Anya y Sophie Korvin-Krukovskaya nacieron de mediados del siglo XIX. Su medio social, la aristocracia del Zar de Rusia, no se caracterizaba por sus estímulos intelectuales. Recordando su adolescencia Sophia escribió: “La gente vivía pacíficamente en Bilibino. Crecían, se hacían viejas... leían en los periódicos acerca de un mundo que estaba lejos del suyo y con el que nunca tendrían contacto..."
Pero las hermanas tenían ideas propias. Anya y Sophie iban poner a prueba y a sufrir los límites de la sociedad aristocrática donde nacieron, Anya por sus ideas políticas y Sophie por la absurda idea de dedicarse a las matemáticas.
Sophie Korvin-Krukovskaya tuvo que luchar toda su vida, para desarrollar su pasión y talento para la matemática. En el camino se transformó en la primera Doctora de la Universidad de Goettingen. Los resultados de su investigación fueron importantes y, por eso, es la más conocida de las hermanas. La hermana mayor, Anya, más volcada a la literatura y la política también se sentía prisionera en esa sociedad rígida y ambas se aliaron para escapar de la mediocridad y frivolidad de este ambiente.
Fueron educadas por tutores privados como era habitual en su época y clase social. Sophia descuidó sus otras lecciones por estudiar álgebra luego de que un tío le prestara un libro sobre el tema. A pesar de que el padre se lo prohibió, ella siguió estudiando a escondidas.
Un "marido" para salir de Rusia
Las hermanas quisieron ir a la Universidad, pero eso en Rusia era imposible. Para ir al extranjero había otra dificultad: la ley prohibía que las mujeres viajaran sin el permiso de un padre o un marido. Como el padre se negaba, la solución que encontraron fue buscar un marido. Un marido “ficticio” entre los jóvenes rebeldes, autobautizados “nihilistas”, que pudieron conocer en San Petersburgo.
Vladimir Kovalevski, que a su vez quería estudiar paleontología en Alemania, estaba dispuesto a esta charada de casamiento. Primero pensó en casarse con Anya, pero después se decidió por Sophie. Relaciones complicadas, como en una novela de Dostoievsky (Fyodor Dostoievsky en persona tiene un papel secundario en esta historia porque conoció y cortejó brevemente a Anya).
Sophie, Vladimir y Anya viajaron juntos a la Europa Occidental. El matrimonio Kovalevsky se responsabilizaba por la conducta de la joven soltera y las apariencias quedaban salvadas. Pero pronto Anya siguió su propio camino y se fue a París. Las hermanas dejaron Rusia atrás y de espectadoras se convirtieron en participantes del fermento político e intelectual de su época.
Darwin, la Comuna de París y Marx
Los Kovalevsky estuvieron en Londres y Vladimir se contactó con Darwin, ya que había traducido algunos de sus libros al ruso. Próxima parada, Heidelberg, donde Sophie quería estudiar matemáticas y física, pero fue una decepción ya que no la dejaron entrar en la Universidad por su condición de mujer. Tras insistir logró permiso de asistir a clase siempre que el docente a cargo diera su acuerdo.
Por su parte, Anya estaba en París cuando estalló el movimiento Revolucionario de la Comuna de París en 1871. Para ese entonces vivía en pareja con Victor Jaclard, un joven francés revolucionario, y ambos participaron activamente en la Comuna. Sophia y Vladimir viajaron a París como apoyo a los revolucionarios. Pero la Revolución fue derrotada y duramente reprimida. Anya fue presa y liberada pero Jaclard fue condenado a muerte.
El General Korvin-Krukovsky viajó a París y se entrevistó con las máximas autoridades. No pudo hacer mucho oficialmente, pero en un episodio confuso, aparentemente con el gobierno mirando hacia otro lado, Vladimir Kovalevsky se encargó de facilitar la huída de Victor Jaclard hacia Ginebra. Allí Anya y Victor se casaron burguesamente, pero no abandonaron su actividad revolucionaria. Viajaron a Londres donde se conectaron con Karl Marx y luego se radicaron un tiempo en Ginebra.
La primera mujer en obtener un Doctorado en Europa
Por su lado, Sophie se mudó a Berlin y Vladimir fue a estudiar a Jena. La movilidad de los alumnos universitarios era la norma en Alemania, pero la exclusión de las mujeres también. Esta vez Sophie no pudo ni entrar a las aulas. Al fin y al cabo, fue una ventaja porque obligó a Sophie a pedir clases particulares a Karl Weierstrass, profesor en Berlin. Weierstrass le envió un problema difícil, pensando que con eso se la sacaba de encima. Sin embargo, la respuesta de Sophie fue tan acertada que decidió tomarla como alumna. Sophie completó el curso, de varios años, que daba Weierstrass en la Universidad.
Sophie completó tres trabajos originales en los años de estudio. Weierstrass evaluó que cualquiera de ellos podía servir como tesis de Doctorado. Lo presentaron en Goettingen, amparados en una disposición que permitía la postulación remota de aspirantes extranjeros, y así Sophie se convirtió en Frau Doktor, la primera mujer en obtener un Doctorado en Europa.
También Vladimir era ahora Herr Doktor en Paleontología y la pareja decidió volver a Rusia en 1874. Los Jaclard también volvieron por esa época. Ninguno consiguió acceso a una cátedra, la policía secreta del Zar los tenía fichados. Sobrevivieron en Rusia con trabajos variados. Sophie abandonó las matemáticas, pero se dedicó a escribir cuentos y una obra de teatro, Jaclard dio clases de francés, Anya hizo algo de periodismo y Vladymir se dedicó a los negocios con algo del capital legado por el General Korvin-Krukovsky.
Sophie y Vladymir decidieron convertir su matrimonio ficticio en algo más, vivieron juntos como pareja y tuvieron una hija. Pero el final feliz, como en tantos cuentos de Dostoievsky, no se les dio. Decidieron separase, Sophia dejó a su hijita al cuidado de una amiga y volvió a las matemáticas y a escribirse con Weierstrass.
A través de otro antiguo alumno de Weierstrass, Gosta Mittag-Leffler, Sophie consiguió finalmente una cátedra en la Universidad de Estocolmo. Vladimir quedó en Rusia, y por una serie de malos manejos económicos que amenazaban terminar en escándalo se suicidó en 1883.
Anya y Viktor Jaclard volvieron a París, donde siguieron activos en política revolucionaria. Anya escribía para diferentes periódicos y estaba activa en numerosas organizaciones. En 1887, debido a complicaciones derivadas de una apendicitis, Anya murió con 43 años. Aunque fue otro golpe para Sophie, siguió produciendo matemáticas y llegó a Profesora titular y obtener el Premio Bordin entregado por la Academia Francesa. Dado que se competía anónimamente, el jurado ignoraba el género de la postulante y no solo le otorgó el premio sino que el trabajo era tan bueno que aumentaron el premio en metálico de 3000 a 5000 francos.
La carrera promisoria de Sophie quedó trunca al morir por las complicaciones de una neumonía, en 1891, con 41 años. A pesar de esto, produjo resultados notables, de un nivel que hace que su nombre sea recordado en la historia de las matemáticas.
*Javier Luzuriaga es soci@ de Página/12 y fisico jubilado del Centro Atómico Bariloche- Instituto Balseiro.