Diz a ela que me viu chorar 7 puntos
Brasil, 2019
Dirección y guion: Maíra Bühler.
Fotografía: Leo Bittencourt.
Duración: 82 minutos.
Estreno en plataforma MUBI, subtitulada al castellano.
En Edificio Master, uno de sus trabajos de mayor repercusión, el notable documentalista brasileño Eduardo Coutinho filmaba a los vecinos de un populoso edificio de Copacabana, captando instantes de sus vidas que no pretendían pasar por particularmente representativos, sino más bien inefables. La realizadora paulista Maíra Bühler (ver entrevista aparte ) toma como modelo el film de Coutinho, documentando momentos no de la vida de vecinos de clase media o media-baja, como en aquel caso, sino de un estrato inferior. De hecho, los protagonistas de Diz a ela que me viu chorar son locatarios de en un edificio que hace las veces de refugio estatal, de cuyo destino posterior informa una desalentadora placa final.
Una de las diferencias de la película de Bühler con la de Coutinho es que su universo humano es más acotado que el de Edificio Master, y que la realizadora no obtiene un único retrato de ellos, como hacía el realizador carioca, sino varios, viñetas que podrían funcionar como embriones de posibles relatos. Se supone que rescatados de la calle o en precaria situación económica, los protagonistas de Diz a ela que me viu chorar son gente en problemas. Varios de ellos son fumadores de crack, mostrándose sin inhibiciones con sus pipas ante cámaras. En algunos casos se trata de gente solitaria, en otros de parejas. No aparece ninguna familia nuclear, ningún niño, seguramente por el recorte hecho por la realizadora. Las relaciones de pareja son complicadas en casi todos los casos, incluyendo reproches, discusiones, en alguna ocasión agresión física. Curiosamente los que más sufren parecen ser los hombres, incluyendo algún llanto y alguna confesión dolorida. La violencia también se da entre varones, como una pelea a trompadas que la cámara capta asombrosamente en vivo, quedando uno de los contendientes desmayado.
Pero no hay solo dolor o angustia en Diz a ela que me viu chorar. También hay muestras de dulzura, como la de una pareja en la que ella --considerablemente mayor que su contraparte masculina-- juega a enojarse con él, como forma de coqueteo. Él, que desea ser llamado Belinda, mantiene una relación paralela con un hombre, a quien llama su “mujer”. ¿Pero cuánto debe creérsele, teniendo en cuenta que dice tener diez hijos con su “mujer”? Tratándose de un recorte de la vida brasileña, no extraña que también abunde la música, tanto la que se escucha como la que se toca. Un hombre mayor, de dentadura incompleta, canta un par de canciones de pérdida amorosa, la letra de una de las cuales da título a la película. Hay también una pareja que juega una pulseada feliz en la terraza. Otra vez la paridad o asimetría femenina, la chica ofrece a su novio una resistencia que él no esperaba.
De todos modos es cierto que lo que más abunda son vidas rotas o lastimadas en Diz a ela que me viu chorar, tal vez porque Bühler quiso que el universo del Hotel Social Parque funcionara como representación a escala de la sociedad brasileña y sus lacras de larga data. O tal vez simplemente porque las cosas se presentaron de ese modo ante su cámara. En algunos casos, como en el de la pelea a trompadas mencionada, el registro es notoriamente documental. En otros, como el del señor que canta o los de intimidad entre Belinda y su pareja, podría haber algo de reconstrucción. O no. Resulta imposible determinarlo con certeza. Lo que seguro no hay es explotación miserabilista de la pobreza. De hecho en ningún caso hay tragedia, sino en tal caso situaciones complicadas o dolorosas, de las cuales la cámara capta apenas algunos fragmentos.
Tres son las decisiones estéticas adoptadas por la realizadora. Una es obvia, ya que se trata de su propuesta de base: que la cámara no salga jamás de las cuatro paredes del edificio. La segunda es la mencionada de registrar sólo fragmentos, en ningún caso una historia con principio, desarrollo y fin. La última es la de filmar con cámara invariablemente fija, una decisión tan práctica (en departamentos pequeños resultaría forzado que la cámara se moviera mucho) como dramática, de modo de dejar en primer plano las vidas capturadas, y no la cámara que las captura.