Alguna vez, Orson Welles confundió a toda una ciudad con su "Guerra de Dos Mundos". Aquí y los que salieron a festejar su legítima alegría por las calles de Buenos Aires experimentaron una sensación similar a la de aquellos neoyorquinos de hace seis décadas. Esta vez fue la televisión. Cambia la tecnología, pero el hombre, por suerte, sigue manejándose con emociones. Cuando el umbral de la euforia descienda a su nivel justo, aparecerá la claridad y como aquellos ilusionados por Welles diremos: "Asi que era asi la cosa..."
Pero en el rescate de esa alegría genuina de la gente también va la de los jugadores que improvisaron una vuelta olímpica en el Stadio Comunale. Nunca vimos a Bilardo festejar de esa manera cuando Goycochea le sacó esa masita al yugoslavo Hazdibegic. "Más, este equipo no puede dar", dijo, después, el técnico. Vamos a darle la ventaja de coincidir con él porque a esta altura del Mundial tiene el equipo diezmado por el cansancio y los lesionados. Es todo lo previo lo que está en juego y que volvió a ponerse en evidencia. Si Maradona juega en menos de la mitad de sus posibilidades físicas y resulta que hace uno de sus peores partidos, la selección se queda sin respuestas porque no se ve en la cancha el supuesto trabajo táctico que tiene más de cuatro años de elaboración. Un equipo sólido como Yugoslavia que le jugó más de la mitad de las dos horas de partido con un hombre menos, le complicó hasta la lotería de los penales una clasificación que siempre estuvo en duda. Aquí, en los papeles que hacen de archivo de lo visto, hay más llegadas de ellos que nuestras.
La excusa del calor es válida hasta cierto punto. Los yugoslavos también lo sufrieron. Se acababa el partido si ese zurdazo de Jozic aterrizaba unos centímetros más abajo. También si ese remate de Stojkovic tenía más dirección y si hubiese aparecido la experiencia de Safet Susic cuando el 10 lo dejó solo ante Goycochea. Ahí, Dios volvió a ponerse la camiseta argentina, como en la mano contra los soviéticos, como contra Brasil. Un dios aparte y así de gran de...
El arbitro fue decisivo cuando hecho a Sabanadzovic. Correcto en la aplicación del reglamento —estaba amonestado—, demasiado riguroso en la interpretación de una falta a Diego. Se terminó la apuesta al contraataque con más gente de los yugoslavos que debieron, cambiar la marca sobre Maradona, enviando al lateral que quedaba sin marca, Brnovic, sobre el capitán argentino. La selección había tomado la iniciativa desde el comienzo, es cierto. Tuvo la actitud que le pedimos siempre. Trató de provocar el error rival, en vez de esperarlo. Pero no hubo respuestas tácticas ni individuales a lo largo de los 120 minutos de juego. Por eso, la sencillez del esquema de Ivica Osim aguantó el resultado hasta los penales, por eso puso a sus hombres más cerca del gol que los argentinos.
La otra diferencia estuvo en quienes manejaron la pelota. Si la selección tenía a Calderón, Troglio y Giusti para armar el juego porque el despliegue de Burruchaga fue insuficiente como en otros partidos, los yugoslavos salían casi siempre rápido y con precisión porque Susic, Stojkovic y Prosinecki saben usar la pelota cuando la tienen.
Así planteadas las cosas. Con Argentina queriendo sin saber cómo. Con Yugoslavia sabiendo pero sin decisión final y con errores en la definición, el gol sólo podría llegar por error o por genialidad. Estuvieron más cerca por la falla provocada cuando el sol ya había hecho estragos y no dejaba pensar. El genio no apareció. Susic perdió un gol hecho. Maradona, otro de los que normalmente hace con comodidad. Ese Savisevic -que dejó afuera del Mundial a Francia con un golazo en las eliminatorias- tuvo una clara situación y también la perdió. Nos quedan enormes dudas con el gol anulado a Burruchaga. En las diez o doce veces que vimos la repetición por TV no se advierte con claridad si empujó o no la pelota con la mano. Dios es argentino, pero a veces se va de viaje.
Y después, los penales. Que no hubiera cambiado una línea de este comentario si los que acertaban eran los yugoslavos. Como ante Brasil volvemos a preguntarnos: ¿qué queda después de una victoria de estas características cuando el fuego de la celebración se apague y haya que pensar en Italia? Parece el tope para esta selección que dio todo lo que tenía adentro en esfuerzo, en voluntad pero que tiene muy poquito de fútbol . Argentina, que puede ser campeón otra vez, no dejará un grato recuerdo futbolístico. Tiene a su favor el argumento de los resultados. Welles también tuvo el mayor rating con una ficción. La selección, ésta del 90, pasará a la historia por tener 12 jugadores en la cancha. Casi siempre aparece un Dios aparte que da una mano así de grande...
*Nota publicada en Página 12 durante Mundial de Italia.