Ya antes de entrar a la reabierta galería de arte Diego Obligado (Güemes 2255, Rosario), se ve por la vidriera lo que en la sala parece una pirámide azteca invertida, plegada en ángulo recto sobre dos paredes; en vez de bloques de piedra, la constituyen dibujos. El dibujo central representa una valija, de donde parecen haber salido todos los demás. En vez de un sólido cielo, el fondo negro de las paredes denota incertidumbre, espacio para seguir agregando más. Es como si la idea de la muestra fuese mayor que lo mostrado, una cosmogonía en construcción. Los dibujos son obra de Mimi Laquidara, quien los trajo de México, donde pasó dos años residiendo y explorando una cultura inagotable.
El título de la muestra, Intenciones muralistas, remite al México que todo estudiante de arte cree conocer, la tradición moderna del muralismo con sus tres artistas próceres: David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y José Clemente Orozco. El título juega quizás también un poco humorísticamente con el montaje, que de lejos sugiere un mural quedado en eso, en la intención. Pero al escuchar a Mimi se comprende que indagó a fondo, que miró bien: hay, dice, en los murales de Rivera, infinidad de detalles que se van revelando de a poco. México es así, como una cebolla de la que no se terminan de pelar las capas. Siempre debajo de algo hay otra cosa, un estrato de tiempo anterior.
Y Laquidara da una vuelta de tuerca al pop anglosajón de los '60 al copiar textualmente envases de productos contemporáneos, hechos en México en este caso, pero dibujados por ella con una minuciosidad artesanal muy alejada de las lógicas de producción de la eficiente fábrica de arte de Andy Warhol. Ella, en cambio, derrocha mucho tiempo. Así, extensos planos son llenados con tinta que fluye por una lapicera de dibujo técnico de punta finísima, en una ¿deliberada? inadecuación entre medios y fines que acaso sea un rasgo de estilo local de los procedimientos tanto en el arte como en la vida: un hacer con lo a-la-mano, un confiarse a la destreza, un experimentalismo quizás muy rosarino.
El resultado de esa barbaridad técnica es muy gratificante para la mirada sensible. Las texturas de líneas parecen tejidas con hilo. Hay ínfimos vacíos que agujerean. Hay que acercarse para verlos. Así, nuevamente, México: un país fractal, infinitesimal, infinito. Dice Mimi que hay un México surrealista de mujeres pintoras: Frida Kahlo, Eleonora Carrington y siguen las firmas. Que la historía del arte no se detuvo en lo que llegó a las enciclopedias y que hubo un México furiosamente moderno a fines de los '60, cuyo arte público de altísima calidad pobló las calles con una monumentalidad nueva, en tensión con los otros dos Méxicos: el colonial hispano, y el precolombino azteca, maya, tolteca y cada vez más antiguo. Podríamos seguir excavando y aparecerían muchos Méxicos más.
Dos años es tiempo más que suficiente para habitarlo, para salir de turista y hacerse del lugar. Las compras diarias pronto le permitieron entrar en contacto con sus modelos. Eligió los de mayor espesor semántico. Encontró un jabón de lavar la ropa marca Roma, cuyo icono de una lavandera con un fuentón evoca a las anacrónicas criadas del barrio de la película de ese nombre por Alfonso Cuarón. "Conquistador" son unos fideos. Que un agua envasada se llame Aguafiel es muy importante (ahorrémonos los detalles). La manufactura nacional se destaca siempre en un lugar compositivo bien visible, no solo en los dibujos sino en las serigrafías de los envases, cuyo diseño tiene algo de ingenuo. Una mímesis imperfecta, marca de estilo de Mimi, acentúa esa torpeza de cada original.
Si bien las obras no tienen una intención crítica, es casi inevitable que la mirada desde más allá de la frontera ponga en evidencia las grietas sociales, las diversas velocidades en el desarrollo, la desigual distribución del "progreso" que caracterizan a toda nación latinoamericana y que fronteras adentro se naturalizan, son invisibilizadas. Los objetos cuyo fantasma captura Laqudara parecen imágenes caídas no ya de un viaje sino de un sueño, porque se exhiben como esquirlas sueltas de discusos coloniales no revisados. Otros sentires más nuevos coexisten: el ecologista, entre otros, y por supuesto que se hace notar la cercanía del gigante del norte, Estados Unidos, mal vecino representado sin embargo hasta el hartazgo por el idioma inglés que pervade las vidas de les pibes.
Un lujo de la austera muestra es el texto de catálogo por Analía Solomonoff, directora del Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez, también una argentina hechizada por el embrujo mexicano de haber vivido allá. El texto fue copiado a mano letra a letra por Mimi, y se expone como una obra más. "Dije: la intención de dibujar todo donde debería haber dicho de invadirlo todo. Un mural del mundo, de todas las cosas, un mural dispuesto siempre a incluir un objeto más, un dibujo más", escribe Analía. "Los dibujos de Mimi Laquidara son fantasmas de objetos que fueron, son posibilidades de otras encarnaciones... México, te extrañamos. ¿verdad, Mimi?"
Laquidara nació en Concordia, Entre Ríos, en 1989. Vive en Rosario. Es Licenciada y Profesora de Bellas Artes por la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Intenciones muralistas puede visitarse martes a viertes de 16 a 20 y sábados de 9 a 13.