Murió Gady Pampillón. Hacía tiempo que al guitarrista no se lo veía en la puerta de su casa de Valentín Alsina, tomando mate, charlando o metiendo mano en el motor del auto. Tampoco zapando en bares. Tocando blues y rock con amigos. Ese era su cruce vital. Su alma. El barrio y el rock and roll. Sí, había tenido su momento de gloria. Sobre todo con La Torre, en los '80. Y un poco -mucho menos, claro--- con el Tarzen de los hermanos Peyronel. Pero su pasta posta era el under. Era Tabaco. Era Mr Jones. Era el mítico Samovar de La Boca. Era esa cosa romántica, nostálgica, de haber estado alguna vez, casi de casualidad, en el pico de la fama, y después bancarse estoico que, junto con el paso de los años, lo corrieran de escena para seguir con otra cosa. Pero él lo disfrutaba igual, sobre todo porque el mejor Gady no fue el guitarrista glam de La Torre sino el guitar hero del barrio, en la onda de Luisito Vargas o Alambre González. El violero de esas bandas de blues que la luchan de abajo, como la 4 por 4, Gasolina o el Trío Adoquín, en su caso. Ahí hacía lo que quería. Zapar. Batallarla. Procurarse un lugar en el mundo que lo saque del tedio de tener que manejar un auto para juntar el mango.
“Yo jamás tuve nada de glam, pero cuando entré a La Torre se me fabricó una imagen. La verdad es que cuando era pendejo tenía pinta, pero la prensa decía que yo tocaba por la facha. Nada que ver ¡la puta madre, me gasté las manos tocando para que digan que soy lindo!”, decía a Página/12, en una imperdible charla ocurrida en su casa de Alsina, donde entonces vivía con su mamá. “Fue un fantasma que cargué durante años, pero ahora no... ya se me pasó el cuarto de hora. Igual, haber jugado en primera es jodido. Sufrí mucho esa parte”. En ese momento acababa de publicar un disco cuyo nombre, Conventillo, destilaba su amor por los suburbios. Por esos tangos que escuchaba con su hermano Arnaldo, fotógrafo de Página/12 durante mucho tiempo. “¿Más rockero que Gardel?... nadie, che”, reflexionaba el entrañable Gady, fana de River y padre de cuatro hijos, extrañando el pelo que le había arrancado el motor de su taxi, mientras intentaba resolver un problema. “Le estaba revisando el aceite y me lo agarró la bomba de agua... casi me arranca la cabeza”, se reía aquella vez.
Murió de cáncer, Gady. Tenía 59 años, le habían hecho un mal diagnóstico, y no hubo tiempo de más para revertir la situación. No alcanzó con su grito de ayuda y toda la grey de rockeros que se puso en disposición para ayudarlo a conseguir el remedio que necesitaba. “Brilla más fuerte este cielo a partir de esta noche... Gady está en sus estrellas a partir de la noche del 30 de junio a las 22. Acompañado por su familia y seres queridos, serenamente, como en un sueño profundo, despegó su alma escuchando Riviera Paradise de Steve Ray Vaughan”, postearon sus seres queridos en Facebook. Y será una buena manera de recordarlo. Una postal para conservar nítida, como última imagen de un tipo que imploraba: “Me estoy muriendo, me quiero quedar acá".