Pita el silbato, levanta la bandera, saca la tarjeta. Hace años que Roberta “Robi” Echeverría ocupa ese lugar incómodo en el centro de la cancha; no es solo el prejuicio y la subestimación, sino que el camino para llegar a un lugar tan masculinizado es cuesta arriba.
Robi se acercó al arbitraje después de años como jugadora. Antes de 2019 el fútbol femenino no estaba profesionalizado y las futbolistas no podían vivir de eso. Entonces Robi, que siempre había dirigido torneos de barrio, empezó el curso de arbitraje en AFA y en 2015 homologó para entrar al plantel oficial a nivel nacional. Finalmente, en enero de este año llegó a la más alta categoría cuando se consagró como árbitra internacional. “El mundo del fútbol en general lleva la bandera del hombre. Por suerte ahora hay mucha más inclusión y las árbitras pisan más fuerte, pero no es un camino fácil. Hay que tener en cuenta que antes no había ninguna. Entonces ahora, que cada vez somos más, las que estaban antes se hacen lugar y las nuevas vienen con otra mentalidad. Igualmente somos pocas en comparación con los hombres”, describe la jueza de línea que en nuestro país dirige a la Reserva de Primera masculina y las Categorías A y B del femenino. Los datos la respaldan: según la Refereeing International List de FIFA de este año, en Argentina, de 14 referís internacionales profesionales, sólo cuatro son mujeres y la misma proporción se mantiene con los y las asistentes.
Agustina Faundez es de Neuquén capital y comenzó el curso en la Asociación Provincial de Árbitros de Fútbol (APAF) estando en quinto año. Siempre le interesó el fútbol y aunque nunca se animó a jugar, le gustaba observar a los árbitros cuando acompañaba a su hermano a la cancha. Su caso se viralizó en 2018 cuando luego de un partido entre Unión Vecinal y Villa Iris, donde oficiaba como asistente, uno de los jugadores la mandó a lavar los platos. “Se quedaron descontentos con el resultado. Entonces cuando terminó el partido se acercaron y un defensor me gritó en la cara ‘Andá a lavar los platos’. Era la primera vez que me pasaba y por suerte fue la última. Muchos otros jugadores mostraron su solidaridad y respeto y entendieron que eso no se tenía que hacer, aparte el árbitro siempre me acompañó”, repasa Agustina, que esa tarde le paró la pelota al machismo.
A principio de año, algunas de las mujeres que conforman la Asociación Argentina de Árbitros (AAA) presentaron un proyecto para crear una Asesoría de Género. A partir de esto surgió una instancia de contención dentro y fuera de la cancha, tanto para quienes ya ejercen como para quienes están haciendo el curso o lo quieren empezar. “El espacio funciona tanto para una chica que necesita un acompañamiento legal como para apoyarnos frente a cualquier tipo de discriminación que podamos sufrir. También se nos ocurrió a futuro poder incluir a las árbitras del interior y coordinar con las jugadoras”, cuentan.
La pandemia afectó todo el ámbito del deporte con la suspensión de las actividades y la perspectiva de que no se retomen incluso tiempo después de que el aislamiento termine y los entrenamientos por Zoom nada hacen frente a las consecuencias económicas que se prevé serán difíciles de remediar en largo tiempo. “Por suerte hace un año que se pudo conseguir por medio del sindicato el Sueldo Básico Garantizado para árbitros y árbitras nacionales. Eso te ampara si no estás dirigiendo porque si no, nuestro ingreso son los pagos por partido. Las que somos internacionales tenemos un plus, pero no varía mucho”, explica Robi. Sin embargo, la situación no es igual y Agustina, que es de APAF y no de AFA, lo refleja: “A nosotros nos pagan por jornada y además el pago varía según la categoría, así que ahora no estamos ganando dinero. Yo estoy en una situación donde me puedo respaldar en mi familia, pero para muchos esto significó la pérdida de su ingreso”.
Si bien el camino resulta sinuoso y los obstáculos son muchos, las dos son ejemplos de que el feminismo avanza y las pibas están dispuestas a comerse la cancha.
* Por Dalia Cybel