Lo sabe todo aquel que curtió los canteros del Parque Rivadavia: el pirata es religión. En aquellas mañanas de domingo se surfeaban las cajas de casetes en búsqueda del material paralelo de nuestros artistas amados. Uno conserva la cajita celeste de Patricio Rey en los Altos de San Telmo 1978, aunque el sonido era una lija y ya no hay casetera a mano. Lo que importaba era el documento. El testimonio. La otra historia. Ya sabíamos que el vendedor nos iba a mentir que el sonido “estaba bien”. No nos importaba. Nos llevábamos a Motörhead en una oscura ciudad alemana. Y lo escuchábamos, y competíamos con los amigos a ver quién tenía el pirata más freak.
El registro del mediodía del 28 de octubre de 1973 venía circulando en la web hace tiempo –porque internet abrió toda una nueva era en la industria del pirata-, en una versión dolorosa para el oído medio y otra más reciente de sonido más aceptable. Cómo no escuchar ese registro de un Luis Alberto Spinetta auténtico, adelantando canciones de uno de sus discos más perfectos (no parece casual que otros igualmente impactantes, Kamikaze, Mondo di Cromo, Privé, hayan sido también grabados en situación de casi total soledad, con el aporte de algunos invitados) y en su momento quizá más político. “Denuncio a los representantes y productores por igual, y los merodeadores de éstos sin excepción, por indefinición ideológica y especulación comercial. Ya que éstos no se diferencian de los patrones de empresas que resultan explotadores de sus obreros”, lanzó el Flaco en Rock, música dura: la suicidada por la sociedad, el manifiesto entregado en el Teatro Astral. Spinetta siempre tuvo una actitud frentera, pero nunca fue tan explícito, tan imbuido del espíritu del ’73 que tan bien analizó Sergio Pujol en El año de Artaud.
El show del Astral, que ahora puede ser disfrutado en Spotify con un sonido mejorado pero ineludiblemente pirata, es también el retrato de las tensiones entre Spinetta y su público. “No soy una figura de plastilina. No me quiero convertir en un ídolo de goma, o en un hombre de lata”, le reiteró a este cronista en una entrevista hace muchos años. Y eso surge en pasajes de la grabación, e incluso en un conato de discusión con alguien en la platea. Es un Luis que disolvió sin problemas a dos proyectos como Almendra y Pescado Rabioso porque quería otra cosa, que concede “Me gusta ese tajo” pero cierra con la “Cantata de puentes amarillos”, que se resiste a ser encasillado, etiquetado, eternizado en un lugar. En suma: el de siempre, el que nunca se quedó quieto.
El concierto de Artaud rescatado y restaurado por la familia Spinetta es un viaje en DeLorean a una época, pero sobre todo al asombro. Porque de pronto se hace la pausa y se cae en la cuenta: ese tipo que está construyendo un (otro) universo musical, que está lanzado a dejar otro puñado de canciones hermosas flotando por la eternidad, tiene apenas 23 años. Y entonces ya no es soplido de cinta. Es ruido de magia.