Entre los estrenos que este jueves ofrecerá la plataforma Cinear Play se encuentra Lina de Lima, coproducción entre Chile, Perú y Argentina que dirigió la chilena María Paz González, una cruza entre drama y comedia cuyo carácter híbrido se potencia en el uso de los recursos del musical. Esta batería de herramientas narrativas es puesta al servicio de la historia de Lina, una mujer peruana interpretada por la actriz Magaly Solier, quien trabaja en Santiago como nana. Con ese nombre se conoce en Chile a las empleadas domésticas que se desempeñan sobre todo en hogares de clase alta, donde no solo realizan tareas de aseo y cocina, sino que llegan a convertirse casi en madres sustitutas para los niños de la casa.
Cerca de Navidad, Lina se prepara para visitar a su hijo adolescente en Lima. Mientras tanto sigue con sus tareas, se ve con amigas, sale a bailar y conoce hombres por Tinder, con quienes se cita en la aún deshabitada casa nueva de su patrón. Lejos del carácter doliente que suele signar las historias que retratan la vida de migrantes o personajes de clase obrera, Lina de Lima es un film radiante en el que están ausentes la culpa y el morbo. González potencia esto con números musicales que combinan el carácter festivo de lo popular con una estética kistch de colores saturados que la fotografía sabe aprovechar.
“Me interesaba lo que está pasando en Chile con el fenómeno migratorio, porque hasta hace 10 o 15 años fuimos un país que tuvo más chilenos viviendo fuera que inmigrantes”, cuenta González para hablar del origen del film. “En el último tiempo empezamos a nutrirnos de otras culturas, a estar más conectados, porque Chile de algún modo es una isla. Nos fuimos acercando a un continente del que estábamos un poco distantes”, continúa. “Por otra parte, acá en las casas de clase alta se usa mucho tener una empleada doméstica, nuestras nanas, que es algo que me parece no es tan común en Argentina”, agrega González.
-Acá existe el oficio de la empleada doméstica, pero quizás no tiene el peso cultural de las nanas en Chile.
-Conocía a un par de mujeres peruanas que hacían este trabajo y una de ellas, la Betty, me abrió un mundo que me permitió conocer a muchas de sus amigas de Ecuador, de Colombia. Pase mucho tiempo oyendo sus historias y Betty terminó haciendo un papel en la película. Vengo del mundo del documental y me da curiosidad meterme en áreas que no tienen que ver con la mía. Así empecé a darme cuenta de cosas súper potentes, como la forma en que cambiaban sus objetivos. Muchas llegan a Chile pensando que vienen por dos años, para volver a sus países a cumplir un proyecto que a veces no se concreta y se terminan quedando.
-Esa es una historia común en Argentina, que es un país de inmigrantes.
-Los migrantes tienen un motor muy fuerte. A mí me llama la atención que en el cine muchas veces se los retrata de modo muy frágil, destruidos por la vida y eso me resultaba loco. Yo nunca sentí que fueran personas a las que les hubiera pasado un tren por encima o que no pudieran decidir sobre lo que les ocurre. Yo veía a unas mujeres muy power, que no solo se dedicaban a trabajar, sino que además lograban hacer otras cosas.
-¿Pero esa distancia no obliga al migrante a un ejercicio de resistencia?
-Claro, para mantener la conexión con las raíces. Me interesaba saber cómo operaba esa identidad a distancia y siempre la música del país era un tema importante. En algún momento eso traía un mundo súper bonito que las conectaba con sus raíces y la vida en su país. Así me di cuenta de que la música era un elemento potente para transmitir ese mundo interior.
-Su filmografía anterior se desarrolló dentro del documental. ¿Qué la decidió a tomar el camino de la ficción con esta historia?
-Para mí la ficción nunca fue una aspiración y de hecho este proyecto nació como documental. Lina está hecha a partir de historias de diferentes mujeres, pero me di cuenta de que a eso era necesario sumarle ficción. Cada historia tiene su forma y haberme decidido a contar de este modo tiene que ver con una necesidad que me exigía cierto lenguaje que no era el del documental. Fue un proceso natural en el que de repente me encontré haciendo una película de ficción con números musicales.
-¿Pero no cree que trabajar con las herramientas narrativas de un género artificioso como el musical hace que ese salto sea más notorio?
-Acá el musical es usado para construir el mundo interior del personaje y resulta un aporte tierno que ayuda a sentir la fragilidad del personaje, permitiendo que aparezca lo que no puede expresar en palabras. Una luz que un personaje solitario como Lina no siempre puede transmitir. Entrar en ese espacio interior me permitió correrme del drama, aunque tampoco diría que se trata de una comedia, sino de una película que trabaja sobre un humor que se va colando, muy útil para conectar con el espectador.
-La figura de las nanas es muy fuerte en la cultura chilena, pero también en otros países de Latinoamérica. Se ve en películas como La nana de su compatriota Sebastián Silva, en Roma de Cuarón, Babel de Gonázalez Iñárritu e incluso hay algo de eso en Santiago, de Joao de Moreira Salles.
-Le tenía miedo a la comparación con La nana, porque mi intención era muy distinta. Tampoco quise que Lina quedara encerrada en la figura de la migrante. No quería que fuera una sola cosa, sino una mujer que ocupa muchos roles, como cualquier otra. Me importaba no encasillarla, poder desarrollar otras capas sin condicionarla. Y sobre todo, desplazarla de los lugares que se espera que ocupe una mujer que trabaja de nana.
-Esos roles hacen de Lina una pasajera entre dos mundos, viviendo en el día a día de la clase alta, pero con sus propios problemas de clase.
-El uso del plástico fue útil para eso. Lina vive sola en la casa nueva de su patrón, en la que ve reflejados sus anhelos, pero en la que todo está cubierto por un plástico que pone distancia con lo que no le pertenece. Eso le da un tono un poco triste y por más que uno quiera apartarla de los estereotipos, ella está marcada por una condición de clase. Ese clasismo es muy chileno, pero también muy latinoamericano. Tampoco quería que la cosa se transformará en que el patrón la trata mal, sino que fuera algo medio invisible que solo se puede percibir depende de dónde te pares. Es uno el que ve el plástico cuando se da cuenta cuál es la situación de Lina.