La cálida picardía de Alberto Szpunberg regresa. Cuando recibió un premio de la entonces ministra de Cultura, Teresa Parodi, el poeta –que logró que todo el público de Pista Urbana repitiera el estribillo de su “Elogio de la ganzúa”: “pero ojo al piojo/ que el mal de ojo/ es el cerrojo”), agradecido y a la vez incómodo, recordó a esta cronista: “Homenaje viene de homo, hominis, hominaticum. Era un ritual de la Edad Media por el cual la gente se convertía en vasallo del señor. O sea que entre compañeros no puede haber homenajes. Por eso me irrita la palabra homenaje”. Después de cuatro años sin publicar, la editorial de la Biblioteca Nacional (BN) decidió volver con Guardianes de Piatock. Miradas sobre Alberto Szpunberg, un libro que rescata la poesía del autor de El che amor, con textos escritos por Juan Sasturain, Horacio González, Teresa Parodi, Eduardo Jozami, Roberto Baschetti, Eduardo Romano, Alicia Genovese, Emiliano Bustos, María Malusardi, Julián Axat y César Stroscio, entre otros, más las ilustraciones de Nora Patrich.
El libro es una idea original de Judith Said, que compiló los trabajos junto a Lilian Garrido y Miguel Martínez Naón. Szpunberg (Buenos Aires, 1940) fue militante del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), entre otras experiencias revolucionarias; dirigió el suplemento cultural del diario La Opinión y se exilió en Barcelona en 1977. Publicó Poemas de la mano mayor (1962), Juego limpio (1963), El che amor (1965), Su fuego en la tibieza (1982), Apuntes (1987), La encendida calma (2002), El libro de Judith (2008), La academia de Piatock (2008), Luces que a lo lejos (2008) y Traslados (2012). “Escribir sobre Alberto es una caricia –confiesa Said-. El homenaje simple de los que hemos leído sus poesías y sentido a través de ellas una mirada amorosa. La voz de alguien que nos acompaña desde hace décadas anunciando siempre que nunca se callará ni abandonará a quienes gritan sus llagas y sus luchas. Desde ese lugar, ubicado en el costado izquierdo de nosotros, sabemos que ahora llegó el turno de los que somos acariciados por sus letras, de los que somos acompañados por el rumor de sus abrazos impresos. Alberto nos nombra en forma permanente. Nos convoca a las veredas en las que transcurrieron sus pasos. Muchos de sus poemas están escritos en esas calles y esquinas porteñas, con la sensibilidad de las plazas nocturnas donde aún se repiten versos escritos en los años sesenta”.
Horacio González, ex director de la BN hoy a cargo del área de Publicaciones, reflexiona sobre la poesía de Szpunberg. “Como en las grandes jornadas del gran oratorio poético argentino, Szpunberg no busca solo el origen del mundo y su sentido, sino cómo este factor originario se va alojando en ristras de palabras, pasa imantado de una sección a otra del lenguaje y se refugia en partículas minúsculas, átomos que son sílabas o tartamudeos”, plantea González en el prólogo del libro y agrega que uno de los personajes de Piatock es Moisés, el tartamudo. “Aquí hay otro de los secretos de la poesía de Szpunberg: la sílaba como desarme del poema. El momento de la fusión nuclear incompleta, donde cada intervalo entre sílabas dirige la frase hacia todo el universo. El tartamudo no es que se equivoca y vacila, y mucho menos si es Moisés, sino que a cada paso no sabe si decir todo el universo o refugiarse en la repetición para tranquilizar a la audiencia”.
Jorge Quiroga –-que vivió con Szpunberg en la casa colectiva de San Juan y Bolívar y en un conventillo de la calle Olavarría—elige el poema “Algún día vendrá esa mujer”, de Poemas de la mano mayor. “¿Qué traía Alberto en su primer libro? La añoranza y la evocación de su barrio porteño, el eco de un responso, la atmósfera de un tango, el habla de un lenguaje cotidiano deshecho en voces. El sentido es un sentimiento a flor de piel, escondido y latente, un tiempo de sosiego. ‘El misterio de la rara ciudad’ nos interpela y a la vez encierra una rebelión y un deseo de ser otro. La muerte inexorable de un amigo, el sonido seco de un rompeportones que estalla en la madrugada, imágenes y existencias que se iluminan en ‘la llama de la inmortalidad’. Irse, venir, quedarse en esa mujer. Hombres comunes, esperas y citas con muchachas de respuestas en los ojos”.
El bandoneonista César Stroscio convirtió en tangos y valsecitos varios poemas de Szpunberg, grabados por el Cuarteto Cedrón. “La poesía y los valsecitos nos acompañaron siempre y sobre todo en las épocas de resistencia que compartimos. Yo fui el primero en partir hacia Europa —con grandes dudas—, y un día recibí un papelito a través de una compañera donde ‘Pedro’ (Alberto) me decía: ‘Es necesario no asustarse de partir y volver, compañeros, estamos en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven’ (R. G. T.), y firmaba, como siempre, ‘Valsecito’”, recuerda Stroscio. El poeta Emiliano Bustos, hijo del también poeta Miguel Ángel Bustos, desaparecido por la dictadura cívico-militar el 30 de mayo de 1976, elige el “Poema VII”, del libro Apuntes (1987). “Alberto llevaba años conviviendo con la ausencia de muchos compañeros. Yo llevaba años conviviendo con la ausencia de mi viejo, pero todavía esperaba. Esa era una gran diferencia entre nosotros. Sin embargo, en el poema del organista hay alguien que espera. Espera a la intemperie. Y en el poema de la hiedra, del muro, de la vieja casona, también hay alguien que espera. Alberto podía decir ‘esos muertos’, yo (todavía) no; pero hasta cierto punto los dos esperábamos. Esa espera era, como los poemas, una forma del presente. Seguramente la única”.
Juan Sasturain, director de la Biblioteca Nacional, subraya que La academia de Piatock es “el mejor libro de poesía de Alberto, y el mejor en general que he leído en mucho tiempo”. “Viste cómo reparte las cuestiones, cuenta por boca de otros que son todos y uno, y cada uno. Elude y alude, toca y pica hacia arriba y los costados, pero no se va nunca. Personajes y sentimientos en asamblea permanente, claro”. La poeta María Malusardi está trabajando sobre la obra de Szpunberg. “Repaso —desgrabo— aquellas largas conversaciones que tuvimos en su departamento de San Telmo durante años. Leo y releo sus poemas. Y me quedo con todos. O con casi todos. Escucho su voz atravesando mis auriculares, extraño esos tiempos de humor, nostalgia y deseo por un mundo mejor. Extraño el cariño y la complicidad”. Todos los caminos conducen a la llamita, siempre encendida, de la poesía de Alberto.
*El libro se puede descargar aquí https://www.bn.gov.ar/micrositios/admin_assets/issues/files/205817abd819e523d6c50f6a9a56903d.pdf