Cuando se baila en el detalle, el cuerpo se convierte en otro. Si, es posible que las manos en el espejo del baño construyan una danza como una escritura invisible. En el blanco y negro hay solo una parte que se acerca para revelar a la bailarina que se mira y encuentra en su imagen al partener ausente. "Je suis venu te dire que je m ‘en vais" dice la voz de Serge Gainsbourg con esa solemnidad triste de un romanticismo pasado.
Es la casa de Mayra Bonard el escenario que cambia todo los miércoles. En el jardín frondoso ella baila con un racimo de bananas en la cabeza. Construir una coreografía en el territorio acotado que señala la cámara se convierte en la dicha de un baile donde el movimiento parece escaparse, ser mucho más de lo que muestra. En la particularidad de cada ondulación se compone un espacio. Hay algo que logra abrir Bonard con su baile, que no queda atrapado en el consuelo hogareño sino que todo el tiempo trae esos mundos a los que la conmoción remite. Hay aquí una estructura de contraste entre la noche, la calle , el baile enceguecido de un boliche parisino o porteño y el lugar que llega a verse intervenido por el blanco y negro, por las letras del diseño de Pablo Bordenabe que remiten a los afiches del cine francés de los años sesenta.
El ciclo que presenta el Instituto Francés de Argentina parece una continuidad de las performances que Bonard ya venía realizando en su Instagram, especialmente esas escenas en las que deviene un personaje nonsense, con la cabeza protegida por un tronco de árbol macizo ( ¿Qué mejor artimaña frente a la obligación del barbijo que convertirse en un ser con el cuerpo de una mujer y la cabeza de un tronco? Una descripción de las mutaciones humanas ) Más allá de la espontaneidad del refugio domestico, la bailarina y coreógrafa logra sintetizar imágenes que hacen del confinamiento y la pandemia una instancia surrealista donde ella nunca deja de concebir el cuadro desde el concepto de montaje. Justamente es en este dato que integra al dispositivo de Danser comme Bonard lo que convierte estos breves minutos de danza en una obra estética. Todo parece estar pensado y articulado a un discurso que se materializa en los brazos y las piernas de Mayra como si el cuerpo fuera una tenaza para destruir el encierro.
En los dos primeros episodios es la chanson francesa la que la inspira. En ese romanticismo refinado ella encuentra una dramaturgia. Francoise Hardy atravesado por cierto espíritu caribeño que se desliza en una delicadeza sensual surge en Comment te dire Adieu.
En la cocina suena Bomds Away y ella todavía no entra al cuadro. En el cuerpo hay una fiesta. Si el afuera es una forma de habitar el tiempo, en el baile de Bonard, en ese juego con la palabra de Charlotte Gainsbourg metido en la destreza de la música electrónica, está la noche sostenida en algo frenético que la impulsa a seguir bailando, los brazos en un protagonismo, el desafío de crear un movimiento que no se corresponde con la literalidad del espacio.
El quiebre entre la chanson francesa y la música electrónica se prolonga y estremece con la aparición de Daft Punk y su Voyager. En el living Mayra baila descalza con una remera que dice Ti Amo. Ella construye al público con su mirada ¿Cómo bailar cuando no es posible desplazarse? Un baile que entra en seducción con una cámara fija que no se ajusta siempre al mismo cuadro.
Y es interesante construir una secuencia entre estos capítulos de Danser comme Bonard y sus entregas dislocadas del personaje del tronco donde los movimientos que no se referencian en la danza, se intercalan como una forma de hablar de la quietud o de encontrar el baile allí donde se repite una ceremonia de supervivencia.
Danser como Bonard se actualiza todos los miércoles en el Instagram de Mayrabonard.