–El romanticismo alemán, en figuras como Schlegel, Schiller, Goethe, Novalis y otros, podría tomarse como un remoto antecedente de tu tema preferido, el Caos, especialmente por la visión de mundo que propone, donde prima la espontaneidad, la no planificación, el impromptu, como parte de la aspiración a la más completa libertad creativa. En este sentido, de qué trata el libro que estás escribiendo y qué lecturas te sirven como punto de partida.
–El libro que estoy escribiendo en la actualidad, que se llama La asunción del caos, es una continuación de El caos que constituimos, el pequeño libro que me editó el Museo Nacional de Bellas Artes cuando hice la exposición Mirada prospectiva. Sobre todo, de la segunda parte, que estoy reescribiendo completamente: El caos como estructura.
Uno de los capítulos, “El yo como causa” parte un poco de la teoría del yo de Fichte, y el mundo entorno. Sobre que no hay mundo entorno sin el yo; ni hay yo sin el mundo entorno. Eso lo vinculo a lo que llamo “estructurarse en el caos” y, por cierto, a los primeros románticos, particularmente.
Hay muchas maneras de hacer la historia del romanticismo alemán pero muchos lo hacen partiendo del movimiento Sturm und Drang, de Hamann y Herder, del que participaban también de alguna manera Goethe y Schiller. Eso es más o menos en 1767. Pero el romanticismo como conciencia de tal –dado que aquello fue como un prerromanticismo–, se enuncia a fines del siglo XVIII, entre dos muchachos de veinte años: Novalis y Schlegel. Los Schlegel eran dos hermanos, pero el más filósofo era el hermano menor, Friedrich. Y son ellos los que elaboran, los que empiezan a hablar por primera vez en Europa, o en lo que pretendidamente se llama Occidente. Fueron los primeros que hablan del caos como teoría. En ese sentido, a mi me interesan particularmente. Ahora, Friederich Schlegel había dicho que sus grandes influencias habían sido Fichte, por un lado, aunque también Kant, pero la versión de Fichte es la que más les llegó a ellos, y tanto que Novalis tiene un trabajo especial sobre Fichte. Con lo cual, ellos hacen una variante propia de lo que decía Fichte. Novalis era más poeta y Schlegel era más teórico. Novalis muere poco antes de cumplir 29 años y el desarrollo de Novalis es en un tiempo muy corto. Se conocieron ambos a los veinte años y como seis años después sacan una revista, pero antes habían estado publicando en otra. Y ahí tienen sus conceptos sobre el caos. Schlegel dice “sólo es caos allí donde puede surgir un mundo”. Pero ¿quién hace que ese mundo surja? Ahí se vincula un poco con Fichte: el yo. El yo y el caos se asocian entonces al mundo entorno. Por todo eso me interesa y dedico un capítulo sobre esto, que me da mucho trabajo, en la medida en que me encanta la filosofía, pero no soy filósofo. Por lo tanto, a lo largo de todo mi trabajo toco temas filosóficos forzosamente, aunque a mi manera. El eje de lo que pienso es que el caos no es una anécdota, como decir “Oh! Se armó un caos”. El caos es la vida misma, aunque no la vida individual, sino la vida misma, es decir, desde que existe la vida humana. Por eso, el primer libro y una de las partes del nuevo libro se titula “El caos que constituimos”. También podría decirse, “el caos que nos es constituyente”, porque está dentro nuestro, ese caos total, y tenemos que estructurarnos en función de eso. Entonces, es ahí donde se produce esa relación entre el yo y el no yo y la asunción de todo esto.
–¿No resulta un oxímoron hablar de “estructura” cuando se habla del caos? ¿Podría pensarse el caos como una NO estructura o una antiestructura?
–Me interesa como oxímoron. Porque se forma de verdades. Y tanto Schlegel como Novalis siempre hablan con una metodología de contradicciones, si se quiere; de tesis y antítesis y se supone que sigue la síntesis, que queda en puntos suspensivos muchas veces. Es un oxímoron pero no una contradicción básica. Yo no digo que el caos tiene estructura, el caos no puede tener estructura. Cuando hablo del caos como estructura es el caos en el que uno se va estructurando y es ahí donde se junta el yo con el no yo que uno puede asumir. Y que supone un gran esfuerzo y ese esfuerzo es justamente el que se necesita para asumir el caos. A mi el que me interesa en ese sentido mucho es Nietzsche: “Una cosa soy yo y otra cosa son mis escritos”. Yo lo utilizo en el prólogo de este libro aunque muchos dirán, "cómo un pintor puede estar hablando de eso". Sucede que una cosa soy yo y otra, mis escritos. Que esto equivale un poco a lo de Rimbaud: “Yo es otro”. Pero ¿dónde es otro? Es ahí cuando el yo y el no yo se juntan, sale ese otro que te conduce y ese otro es el de la asunción del caos. ¿De qué caos? El que nos hace estructurarnos en ese caos. Entonces uno se sorprende. Los artistas muchas veces están sorprendiéndose de lo que hacen. Incluso cuando yo estaba enseñando a una niña de 15 años, y de repente empezó a hacer unas cosas y decía, “¿Soy yo la que está haciendo esto?” Así acontece cuando surge algo desde adentro. Y por eso yo entiendo la frase "una cosa soy yo y otra cosa son mis escritos", o "yo es otro". Tiene que ver también con mi teoría del caos y con la estructura. Pero, más aún el caos..
–¿En qué estás trabajando durante este largo período de aislamiento por la pandemia?
-Yo me pongo a hacer obras, pero lo que está bailando entorno mío, o sea ese no yo que baila, siempre alrededor del yo, en este momento es esto que estamos viviendo todos. La cuarentena me sirve para concentrarme en escribir y pintar. Varios cuadros que estoy haciendo se están refiriendo a esto específicamente. Y la serie la voy a llamar El virus reina. Claro, si tiene corona cómo no va a reinar. Y de qué manera.
Entre las obras que hice en ese sentido hay una que se llama A cara tapada. Bueno, que está rodeada de un clima de gran despelote y salen unos personajes con barbijos blancos. En el cuadro las manchas blancas participan ya del lenguaje pictórico, más allá de si es barbijo o no es barbijo.
–¿Y fuera de esta serie?
–Fuera de esa serie hice un autorretrato [ver foto principal] que es un cuadro que comenzó siendo abstracto. Siempre relaciono lo abstracto con lo figurativo. A veces parto de la cosa figurativa, pero por lo general parto de lo abstracto y voy encontrando el sentido en la mitad de la realización: de ahí sale el cuadro. En fin. Estaba haciendo un cuadro abstracto y de repente digo “¿qué hago con este cuadro así?” Me pareció que así como estaba tenía un destino pseudo decorativo, así que traté de cargarlo de otra manera. Entonces vi que podía ser el perfil de mi cuerpo: mi busto. Cabeza, hombros… el cuello ya desaparece, y el resto del cuerpo hasta el torso más o menos, con una sola línea en medio de todo eso abstracto. Y no puse detalles de mi cara. Lo que hay entorno de esa figura y lo que hay adentro es lo mismo. Es también como decir "el yo y el no yo", todo junto.