Bala perdida 8 puntos
Balle perdue, Francia, 2020.
Dirección y guion: Guillaume Pierret.
Duración: 92 minutos.
Intérpretes: Alban Lenoir, Ramzy Bedia, Nicolas Duvauchelle, Stefi Celma, Rod Paradot y Pascale Arbillot.
Estreno en Netflix
“¿Podrás atravesarla con un Clio?”, pregunta Quentin a su hermano mayor Lino mientras le señala la entrada de la joyería que piensan robar. Mecánico avezado en el arte del tuneo además de experto ladrón y conductor, Lino, sentado al volante, responde que sí, y pone primera. El vehículo, efectivamente, destroza la vidriera, pero tiene la suficiente potencia para atravesar otras cuatro paredes de concreto y terminar estacionado en el callejón del fondo. Quentin huye; su hermano, enredado en los cinturones de seguridad, se resigna a un arresto inminente. Lo que sigue es una placa despojada de ornamentos visuales con la leyenda Bala perdida, título de esta producción de Netflix catalogada como “la versión francesa de Rápidos y furiosos”. Un rótulo que está lejos de hacerle honores a una película que si hay algo que no tiene son los genes de la testosterona y el gran espectáculo, componentes principales del ADN de la saga fierrera.
La distancia entre Rápidos y furiosos y Bala perdida es más grande que la que separa a Francia de Estados Unidos. Es cierto que el primer largometraje del director y guionista Guillaume Pierret –dueño de un admirable pulso narrativo– desarrolla una historia por momentos similar recurriendo a varios tópicos del cine norteamericano de acción puro y duro, muchos de ellos presentes en las últimas entregas de aquella saga. Pero lo hace de una manera mucho más artesanal y terrenal, casi demodé, aunque sin jamás abrazar la idea celebratoria de lo retro que suele caracterizar a los productos de la N roja. Bala perdida es una película chapada a la antigua que no necesita andar gritando su condición. Lo retro, en todo caso, es un elemento funcional a este universo de personajes de motivaciones claras y precisas y cuya profundidad psicológica es prácticamente nula. No hay lugar para esas cosas en una historia que aborda temas clásicos del género como la traición, la lealtad y la camaradería.
Que Lino intente un golpe delictivo con un auto normal y de gama baja como el Clio, y no con esas fortificaciones ambulantes indestructibles de Diesel y compañía, opera como declaración de principios de la escala humana del asunto. Cuesta no pensar en aquella introducción como la carta de intenciones de un relato conciso (justísimos 90 minutos de duración) y sin adiposidades que, al igual que su protagonista, tiene muy claro sus módicos objetivos y cuál es el mejor camino para conseguirlos. A esa placa inicial le sigue un par de escenas centradas en el día a día carcelario de Lino (un pelado estilo Jason Statham llamado Alban Lenoir). Su talento como mecánico será la llave para una reducción de la sentencia, siempre y cuando colabore en la mejora de los vehículos de una brigada antidrogas, tal como le propone el comisario Charas.
Todo marcha sobre ruedas durante los primeros días, hasta que Lino se ve envuelto en una interna que termina con Charas muerto a balazos a bordo de su Renault 21 rojo, otro modelo de antaño –se fabricó entre 1985 y mediados de los ’90 – que remite a un tiempo cinematográfico que ya no es. Con la bala mortal incrustada en el velocímetro y Lino sindicado como el asesino, Quentin recibe la orden de los policías “malos” de deshacerse del Renault, algo que no cumple porque, de hacerlo, traicionaría a su hermano y, además, no habría película. El desarrollo posterior difícilmente sorprenda a alguien, en tanto Lino debe cumplir el doble objetivo de escapar de sus perseguidores y probar su inocencia encontrando el auto. Y un tercero nada menor, pues quienes intentan matarlo son a su vez quienes balearon al buenazo de Charas.
Lo que sí sorprende es la claridad conceptual de Pierret como director. Las peleas cuerpo a cuerpo, por ejemplo, se muestran en planos conjuntos y con los cortes de montaje mínimos e indispensables. Y desde ya que habrá persecuciones con autos especialmente acondicionados para la ocasión. Vale destacar la última de ellas, que sin efectos digitales logra uno de los picos de intensidad más altos del año audiovisual. Porque Bala perdida sabe que a veces menos es mejor.