“No sea cosa que dentro de unos cuantos años tengamos que decir: 'La pucha, ¿te acordás de aquella época en que metimos dos finales del mundo seguidas?'”, cita a Carlos Bilardo y recuerda Pablo Alonso a los lectores de su nuevo libro, “Italia ‘90 - Una épica de lo imposible” (Ediciones B). Casi 300 páginas dedicadas al subcampeonato de aquel Mundial que marcó un quiebre tanto en nuestro fútbol como en el ámbito social. Porque acababa de comenzar la época menemista y el fútbol se frivolizaba. “Fútbol de Primera” se apoderaba del mercado televisivo. Carlos Menem se mostraba como un presidente deportista en distintas facetas (hasta llenaba canchas jugando con Maradona) y El Gráfico, en su último gran momento, se volvía una revista vocera de su gestión. Sus casi 700 mil ejemplares de venta semanal aseguraban una vidriera. En medio, aquel seleccionado llegaba diezmado con la intención de repetir el título del Mundial anterior, en México ‘86. Había lesionados, los jugadores no tenían el mismo nivel y de los nuevos, salvo Claudio Canniggia, ninguno estaría a la altura.
Con entrevistas a protagonistas y testigos y material de archivo, Alonso recorre aquella historia. Periodistas que viajaron a Italia -entre ellos Daniel Lagares, entonces en este diario- recuerdan los hechos alternando la mirada actual con la del pasado. Tal vez lo más interesante no se encuentre en los partidos en sí, sino en lo que se vivió en los meses previos y los resabios de aquel torneo. Como la aparición de Sergio Goycochea como arquero de urgencia tras la lesión de Nery Pumpido. Goycochea se ganó un lugar en el futuro del fútbol argentino por los penales atajados. Sin eso, su destino no hubiese sido el mismo. De hecho, no queda bien parado por sus condiciones técnicas según las diferentes referencias a las que apela Alonso.
Los consultados destacan sus dudas en el puesto. Está bueno que se recuerde, además, el cortocircuito previo al viaje a Italia entre Luis Islas y Carlos Bilardo. Islas decidió no formar parte del plantel si Bilardo no le aseguraba la titularidad. Es cierto que andaba en un mejor nivel que Pumpido, pero el logro del 86 tenía influencia. Otra hubiese sido la historia si a la lesión de Pumpido estaba Islas y no Goyco en el banco de suplentes. De hecho, los penales atajados no le sirvieron para ser titular cuatro años después, en Estados Unidos, cuando Islas tuvo su revancha bajo la dirección de Alfio Basile.
La desafectación de Jorge Valdano recordada en detalle (“nadé y me ahogué en la orilla”), el debut con derrota ante Camerún, la clasificación agónica, el tobillo de Maradona, el sufrido partido contra Brasil en octavos de final que Argentina ganó con un golazo de Claudio Caniggia, el bidón a Branco, el odio de los italianos para con el seleccionado argentino, la expulsión de Pedro Monzón en la final y el discutido penal contra Alemania son la columna vertebral del libro. Pero de esos hechos se disparan otros no menos importantes.
Alonso recuerda el apoyo de El Gráfico hacia Menem, en esos tiempos en los que tenía una influencia masiva única. Sin internet ni tecnologías de último momento, los canales de televisión afianzaban el nuevo camino privatizador. Editorial Atlántida, con los hermanos Constancio y Aníbal Vigil, usaban El Gráfico y Gente para bajar línea. Les interesaba Canal 11. Y lo consiguieron. Cualquier cosa que hacía Menem era positivamente destacada en aquellas páginas. Los abanderados de las loas a Menem en El Gráfico eran Ernesto Cherquis Bialo y Aldo Proietto; Fernando Niembro, el secretario de Medios. “Enlace con el periodista deportivo”, lo destaca Alonso. Y después: “En el balance de 1989, publicado en enero del siguiente año, El Gráfico dedicó una página a las actividades del Roger Milla argentino, Menem. El copete vendía lo siguiente: ‘El doctor Carlos Saúl Menem se dio el gusto de jugar con Maradona y las estrellas, después se animó con el básquetbol, el auto y la motonáutica. Causó admiración y sorpresa. No lo hizo por eso, sino simplemente porque ama el deporte'”.
Proietto jugó a fondo con el poder. Una nota suya fue titulada como “Havelange, abanderado del juego limpio”. Allí sucumbió a los encantos del dirigente como si fuese una carta del Día de los Enamorados. “Cada afirmación de Joao Havelange ofrece una sensación de seguridad absoluta, no opinable”, para continuar con “nos saludó cordialmente desde su metro ochenta y cinco de estatura, sus ojos increíblemente celestes, su cuidado pelo canoso, su impecable traje azul imperceptiblemente rayado, su camisa de inmaculado blanco, su corbata de seda sobria y envidiable, su sonrisa leve y su voz grave, profusa y cordial”.
Alonso enmarca al fútbol con lo social. La plaza del Sí convocada por Bernardo Neustadt para reformar el Estado en apoyo a Menem es uno de los temas. “¿Qué Mundial nos falta jugar? El de subirnos al mundo que se va… se va”, preguntó y contestó Neustadt desde Gente en medio de la euforia por una selección que jugaba mal pero avanzaba en el Mundial italiano.
Italia ‘90 no fue para Maradona el Mundial anterior. No hizo los goles memorables ni logró el título. Pero hubo una mano salvadora para evitar un gol de Rusia. Hubo un tobillo hinchado como una pelota de tenis que no le impidió jugar todos los partidos a pesar de sus condiciones extremas. Y hubo una frase memorable, como siempre: “Los italianos del norte les piden a los napolitanos que sean italianos por un día y los olvidan los otros 364”. Fue su forma de ganarse el respeto de los napolitanos, que lo amaban. Así le puso el pecho a los insultos de los locales, que odiaban a los argentinos en general pero a Diego en particular.
Tiene razón Alonso cuando titula “épica” e “imposible”. No había nada como para creer que ese equipo, así como estaba, podía llegar a la final de un Mundial. Pero teníamos a Diego.