A lo largo de los seis episodios de una hora que dan forma a El asesino sin rostro, las siglas GSK / ONS volverán a oírse una y otra vez, como si se tratara de un mantra que intenta dibujar la silueta de un enigma. La pronunciación varía dependiendo del origen regional de quien las deletrea, pero el énfasis es siempre idéntico. Michelle McNamara, la autora de I’ll Be Gone in the Dark –el libro de investigación autobiográfico sobre el cual se basa la miniserie documental de HBO– falleció en abril de 2016, casi dos años antes de la publicación póstuma del volumen. Exactamente veinticuatro meses antes de que la identidad del Golden State Killer, también conocido como Original Night Stalker, fuera dada a conocer a partir de una inesperada detención, cuatro décadas más tarde del comienzo de sus temibles actividades. La de McNamara es la historia de una obsesión por los casos policiales reales, de un trabajo detectivesco amateur que reúne los placeres de la escritura con la posibilidad de atar los cabos sueltos que otros investigadores profesionales no lograron siquiera vislumbrar. Es también el retrato de una olvidada figura que supo ser, en un período que abarca los años 1974 y 1986, el responsable de cincuenta violaciones y una docena de asesinatos, todos ellos cometidos en el estado de California. Un elusivo asesino sin rostro a la vista que, finalmente, el 25 de abril de 2018, reveló sus facciones y nombre completo gracias a las técnicas de comparación de ADN: Joseph James DeAngelo Jr. El ex policía y militar de 74 años, condecorado en la Guerra de Vietnam, se declaró culpable de trece asesinatos, igual cantidad de secuestros y varias docenas de abusos sexuales y enfrenta así una más que segura cadena perpetua. La experimentada documentalista Liz Garbus fue la principal responsable de trasladar a la pequeña pantalla las ideas centrales de I’ll Be Gone in the Dark y la obra investigativa de McNamara en general. Además de dirigir dos de los seis capítulos, la cineasta detrás de películas como What Happened, Miss Simone?, Fantasmas de Abu Ghraib y Bobby Fischer contra el mundo cumplió el rol de productora ejecutiva junto al viudo de McNamara, el comediante Patton Oswalt. La serie es un notable ejercicio de guion y montaje –repleto de información y una profusa cantidad de material de archivo– que vuelve a reconstruir con rigor y gracia la fórmula del subgénero televisivo conocido como true crime, al tiempo que les devuelve la voz a las sobrevivientes de la violencia sexual.
“Esa noche le di caza al asesino serial desde el cuarto de juegos de mi hija. En líneas generales, imité la rutina de una persona normal a la hora de ir a la cama. Dientes lavados. El piyama puesto. Pero después de que mi marido y mi hija se durmieron me refugié en mi lugar de trabajo improvisado y encendí mi laptop, ese ancho portal de quince pulgadas abierto a infinitas posibilidades”. En El asesino sin rostro, la voz real de Michelle McNamara, registrada en entrevistas radiales y podcasts especializados, se funden con la voz de la actriz Amy Ryan, encargada de leer en off esas palabras, impresas en negro sobre blanco en el prólogo de I’ll Be Gone in the Dark. El berretín de McNamara comenzó como cualquier hobby, de manera amateur y casi en secreto. Pero el creciente éxito de su blog TrueCrimediary.com empujo a la escritora a respetar sus instintos de manera más seria, transformándolos de a poco en una forma de vida. Para McNamara, el uso de las herramientas online era un “pozo sin fondo de potenciales pistas para el investigador de PC, que hoy existe en el mundo virtual. Comparto mis teorías con los lectores regulares que visitan mi blog. He escrito sobre cientos de crímenes irresueltos, desde asesinatos con cloroformo a sacerdotes homicidas. Sin embargo, el Asesino de Golden State ha consumido la mayor parte de mi tiempo”. En cierto momento del primer episodio, la propia McNamara define su afición a la investigación criminal como una pulsión similar a la adicción al porno online: es imposible detenerse y el reloj avanza sin que se pueda dar cuenta de ello. ¿Cuál era la identidad real de ese hombre que violó a decenas de mujeres y adolescentes durante toda una década, saltando la frontera del asesinato luego de que las fuerzas policiales se mostraran incapaces de atraparlo? ¿Quién se escondía detrás de esa figura con pasamontañas que seguía y observaba a sus futuras víctimas durante días y preparaba meticulosamente su plan de acción criminal? ¿Por qué razones el Acosador Nocturno Original había caído en el olvido, ampliamente superado en fama y popularidad por otros célebres asesinos seriales de los años 70 como El hijo de Sam o El asesino del zodíaco?
Primera persona
El recuerdo doloroso y en primera persona de una de las víctimas, al tiempo que recorre con sus dedos algunas fotografías tomadas pocos meses después del ataque, le cede el espacio a un veloz conteo de todos los casos ligados al GSK / ONS. La pantalla se detiene en el número 49, otra joven acosada y violada repetidas veces, con un nivel de sadismo que le hace decir a Larry Crompton, un viejo detective retirado de la ciudad de Sacramento que, sin duda, se trataba del accionar de un “lunático”. Fue Sudden Terror, el libro escrito por ese ex policía y publicado en el año 2010, lo que decidió a McNamara a seguir su propio derrotero detectivesco, confirmado meses después, cuando logró hacerse de copias facsímiles de las miles y miles de páginas que integraban el dossier de la policía relacionado con la investigación, archivados durante demasiado tiempo. En El asesino sin rostro, otra de las jóvenes violentadas hacia finales de los años 70 recuerda con lágrimas en los ojos la noche de los hechos, citando las palabras que el acosador le susurró mientras la amenazaba con un cuchillo. La frase que terminó dándole título al libro y a la serie en su idioma original: “Serás por siempre una figura silenciosa y yo desapareceré en la oscuridad”. Entrevistada por el influyente sitio web Screen Rant, la realizadora Liz Garbus afirma que el Asesino de Golden State “fue un violador antes de convertirse en asesino. Y sabemos cómo eran tratadas las violaciones en los años 70; en muchas jurisdicciones, se trataba apenas de un delito menor. Uno debe pensar en cómo eran vistos los crímenes violentos contra las mujeres. En algunos reportes policiales hay comentarios del tipo ‘bueno, al menor eligió a una chica bonita’ y eso está relacionado con la manera en la cual se investigaba. No estoy diciendo que los investigadores no se interesaran por el caso –hemos encontrado a mucha gente que sí lo estaba– pero es imposible separar el tema del complejo social en el cual ocurrían esas violaciones. Al mismo tiempo, hay que decir que los tiempos actuales no han evolucionado mucho en esos asuntos. Hay muchísimas mujeres que no reportan los abusos y violaciones porque no creen que vayan a tener un trato justo de las fuerzas encargadas de aplicar la ley. No es un asunto que esté solucionado. Creo que es algo ligado a la forma en la cual la policía procesa las escenas del crimen. En la serie mencionamos que una de las víctimas fue interrogada por una mujer policía. En otras instancias, su cuerpo fue tratado como simple evidencia, sin importar las buenas intenciones. Tal vez los tipos eran geniales, pero todo es tan traumático. Ella lo llama la segunda parte de la pesadilla. De ninguna manera hemos superado algunos de esos problemas”.
En la estructura narrativa de El asesino sin rostro, la historia del violador y homicida serial del Área Este, como se lo conoció también alguna vez, es tan importante como la de la propia McNamara. Ese vínculo que une y entrelaza las acciones de uno con las de la otra –ambas separadas por varias décadas de distancia– es una de las principales virtudes de la serie. La vida de la escritora y bloguera no hubiera sido la misma sin la existencia de esos horrorosos crímenes del pasado y es muy probable que Joseph James DeAngelo Jr nunca hubiese sido atrapado de no ser por las nuevas pistas y el ímpetu aportados por McNamara en su libro. Ya en el primer episodio queda claro que la colaboración entre los “detectives de PC” fue un eslabón central para comenzar a armar las piezas del rompecabezas. Verdaderos freaks de los casos policiales sin resolver, McNamara hace una diferencia radical entre aquellos obsesionados con los detalles más sanguinolentos y sórdidos de los crímenes y los otros, personas que estaban realmente interesadas en atrapar de una vez por todas a ese ser humano que muchos siguen definiendo –erróneamente– como un monstruo o un animal: lamentablemente, no hay nada más humano que sus acciones. Patton Oswalt, famoso por su participación en la serie The King of Queens, entre muchos otros papeles secundarios en el cine y la televisión, además de una voz recurrente en films de animación, recuerda a su esposa con cariño y sentido del humor, a pesar de la evidente tristeza provocada por su temprana muerte. El asesino sin rostro incluye un par de registros en vivo de standup de Oswalt en los cuales el comediante describe con sentido cómico la afición de su compañera por los crímenes reales. En el epílogo del libro, escrito por él mismo dos años después de la muerte de McNamara, pueden leerse las siguientes líneas: “Michelle era dueña de una mezcla de –cómo decirlo mejor– empatía y una frialdad matemática que le permitía observar fechas, épocas y ciudades y unirlas, aunque todo ello estuviera relacionado con la clase de eventos y horrores que harían que la mayoría de la gente mirara para otro lado y no quisiera hurgar más profundo. (…) Sin dudas, leer sobre los asesinatos no era para ella algo emocionante en sí mismo, pero había una emoción muy fuerte en el hecho de pensar ‘tal vez pueda atrapar a este tipo’. E imaginar no sólo la posibilidad de la captura, sino descubrir quién era él, encontrar las razones detrás de sus acciones y todas aquellas cosas que lo hicieron de esa manera”.
Monstruos humanos
McNamara y Oswalt tenían una película favorita en común: el clásico del terror y la ciencia ficción El monstruo de la laguna negra. Eso le permite a Garbus entrelazar algunas imágenes del film con el relato de la vida real, encontrando paralelos simbólicos entre cazadores y presas, monstruos y víctimas. En el libro, la autora confiesa que la investigación sobre el GSK / ONS le permitió revivir, enfrentar y, en última instancia, superar algunas situaciones personales del pasado que todavía la acechaban, como la compleja relación con su madre y un abuso sexual durante la juventud. En El asesino sin rostro se recrean algunos intercambios de emails, ya cerca de la fecha de entrega del manuscrito, con McNamara aislada en una habitación de hotel en plena concentración final. Durante ese encierro también escribió el epílogo, titulado “Carta a un hombre viejo”, en el cual exhorta al todavía anónimo violador y asesino a salir a la luz y dar la cara. A darles a sus víctimas del pasado, fallecidas y sobrevivientes, una posible clausura al miedo, el horror y el trauma. Es una de las varias instancias de la serie en las cuales la estructura de true crime se corre hacia un costado y permite que la humanidad de las víctimas aflore en todas sus dimensiones. Algo similar ocurre en el último episodio, cuando un grupo de mujeres y hombres que sobrevivieron a la violencia del Asesino de Golden State se reúnen, contra todo pronóstico, en una convención. Para Liz Garbus, “es la finalidad genuina, el momento positivo. Esa fiesta en el jardín, en la cual los sobrevivientes se reúnen luego de décadas de vergüenza y secreto, y logran estar ahí y ser abiertos respecto de lo que les ocurrió. Y no sentir vergüenza. Es el momento triunfante de la historia”.