La amenaza secesionista de Alfredo Cornejo, que llegó a proponer hoy la independencia de la provincia de Mendoza por divergencias con el Gobierno nacional, tiene un antecedente en la Argentina moderna.
Ocurrió a poco de iniciado el ciclo democrático de 1983, en medio del primer alzamiento carapintada. Su protagonista fue Roberto Romero, el gobernador de Salta. El dato curioso es que la insólita propuesta se formuló, no al comienzo de la crisis desatada el Jueves Santo de 1987, sino el Domingo de Pascua, dos horas antes de que Raúl Alfonsín regresara de Campo de Mayo.
Romero, el gobernador peronista electo en 1983 (padre del futuro gobernador y actual senador Juan Carlos Romero), se dirigió al pueblo de su provincia desde la Casa de Gobierno provincial a las cuatro de la tarde de aquel domingo 19 de abril de 1987. Raúl Alfonsín ya estaba reunido con Aldo Rico en Campo de Mayo y reinaba la incertidumbre sobre la resolución de la crisis. Ante ese panorama, Romero quiso “fijar su posición terminante, firme y clara”.
Acto seguido, anunció el envío de un proyecto de ley al Poder Legislativo provincial, a través del cual, “para el supuesto caso de que la Constitución Nacional no resultara observada fielmente en todas sus partes con motivo de los hechos que son de conocimiento público, la provincia de Salta declara que reasumirá su soberanía, desconociendo cualquier autoridad que no se ajustara a la Constitución Nacional. Hágase conocer al gobierno federal y a las provincias hermanas”.
En otras palabras, Romero amenazó con separar a Salta del resto del país si la asonada carapintada culminaba con el derrocamiento de Alfonsín. Una idea sin antecedentes en la Argentina desde la escisión de Buenos Aires entre 1852 y 1860.
Si la iniciativa hubiera prosperado, otra provincia argentina hubiera quedado librada a su suerte: Jujuy, que limita con Salta, hubiera quedado separada del resto del país si su vecino se erigía en un país independiente.
El anuncio generó aplausos en la concurrencia reunida frente a la Casa de Gobierno, en la Plaza 9 de Julio, en la capital salteña. Por supuesto, Romero dejó la puerta abierta a una resolución de la crisis militar, aunque de manera velada invitó a sus colegas gobernadores a tomar una actitud similar.
“Dios quiera que el Presidente venga con la solución, pero no vaya a ser cosa que el Presidente vaya a ser reemplazado porque entonces el país entero tendrá que tomar actitudes y volveremos como en 1852 a ser estados libres, y no estados compartidos como unas dictaduras que se manejan en el viejo puerto que ya nos tiene agotados”.
Aclamado por los manifestantes, y a la espera de lo que ocurriera en Campo de Mayo, el gobernador concluyó: “Yo le pido al pueblo que está acompañándonos aquí que esperemos el regreso del Presidente para festejar o para ponernos de pie a defender la democracia”.
Poco después, Alfonsín habló ante la multitud que esperaba en Plazo de Mayo. Deseó "Felices pascuas", explicó que algunos de los amotinados eran héroes de la Guerra de las Malvinas que habían tomado una decisión equivocada, y dijo que la casa estaba en orden y que no había sangre en la Argentina.
La democracia estaba garantizada, a cambio de la ley de Obediencia Debida y la impunidad a cientos de oficiales acusados de crímenes de lesa humanidad. “Sigue la democracia. Hoy, después de escuchar al presidente Alfonsín puedo decir: la democracia continúa”, anunció Romero al caer la noche de aquel domingo.
En el libro ¡Felices Pascuas!, de Jorge Grecco y Gustavo González, se consigna, respecto del insólito planteo de secesión, que “la postura de Romero era inquietante y, días después, provocaría una reprimenda de Alfonsín”.
Salta aun forma parte del Estado nacional .