En periodismo ocultar o retacear información es un ejercicio de manipulación de las audiencias con la pretensión de coartar su libertad e inducir al error. Por lo tanto, equivale a mentir. Es distinto en otros órdenes de la vida o de las disciplinas, donde esconder determinada información o parte de ella puede ser una manera de defensa propia o hasta un acto de generosa benevolencia.
En materia de comunicación no resulta admisible entonces que los mismos medios que en otro tiempo redoblaron campanas, dieron primicias y estuvieron instalados con sus cámaras en lugares donde serían luego detenidas y pertrechadas de manera humillante, con cascos y chalecos antibalas, personas vinculadas a los gobiernos que encabezaron Néstor Kirchner y Cristina Fernández, ahora guarden silencio o escondan la información sobre procesos judiciales que, apoyados en una catarata de pruebas, ponen en evidencia actividades ilegales de espionaje orquestadas por el macrismo. Hoy fue aún más evidente frente a la escandalosa serie de detenciones .
Que no resulte admisible -desde el punto de vista ético periodístico y democrático- no significa que no sea esperable que ahora oculten información, el mismo sistema de medios hegemónicos, los mismos medios y periodistas que antes mintieron y que cuando sus falsedades cayeron derrotadas por la verdad -también en instancias judiciales- nunca asumieron el error cometido, no se retractaron y, mucho menos, pidieron disculpas por el daño causado.
Uno de los principios básicos del periodismo debería ser estar siempre en disposición de corregir, aclarar o rectificar en base a los hechos. Para los periodistas la palabra verdad significa fidelidad a los hechos sobre los que se informa. Y no hay verdad ni cuando se sobredimensiona ni cuando se oculta. No hay verdad cuando se priva a las audiencias de la información suficiente para tomar sus propias determinaciones, para decidir en libertad. La información a medias o recortada, no es verdad. Es manipulación. La verdad de los hechos es incontrastable y no admite discusión. Las opiniones, en cambio, pertenecen a cada persona y están para ser debatidas.
Quienes antes mintieron -y nunca desmintieron- apoyados en la misma lógica y con los mismos propósitos, hoy silencian y ocultan. Son los mismos que se llenan la boca con la libertad de expresión que tienen y que usan de manera tan abusiva e inescrupulosa que terminan por desnaturalizarla. Porque no es legítimo usar la libertad que brinda la democracia para provocar daño, no sólo a la profesión periodística y a la comunicación en general, sino para atentar contra la democracia como sistema.