Hace dos años, Marcos Arano y el equipo de Malvado Colibrí habían pensado en hacer una obra sobre la independencia argentina, aprovechando que se aproximaba el Bicentenario. Todo en clave de clown, con 20 actores en escena y música en vivo. El resultado de esa apuesta son dos obras -”por ahora”, aclara Arano en la charla con PáginaI12-: Patriada, estrenada el año pasado sobre la independencia y pronta a reestrenarse, y Tierra partida, que narra el proceso de formación de la Nación Argentina, un período turbulento de la historia nacional. “Con el cambio de gobierno y la visión que plantea de la historia vimos que ´la grieta´ está ahí desde hace muchos años”, reflexiona el director. “Creemos que hay una división que recorre la historia de nuestro país y lo bueno de estas épocas es que se puede ver el magma de lo que hay debajo. Y nos pusimos a investigar eso”, cuenta sobre Tierra partida, que se presenta los sábados a las 20 en La Carpintería (Jean Jaurés 858).
La Generación del 37, Rivadavia, Dorrego, Rosas, Sarmiento, la guerra con el Brasil son algunos de los personajes y situaciones que siempre generan polémica en la historia argentina, que en los últimos años fue rediscutida nuevamente. “Tierra partida en ese sentido es incómoda, provocadora”, analiza Arano, y asegura que la obra juega con la dificultad que tiene dar cuenta de ese momento y “lo difícil que es tomar posicionamiento, porque es una época de mucha crueldad, de luchas intestinas, de traiciones, de personajes contradictorios, y nos parece que eso también hace a nuestro ser nacional: esas contradicciones nos dicen de muchísimas maneras”, dice y marca su postura: “Lo que hay en general es una línea entre sectores que buscan la ampliación de derechos desde lo nacional y popular y otros que son más deudores de intereses externos, más europeizantes. Pero en el medio hay un montón de matices: Sarmiento y Rosas son ejemplos de esas contradicciones. En todos estos personajes habita la civilización y la barbarie a la vez”, compara.
Esas ambigüedades son puestas en escena en dos dimensiones: en una, el profesor Monterroso y su ayudante García relatan, uno con seriedad y el otro con humor, los hechos; y en la otra los clowns encarnan a esos personajes “reviviendo” la historia. Eso les permite “hacer anclajes con el presente, que no haya hilos ocultos”, para poner el detrás de escena a plena vista: como un mago que devela sus secretos sin dejar de sorprender al espectador. “Esto va en función de que es un teatro de relación: la obra tiene trucos pero vos ves como se arman. Tenemos una comunicación franca, y así y todo cuando sucede el público se sorprende. Y con la música pasa algo parecido: queremos que se vea la manufactura de la música, los músicos con su virtuosismo y sus problemas. Tiene que ver con la estética pero también con la ideología de la obra”, afirma Arano.
¿Cómo contar el siglo XIX argentino con clowns? “Lo que tienen los clowns es que permiten una mirada simple, cristalina de la historia, y no tan intelectualizada. Es un abordaje lúdico, y eso hace que sea absurda porque está plagada de contradicciones”, explica, y entre mate y mate detalla que al ser 20 personas las que están constantemente en escena pueden armar diferentes cuadros de los “arquetipos” que convivían en aquellos años. “Se puede ver a la vez un cardumen y lo esencial de cada uno ya que hay algo de la técnica del clown que es que habitan el fracaso y la supervivencia, desde Chaplin. Eso es muy clownesco”, destaca. Subraya asimismo que por esa cualidad “es lógico que vean los puntos flacos de los grandes personajes como Sarmiento o Esteban Echeverría, de Rosas o Dorrego. Los humanizan porque se relacionan frontalmente, sin especulación. Hay algo de la observación del clown que humaniza y permite la emoción y la risa”, resalta el director.
La risa es el camino que encontraron para abordar esas tensiones y poder desarrollar una trama conflictiva desde otro lugar. Es que, interpreta Arano, la historia está plagada de “intereses al ser narrada, incluso en los manuales escolares. Hay que revisar eso, pongámosle humor y no sacralicemos, porque cuando se sacraliza algo pareciera que siempre fue así; en cambio, la risa permite relativizarlo y abordarlo desde otro lugar”, opina, y adelanta que en esta época de humor ligado a lo pequeño, a lo cotidiano, a ellos les interesaba proponer un humor “más épico, de grandes gestas. Nos parece que donde se juegan el futuro y el destino los hombres también aparecen estos destellos más esenciales. Por ahí es un poco ampuloso decirlo así, pero veíamos que podíamos ir a lo esencial de los grandes temas”, concluye.