“¿Es la inocencia tan solo uno de los disfraces de la belleza?”, se preguntaba Anne Carson (Toronto, 1950) en uno de los versos de La belleza del marido. Un ensayo en 29 tangos (2001), título con el que obtuvo su primer reconocimiento internacional al ganar el premio T. S. Eliot. Fue la primera mujer en recibirlo. Se podría decir que mediante su escritura, a través de un recorrido por el universo de la cultura grecolatina, la poesía anglosajona y la literatura escrita por mujeres, Carson se prueba y renueva esos disfraces. En Eros, el dulce-amargo (1986), traducido en la Argentina por Mirta Rosenberg y Silvina López Medin, el móvil era el deseo en la literatura griega. Ahí convergían su amada Safo, Catulo, Platón, Sigmund Freud, Marcel Proust y Roland Barthes, entre muchos otros. “Damos por hecho, tal como lo hizo Safo, la dulzura del deseo erótico; su carácter placentero nos sonríe. Pero la amargura es menos obvia”, escribió. En El ensayo de cristal (1995) confronta a una mujer recién separada, admiradora de Emily Brontë, con la vejez y la enfermedad de los padres y la experiencia de su ruptura sentimental. Carson enhebra recuerdos, voces y sentimientos con una ambigüedad impávida: “y el consenso general es que en sus 31 años Emily no tocó un solo hombre./ Dejando el sexismo banal de lado,/me tienta// leer Cumbres borrascosas como un acto de venganza acumulada/ por toda esa vida que a Emily se le negó./Pero la poesía muestra rastros de una explicación más profunda.// Como si para algunas mujeres la rabia pudiera ser una especie de vocación./ Un pensamiento escalofriante”, se lee en la versión inédita de la poeta Sandra Toro .
A partir de Autobiografía de Rojo. Una novela en verso (1998) la canadiense fortaleció el elemento narrativo en su obra; en esa elogiada obra reescribe el mito de Hércules y Gerión en la figura de dos jóvenes enamorados (la historia de ambos continúa, décadas después, en Red Doc, de 2013, traducido por Verónica Zondek). Carson aborda siempre el amor, el éxtasis y el suplicio de la experiencia erótica con una distancia erudita e ingenua, que le permite hacerse preguntas y formular hipótesis paradójicas: “la costumbre humana/ del amor equivocado”.
A mediados del mes pasado, Carson volvió a ser consagrada con un premio internacional: el Princesa de Asturias de las Letras. “Ha alcanzado unas cotas de intensidad y solvencia intelectual que la sitúan entre los escritores más destacados del presente”, reza el acta del jurado. Una poeta que aprendió a amar la lengua griega cuando era una niña, la Marcel Duchamp de la literatura contemporánea, se convierte ante nuestros ojos en uno de los primeros clásicos del canon literario del siglo XXI.
En 2010, después de la muerte de su hermano (al que no veía desde hacía años), publicó Nox, una elegía inspirada a la vez en los objetos que le habían pertenecido y en un poema que Catulo dedicó a su hermano muerto. En el juego de traducciones del poeta latino y del idioma transfigurado de las cosas, la poeta-hermana excava en una vida bajo el influjo de noche. “Perseguir los significados de una palabra, perseguir la historia de una persona, inútil esperar que llegue un torrente de luz. Las palabras humanas carecen de interruptor principal. Tan sólo son chispazos en la oscuridad”. La poesía y la traducción son linternas para avanzar de un mundo a otro.
En la década de 1970, una joven Carson estudió letras clásicas en la Universidad de Toronto y luego profundizó su conocimiento del griego en la Universidad de St. Andrews. Como señaló la escritora María Negroni, su obra se puede leer como una extensa glosa a los orígenes de la cultura occidental mediante un “tercer lenguaje” (el de la poesía). “Toda precisión tiene que ser inventada”, declaró sobre el oficio de escribir, que no consiste solamente en yuxtaponer tradiciones sino en inventar o “decrear”. Esto insinúa en Decreación (2005), donde aspira a “crear una especie de sueño de distancia en el cual el yo es desplazado del centro de la obra y quien dice desaparece en el decir”. Para lograrlo, apela al libreto operístico, el guion televisivo, las anécdotas personales y los comentarios de lecturas de Homero, Longino, Samuel Beckett, Virginia Woolf y Simone Weil. Charlas breves (2015), traducido por Ezequiel Zaidenwerg, ofrece una serie de disertaciones formales y deslumbrantes sobre casas y los viajes, la lluvia, las orquídeas y los muertos: “Mi madre nos prohibía caminar para atrás. Porque eso hacen los muertos, nos decía. ¿De dónde habrá sacado aquella idea? Tal vez de alguna mala traducción. Los muertos, finalmente, no caminan hacia atrás, sino más bien detrás de nosotros. Carecen de pulmones y no pueden llamarnos, pero amarían que nos diéramos vuelta. Muchos de ellos son víctimas del amor”.
En español también se puede leer su ensayo poético (y documental y libro de peregrinaje espiritual) Tipos de agua: el Camino de Santiago (2018), donde la metáfora del viaje define una propuesta estética: “Después de todo, la única regla para viajar es: No regreses por el mismo camino. Toma uno nuevo”. Cada libro de Carson representa una novedad y un principio. En 2018, participó del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires y fue entrevistada por la poeta Silvina Giaganti . “No se escribe la vida de uno mismo, ni siquiera las memorias –dije en aquella conversación acerca de la instancia autobiográfica en su obra-. El lenguaje es una forma de moldear las cosas, no tengo una respuesta certera; es misterioso también para el escritor. Tal vez me interesa más ocultar que a otros autores, cómo mi vida se trama en el pensamiento de una historia de algo que no soy yo”.
Es además profesora errante en varias universidades de América del Norte, donde da clases de griego antiguo, escritura y traducción, arte y ciencia. “Durante mi maestría de escritura creativa en la NYU, viví la onírica experiencia de tenerla como docente –cuenta la poeta y traductora Silvina López Medin-. En su clase nos incitaba a tomar riesgos, a buscar formas de pasar la poesía a tres dimensiones, a las colaboraciones. Todos aspectos centrales de su obra: el riesgo, el quiebre de las dos dimensiones de un texto y, en años recientes, sus trabajos con artistas como Jenny Holzer, Laurie Anderson y Lou Reed, la compañía de danza de Merce Cunningham, y con su pareja Robert Currie. Hablaba de buscar las ‘fracturas’: abrir un espacio a lo inesperado. Cuando le pregunté cómo no repetirse, cómo se sostiene la escritura, me habló del lado C, ni A ni B sino C: seguir buscando lo que no se logra encontrar”. Hay más lecciones en la aguda obra de Carson, Princesa de Asturias a los 70 años.