Ariane Labed hizo su gran aparición en el cine con Attenberg (2010) , segunda película de la griega Athina Rachel Tsangari que instalaba el tono de aquel universo marcado por la perplejidad ante la desgracia y el imprescindible humor de su superación. La lengua de Labed asomaba sobre el fondo de una pared blanca, entrelazada con la de su amiga Bella (Evangelia Randou), en busca del pulso de un deseo perdido, de una realidad extraviada. Su Marina –interpretación que le valió la Copa Volpi como mejor actriz en el Festival de Venecia- recorría las dispares estaciones de un duelo al mismo tiempo que bailaba enérgica por los corredores de un hospital, miraba documentales sobre animales exóticos y exploraba el sexo con un desconocido en la habitación de un hotel. Y con su cuerpo atlético y sus ojos de un profundo celeste, Ariane Labed resultaba perfecta para condensar esa incomodidad, tan rebelde como su pelo ensortijado, síntoma de esa resistencia a la adultez, a la desmesura del dolor, a la furia de esa vida que le aguardaba.
Attenberg fue el preámbulo de una serie de encuentros. Primero con Yorgos Lanthimos, contemporáneo de Tsangari en la renovación del cine griego, intérprete del silencioso ingeniero con el que Marina descubre el sexo como antídoto a la agonía de su padre, y futuro marido de Labed, director de sus siguientes apariciones en Alps (2011) y Langosta (2015) . Y luego con la propia Tsangari, cuya presencia reaparece como directora de la nueva miniserie Trigonometry, presentada en la última edición de la Berlinale, estrenada el pasado marzo en la BBC y disponible desde mayo en Estados Unidos a través de HBO Max. Creada por Duncan MacMillan y Effie Woods, Trigonometry se impregna del aura del cine europeo antes que del ritmo de la televisión británica, y esa textura espesa que le brinda la cámara de Tsangari, el retrato del deseo a través de una luz intensa y brillante y la elusiva atracción que impone la presencia de Ariane Labed, instalan un inmediato llamado de atención.
Si hay algo que Trigonometry esquiva conscientemente es el desfile de fantasías alrededor de un trío sexual. “No queríamos que la historia representara una exclamación del tipo: ‘¡Es un trío! ¡Vamos a verlos teniendo sexo todo el tiempo!’. Es una historia sobre el amor, sobre las relaciones afectivas, sobre cómo la gente se conecta de diversas maneras. Es sobre tres personas que se enamora y viven juntas, y tratan de que eso funcione”, relata Labed en una entrevista reciente con The Guardian. Ella es Ray, una joven francesa, campeona olímpica de nado sincronizado, que a los 30 años decide cambiar su vida. Las imágenes iniciales muestran un repentino accidente en la pileta, el abandono de esa disciplina estricta que marcó su adolescencia, la aventura de una nueva vida en Londres. El encuentro con sus caseros, la pareja que forman Gemma (Thalissa Teixeira) y Kieran (Gary Carr), es el despertar a un nuevo horizonte, más allá de la protección de sus padres, de la incertidumbre de su futuro, del desconcierto de su inminente pasión.
Ray resume el coraje que define a todos los personajes de Ariane Labed. Como le ocurría a Marina ante el vértigo de la orfandad, Ray también asume el riesgo de explorar algo nuevo. Extranjera y errática en un mundo desconocido, Ray evoca esa extrañeza que definió a Labed tanto en el cine griego como en el francés: en la piel de la gimnasta de Alps, que quiere entrenar con una canción pop y desafía a su tirano entrenador; de la mecánica naval de Fidelio (2014), femenino alter ego del Ulises de Homero en una odisea moderna sobre el amor y la fidelidad; o de la mucama de Langosta, esquiva y temeraria aliada de los solteros confinados a ese hotel donde buscar pareja resulta una oscura pesadilla. Como Ray, todas sus creaciones se afirman en sus elásticos movimientos de bailarina, en ese acento musical que traslada a todos los idiomas que habla, en esa cálida rareza que la aleja de lo previsible, que la hace enigmática y fascinante como resulta Ray en el baño de Gemma y Kieran, con el rostro cubierto de purpurina y los ojos encendidos de deseo.
Labed se mudó a Londres en 2012 junto a Lanthimos, y su experiencia como recién llegada a la ciudad se recrea de alguna manera en Trigonometry. Nacida en Atenas, criada hasta los 12 años en Alemania y luego emigrada a Francia, Labed hizo del proceso de adaptación su resiliente naturaleza. De los estudios de dramaturgia en la Universidad de Provenza a la creación del grupo Vasistas en el Teatro Nacional en Grecia, del cine internacional con apariciones en Assassin’s Creed (2016) o María Magdalena (2018) a la producción televisiva británica presentada en festivales, sus recorridos son eclécticos y auspiciosos. Y como esa otra Ariane que imaginó Billy Wilder en la piel de Audrey Hepburn, esa que tocaba el contrabajo para su padre y seducía a un veterano Gary Cooper en las veladas parisinas de Amor en la tarde, esta Ariane es la única artífice de sus persistentes excursiones a otros mundos, desde los códigos estrictos de la natación sincronizada a los abismos del amor fuera de toda norma.
El reencuentro con Athina Rachel Tsangari fue el mejor bautismo para Trigonometry. “Trabajar con ella fue genial”, relata Labed en una entrevista para la BBC. “Nuestra colaboración es natural y fluida; ella piensa de manera cinematográfica y esa es la impronta que le dio a la serie. Fue muy emocionante asumir ese desafío juntas. Ella es una gran inspiración y resultó determinante para que me anime a incursionar en la dirección”. En 2019 Ariane Labed estrenó el cortometraje Olla en el marco del último Festival de Cannes y encendió serias expectativas respecto a su mirada detrás de cámara. Disponible en la plataforma Mubi, Olla es un conciso relato sobre la áspera adaptación de Lola (Romanna Lobach), una joven de Europa oriental, en su llegada a Francia, al hogar de un hombre al que conoció en un sitio de citas on line y que vive con su madre inválida.
Con algo del espíritu de las primeras películas de Fassbinder y un colorido kitsch y artificial que recuerda a la emblemática cocina de La angustia corroe el alma, Labed usa el humor absurdo como prisma para un abordaje cáustico sobre la inmigración. Filmada en equilibrados planos fijos que ciñen la vida de Lola a una prisión doméstica, Olla es un relato de liberación. Y, a contrapelo del cine que hizo famoso a Yorgos Lanthimos desde su consagración, Labed esquiva todo atisbo de cinismo y misantropía y explora los costados más ambiguos de sus desplazadas criaturas con una honestidad descarnada. “Yorgos y yo compartimos mucho pero ya no queremos trabajar juntos. Lo hemos hecho antes y ahora es bueno tomar distancia. Cuando estamos en distintos proyectos es más fácil enriquecernos mutuamente. Nunca nos pensamos como una unidad, somos dos artistas diferentes”.