del juego y el deporte, de los artistas populares y la bandera de Belgrano.
Se va sin decir nada, mereciéndola mientras los enfermeros del HECA lo saludan, mientras los niños me escriben que lo sienten y las personas le dicen gracias.
Se va llevándose el vacío enorme de su ausencia, para no dejarnos lágrimas ni sufrimientos. Saluda con la mano, nos pide que cuidemos a los viejos, a los chicos, al norte postergado, a los que amó, a su enorme biblioteca.
Y se va de a poco, por si acaso, porque nunca vivió para el pasado. "O creamos, o erramos", como Simón Rodríguez, me susurra desde el viento y se cree en silencio por lo tanto.
Y nosotros nos quedamos sin aplausos, sin beso y sin abrazo, y él sólo quería contagiarnos de su amor por la gente y la política, de su larga lucidez, de su ternura. De su empeño en buscar un poco de felicidad en la ribera, de caminar con todos por la vida sin que nadie le diga que no pudo, sin que nadie se olvide que lo tuvo.
Buen viaje, Hermes, hasta siempre. Te queremos.
*Ex ministra de Cultura de Santa Fe.